viernes, marzo 30, 2007

Publicidad

El anuncio de unas aerolíneas atrapó mi atención en el metro:

"Sé infiel a Nueva York.

Nueva York es tu único verdadero amor,
pero puedes ver a otras ciudades, ¿No?

México City."

Tanto me atrapó el anuncio que esta noche salgo para México D.F.

miércoles, marzo 28, 2007

El travesti del kiosko

Todas las mañanas paro en el carrito de cafés y donuts del travesti. Nadie sabe si es hombre o mujer; siempre lleva puesto el mismo delantal azul clarito, se pinta las cejas y usa una visera azul oscuro. Me da los buenos días y el desayuno cada mañana por 65¢.

Se pone siempre en la esquina de la 23 con la Primera. Me acerco al carrito y la conversación es igual al día anterior:

- Good morning!
- ¡Buenos días! Un café pequeño, por favor.
- ¿Leche y azúcar?
- Si, por favor.
- ¿Quieres una bolsa?
- Si, gracias.
- ¡Que tengas un buen día!
- ¡Tú también!

Hoy salí y caminando hacia el kiosco repasé el dialogo de nuevo en mi cabeza:

- ¿Leche y azúcar?
- Si, por favor.
- ¿Quieres una bolsa?
- Si, gracias.

Me paré al borde de la acera, esperando la señal del semáforo. Y cuando me acerqué ya tenía mi vasito de cartón preparado en la bolsa de papel. No supe qué decir, no me preguntó por la leche ni el azúcar. Entonces, me reí y dijo “Te he visto antes de cruzar.”

Nos deseamos un buen día.

domingo, marzo 25, 2007

Doce centavos

Llegamos tres sin sentido del ridículo a Union Square, la plaza que corta la calle 14, donde pasean muchos y juegan los pequeños, y encima de unos escalones nos pusimos a cantar. Pusimos la gorra en el suelo, y escogimos un par de canciones de Broadway –para hacerlo con estilo- y entonamos. El de la voz alta y profunda cantaba y animaba al que pasaba, unos cuantos se paraban, muchas cabezas se giraban. Y las voces femeninas, una a cada lado chascábamos los dedos siguiendo el ritmo, haciendo los coros: Bara dum dum dum dum dúm, Bara dum dum dum dum dúm, Hey-hey, Bara dum dum dum dum dúm.

Varios se quedaron a mirar, un par de ingenuos nos echaron calderilla y cuando nos marchamos llegamos a contar doce centavos. Había que recoger el chiringuito, pues teníamos cita para un musical de verdad. Nos echó el alto un hombre con maletín, preguntando si alguno habíamos trabajado en moda o estábamos interesados en pasarnos por la oficina el lunes. Le dijimos lo siento y gracias, nos repartimos las ganancias, echamos a correr y aún guardo un centavito de cobre en mi bolsillo. Bara dum dum dum dum dúm.


sábado, marzo 24, 2007

Jovencita

El miércoles fui al supermercado, y cuando quise pagar con tarjeta la cajera frunció el ceño y me apuntó con su dedo índice:

- ¿No eres demasiado joven para tener una tarjeta de crédito?
- Jeje… ¿Pues cuántos años cree que tengo?
- Ehm.. no sé, ¿doce?
- No señora, tengo 19.

No se lo creyó.

El jueves esperaba en la fila para pedir un café. Un hombre me tocó en el hombro:

- ¿Vas a pedir café? Eres muy jovencita para beber café ya, eh… deberías beber más leche, para crecer.
- Jeje.. ¿Qué edad me echa?
- No más de catorce, ¿A que no?

(Le expliqué, por cierto, toda la leche que bebía a diario, y que aún así de lo de crecer ná de ná…)

El viernes volvíamos en el metro de noche, y un hombre se nos acercó:
- ¿Y qué hace un grupo como vosotros por ahí tan tarde? Supongo que ninguno tenéis edad de estar bebiendo.

1. La verdad es que no, porque en Estados Unidos la edad reglamentaria son los 21 años.
2. Estoy segura de que lo dijo por mí, que era la única de todos sin barba o tacones.
3. Tendríamos cara de borrachos.
4. No sé a que se refería con eso de “un grupo como vosotros.”

