Me instalé en la mesita al lado de la ventana y abrí el libro de ensayos. Leía sin prisa mientras me descongelaba las manos con el vaso caliente. La cafetería estaba llena; un chico ocupó la silla de al lado. Tenia un móvil pegado a la oreja.
- “Lo siento, no te dejo estudiar,” se disculpó al colgar. “Es por los negocios.”
- “Tranquilo, solo estoy leyendo. Es para clase.”
- “¿Periodismo?”
- “Eh… si,” respondí un poco asombrada. Se me vería en la cara que estudiaba periodismo. Se presentó:
- “Hola, soy Alby.” Le di la mano y sin darme tiempo a decirle mi nombre, siguió hablando. Venia de Miami y era músico, tocaba percusión. “Tú eres de Nueva York. ¿No?”
Vale. Este tipo de pregunta es una
no-pregunta, que solo deja dar una
si-respuesta. ¿Te gusta mi camiseta,
no? ¿Vas a acompañarme,
no? Es igual que las
a-que-preguntas, como, ¿
A que tú también lo crees? Solo dejan opción a responder Si. Si. Si.
- “Se ve,” dijo satisfecho.
- “¿Se ve!?”
- “No sé. Simplemente se ve que eres de aquí.” Ya decía yo que a esta mezcla chulapa y manchega le faltaba algo.
Rápidamente hice un repaso mental de mis pintas: Camiseta roja, sudadera negra con capucha, bufanda de colores, vaqueros, zapatillas verdes y amarillas, bolso en bandolera, abrigo blanco. Bueno, pensé… bufanda… sudadera negra… los zapatos de colorines podrían contar como elementos neoyorkinos. Talvez fuera eso. O quizás el café y el libro abierto, o el pelo. No, la melena no dice nada. Será mi moreno… o la etiqueta que llevo en la frente que pone
Made in.
Me quedé sin saberlo. Solo repetía, “Se ve.. jeje.. se ve.” Y eso que hoy en día es difícil encontrar jóvenes neoyorkinos en la ciudad, me explicó. Como él, que venia del sur. La mayoría llegan de otras partes. Será que los jóvenes neoyorkinos huyen a Nebraska o se van a estudiar a Oklahoma City, digo yo.
Se levantó. Tenia que prepararse para la noche, que tocaba en un garito de St. Mark’s Place.
- “
Bye, Alby!” me despedí.
- “¡Nos vemos por ahí,
New Yorker!”