A paso de tortuga

Salté de la cama y en pocos minutos cruzaba la calle, con mi café en la mano y camino a clase. El metro llegó justo a tiempo y me tiré de cabeza dentro del penúltimo vagón. Subí las escaleras, me acomodé en mi pupitre y empezó la clase.
A la una en punto salí de allí como un rayo, con el teléfono móvil en la mano, donde estás, donde quedamos, para donde voy. Y allá voy, a la carrera, porque tenemos entradas para una obra y la cortinas se abren en tres cuartos de hora. Me dará tiempo. Al túnel otra vez, trasbordos, gentío, esquivar esquivar esquivar, allí en la esquina, ahí está el teatro. He llegado, corre que no entramos. Nos sentamos y empieza la función.
Plas plas plas, aplauso. Nos levantamos, saltar escalones abajo. En veinte minutos reparten entradas gratis para ser “público” en un programa de televisión. Subir once calles, atravesar cuatro avenidas. Locura. A correr. El abrigo. Mochila al hombro. Deprisa. Corre. Lengua fuera, ¿Dónde está mi oxigeno? Más deprisa, que no llegamos. No puedo. Salta. No puedo. Salta. Inercia. Me estampo en tu espalda. Salta. Alejóp. Dos calles a caballito. Vale. Sigue corriendo. Flato. Ya… allí está la fila. Ya estamos, y aún no han empezado a repartir. Respira, respira. Que al salir de aquí hay que volver, a las siete es el musical. Respira, respira. Ya estamos en la fila.

Y por la acera una señora mayor pasea una tortuga.
Esta ciudad…

martes, marzo 20, 2007

En siete vive un gato

Los padres, hermanos, la prima y los tíos. Siete vidas alrededor de una bola pequeña peluda y suave. Tan pequeña. Y ya se ha ido, se ha cansado de los ladridos. Este gato vivió una, pero unió a siete. Y siete vidas tiene un gato.


domingo, marzo 18, 2007

Día verde

Esperamos a nuestros amigos, alegría, alegría que ya están aquí, nuevamente todos juntos. Y les llevamos a conocer a los nuevos amigos, ahora somos más. Entonces vamonos a cenar, que es St. Patrick’s Day y la gente lleva cargando con el termo por la calle desde las diez de la mañana. Salimos; si no vas de verde, un pellizco. Y si faltaba algo por ver, era a todos los millones de neoyorkinos y adoptivos venir en avalancha, todos de verde oscuro, clarito, fosforito, sucio, turquesa, pero todos verdes. Y los confundidos en las esquinas con faldas escocesas y gaitas, sin saber que San Patricio es de los irlandeses. Pero se lo pasan bien, y las faldas son verdes. Y cantamos nosotros en la acera, y un borracho se ofrece de maestro de orquesta. Estamos todos juntos, cantando, siguiendo a un borracho con ritmo. Estamos todos. Estamos verdes. Felíz día de San Patricio.

sábado, marzo 17, 2007

La risa más fuerte

Cuando pedimos una pizza y bajamos a por ella y no está el chico y nos volvemos y allí está. Y nos la comemos y nos tiramos horas y nos ponemos a charlar. Y son las dos de la mañana ¿y si salimos a jugar con la nieve? Y nos vestimos y abrigamos y a lo blanco nos tiramos. Y hacemos muñequitos y guerras, y en un grupo de cinco quedamos dos en un equipo; somos pocos pero fuertes. En las canchas de tenis hacemos dos campos y el que pase de la red, eliminado. Y alcanzo al enemigo, la nieve se deshace en el trayecto, queda escarcha en el abrigo. Y todos congelados. Una bola me ha dado, tocado. Mi compañero cae, hundido. A correr, que huyen. Y al subir las escaleras, cuidado están helados los escalones, si, ya me doy cuenta que me estoy resbalando. Dispara cuando te diga. Si, disparo, pero me he resbalado y estoy aquí abajo. Apúrate, que se escapan. Y todos empapados. Una, dos y tres, y la nieve se le mete por el pantalón, mira cómo corre, está gritando. Tengo el pelo frío ¿y tú? Oye, ¿No eran tres? Ay, me ha dado por la espalda. A por él. Le dimos, le dimos. Y las otras, ya se han ido. Y él se rinde. Hemos ganado. Vamos adentro a calentarnos y tiramos los abrigos y nos sentamos encima del radiador. Y son las tres de la madrugada. ¿Y ahora qué hacemos? Ya son más de las doce, feliz día de St. Patrick. Si no soy irlandés. Bueno, pero feliz día aún así. Pero si tampoco soy católico. Bueno, pero feliz día aún así. Pero si aún no es día. Bueno, pues algo hay que celebrar. Y celebramos todos. Y nos vestimos de nuevo y cruzamos dos avenidas sobre hielo hasta llegar a Cosmo’s. Unas tostadas y chocolate caliente. Qué risa.

jueves, marzo 15, 2007

Los juguetes

Por la mañana me picaba el pié, así que me rasqué. En clase me puse nerviosa y me temblaba la pierna, y al salir de clase me empezó a escocer la frente. Alguna alergia, o algo… Es que llevaba más de una semana sin pasear por la Quinta, y su falta ya comenzaba a afectarme.

Me eché la mochila al hombro, me compré un perrito caliente y encaminé hacia la grandiosa. Y es que aunque no se lo crean, al doblar la esquina y pisar la Quinta Avenida uno se siente diferente.

Entré en la famosa tienda de juguetes, FAO Schwartz, a la que también le hago una visita de vez en cuando. Enseguida me sumergí en la sección de peluches gigantes, y luego me pasé un buen rato en las estanterías de los juguetes hechos a mano. Más tarde subí las escaleras para ver el espectáculo del gran piano de suelo, que se toca con los pies.

Al seguir, evité la sección “Barbie” y me perdí casi una hora por los cuartos de ciencia y arte, descubriendo todo tipo de excavaciones arqueológicas, telescopios, microscopios, fósiles marinos, dinosaurios, y probando decenas de pinceles, ceras, acuarelas, rotuladores mágicos, tinta invisible, plastilina. Lo quería todo, así que no me compré nada.

Dediqué bastante tiempo al pasillo de Hanna Barbera, con los muñecos de mis dibujos preferidos: Los Picapiedra, los Supersónicos, el Gorila Magila, Tom y Jerry y el Oso Yogui. Después me mareé dando vueltas y vueltas alrededor de las maquetas de rascacielos y personajes de Star Wars construidos con piezas Lego. Curioseé un poquito los juegos de mesa antiguos de Perry Mason y los coches y triciclos de hojalata.

Por fin llegué a las hileras de cajas azules llenas de mundos de juguete. Me recordé pequeña jugando con los barcos pirata y los castillos y las naves espaciales de Playmobil. Allí tenía delante lo que, unos años atrás, para mí habría sido el mayor tesoro descubierto: cajas y cajas de diferentes colecciones —la escuela, el dentista, el policía, el supermercado, el marinero, el hospital, el conductor, el bombero, el vaquero, el ranchero—. En una esquina vi al granjero y me reí. ¿Cómo era aquél anuncio que ponían siempre en la época de Reyes?
- “Kikirikí, muy buenos días. Kikirikí, vais a tener.”
- “¿Es la granja de Playmobil?”
- “Si, si. ¡Aquí es!”

miércoles, marzo 14, 2007

Dos días de primavera. Y punto.

20° C esta mañana. Después de semanas de capas y plumas y gorros, nada era mejor noticia. Salí a la calle en manga corta y sandalias. La gente sonreía y ya no limitaban su mirada al suelo. El cielo era azul. Y se podía estirar el cuello, que no se destapaba del refugio de la bufanda. Todos íbamos ligeros sin abrigos, creo que incluso caminábamos más rápido. Ahora se pedían cafés con hielo, pero algunos estaban confundidos por este cambio repentino y seguían con sus tazas hirviendo. Algún despistado había que cargaba con el abrigo bajo el brazo. 14 de marzo, ya llegó la primavera. El tiempo anuncia una subida, mañana hasta 22° C. Qué bien. ¿Y pasado? Pasado no te pases. ¿Cómo es posible que de un día la temperatura baje dieciocho grados? A disfrutar del no-frío esta noche y mañana. Y adiós a los dos patitos (22), nos veremos en abril.

sábado, marzo 10, 2007

Por la 23

Andaba por la 23 cuando una paloma se posó en mi camino. Era una paloma extraña, blanca y grande, con las patas naranjas, los ojos azules y el pico largo y amarillo. Y tan rara era como raro me pareció mi descubrimiento; era una gaviota.

Allí en medio de toda la urbanidad y taxis amarillos, se me apareció una gaviota en la acera. Supe enseguida que podía esperar cualquier cosa.

No tuve que esperar mucho.

Cuando regresaba hacia casa, una marcha de la comunidad tibetana se manifestaba en contra de los Juegos Olímpicos en Beijing, con pancartas de “China robó mi país.” Por supuesto que no pude resistir el espectáculo y me paré en la esquina a observar.

Entonces una señora rubia, con aire de mística y un chal por encima se acercó y me preguntó, “¿Eres Budista?”

viernes, marzo 09, 2007

Resfriado

Cuando uno está resfriado en Nueva York y decide no salir por la noche hay que hacerlo de acuerdo con la tradición local:

1. Ponerse una sudadera dos tallas más grandes y pantalón de pijama.
2. Ponerse las chanclas de dedo con calcetines de rayas de colores (Si, tienen que ser chanclas de dedo y calcetines de rayas de colores).
3. Llamar a un Delivery, comida con entrega a domicilio.
4. Pedir alitas de pollo frito con salsa barbacoa y patatas fritas –y ensalada cesar para la comida del día siguiente-.
5. Esperar la llamada del delivery boy y bajar a por la bolsa de papel marrón con la comida.
6. Darle un Dólar de propina al delivery boy.
7. Dejar el olor a salsa barbacoa en el ascensor.
8. Comer hasta que se salten las lárimas con la salsa picante.
9. Suavizar con la salsa de queso para las patatas.
10. Beber agua.
11. Tirar la basura, limpiar un poco.
12. Tumbarse en la cama.
13. Poner una película en el ordenador.
14. Taparse con la manta.
15. Hasta mañana.

martes, marzo 06, 2007

Neoyorkina

Me instalé en la mesita al lado de la ventana y abrí el libro de ensayos. Leía sin prisa mientras me descongelaba las manos con el vaso caliente. La cafetería estaba llena; un chico ocupó la silla de al lado. Tenia un móvil pegado a la oreja.

- “Lo siento, no te dejo estudiar,” se disculpó al colgar. “Es por los negocios.”
- “Tranquilo, solo estoy leyendo. Es para clase.”
- “¿Periodismo?”
- “Eh… si,” respondí un poco asombrada. Se me vería en la cara que estudiaba periodismo. Se presentó:
- “Hola, soy Alby.” Le di la mano y sin darme tiempo a decirle mi nombre, siguió hablando. Venia de Miami y era músico, tocaba percusión. “Tú eres de Nueva York. ¿No?”

Vale. Este tipo de pregunta es una no-pregunta, que solo deja dar una si-respuesta. ¿Te gusta mi camiseta, no? ¿Vas a acompañarme, no? Es igual que las a-que-preguntas, como, ¿A que tú también lo crees? Solo dejan opción a responder Si. Si. Si.

- “Se ve,” dijo satisfecho.
- “¿Se ve!?”
- “No sé. Simplemente se ve que eres de aquí.” Ya decía yo que a esta mezcla chulapa y manchega le faltaba algo.

Rápidamente hice un repaso mental de mis pintas: Camiseta roja, sudadera negra con capucha, bufanda de colores, vaqueros, zapatillas verdes y amarillas, bolso en bandolera, abrigo blanco. Bueno, pensé… bufanda… sudadera negra… los zapatos de colorines podrían contar como elementos neoyorkinos. Talvez fuera eso. O quizás el café y el libro abierto, o el pelo. No, la melena no dice nada. Será mi moreno… o la etiqueta que llevo en la frente que pone Made in.

Me quedé sin saberlo. Solo repetía, “Se ve.. jeje.. se ve.” Y eso que hoy en día es difícil encontrar jóvenes neoyorkinos en la ciudad, me explicó. Como él, que venia del sur. La mayoría llegan de otras partes. Será que los jóvenes neoyorkinos huyen a Nebraska o se van a estudiar a Oklahoma City, digo yo.

Se levantó. Tenia que prepararse para la noche, que tocaba en un garito de St. Mark’s Place.

- “Bye, Alby!” me despedí.
- “¡Nos vemos por ahí, New Yorker!”

domingo, marzo 04, 2007

Escala en Detroit

Otra vez estaba en Detroit. Y otra vez solo “pasaba por ahí.”. Quizás la próxima vez que vuelva sea para conocer la ciudad y pueda cantar de verdad aquella de Hello, Detroit, you’ve won my heart. Por ahora solo canto Hola aeropuerto-de-Detroit, te has ganado mi corazón.

Primero embarcamos tarde porque había que oxigenizar la cabina. Una vez abrochados los cinturones y apagados los móviles, sonó el Capitán por el altavoz. El aeropuerto de destino estaba cerrado por mal tiempo y no habría vuelos de llegada ni de salida en como mínimo una hora. Había luna llena.

Algunos maldijeron, otros reclinaron el asiento hacia atrás. Algunos salieron a la terminal para buscar de cenar –cuando la azafata aseguró que no había peligro de que el avión despegara sin ellos, pues parte de la tripulación también saldría a comer-.

Pero yo me quedé en mi asiento, tenia todo lo que necesitaba. Abrí la mesita y saqué la bolsita del viaje. Avisé que no me esperasen despiertos (y aun así me esperaron). Encendí mi música. Con un bocadillo y unas galletas preparé mi campamento en el 21-F, ventanilla. Cené retales como mi abuela, y la tortilla fría como le gusta a mi padre.

Cuando despegamos, la luz de la luna se reflejaba en la inmensidad de los Grandes Lagos. Al aterrizar, sobrevolamos el río Hudson. Ahora, desde mi ventana, brilla la luna en el río Este.

Nos faltabais dos

Charlando contigo en la cocina, escuchando a Joaquín Sabina… No me importa la cena, ni el jamón ni el queso; Tomar juntas el aperitivo, no hay nada mejor que eso. Vamos a jugar con la nieve, y acabamos jugando en ella. Nos zambullimos en el patio blanco, hacemos un muñeco –en el hielo nos resbalamos, los charcos los rompemos, los cubitos los pisamos, las canciones tarareamos, moldeamos los sofás y de la otra mitad nos acordamos.

viernes, marzo 02, 2007

Un vión

Después de siete horas viajando (y aún quedaban otras dos) a lo ancho del país para no haber cruzado más allá de la mitad, parecía que por fín íbamos a despegar. El vuelo de Nueva York salió a las 16.40, con casi dos horas de retraso -y gracias que no lo cancelaron- y había aterrizado en el aeropuerto de Minneapolis, Minnesota tres horas más tarde. Sin saber por qué milagro, el avión de conexión todavía me estaba esperando cuando llegué corriendo a la puerta de embarque. Y no se por qué otro milagro el plan de vuelo seguía en pie; afuera nevaba con furia y las pistas debían ser moquetas blancas. Este avioncito me llevaría a mi destino final: Green Bay, Wisconsin. Y allí me estaría esperando mi amiga con un abrazo. Pero todavía no habíamos despegado, y el Capitán anunció que tendríamos que esperar mientras deshelaban el avión, o sea, una grúa-aspiradora chupaba la nieve acumulada en el techo de la nave y la escupia a la pista. Creo que por cortar el silencio, mi vecino de la izquierda quiso iniciar una conversación. Me dijo que venía de Nueva Jersey, había perdido su vuelo de Michigan por eso venía por Minessota... Y luego me preguntó que si era la primera vez que volaba. Le dije que había volado un par de veces más.