lunes, septiembre 29, 2008

Londinadas

(Del barrio chino, Chinatown)
Tía: - Vamos a china-chaun.

(Preguntando que cuánto es)
Jose: - Cuan, cuan… cuanchu?

María: - Molan mazo la tipículas.
Paloma: - ¿Eh?
María: - O sea, la típicas casas de las películas.

Señor: - Thank you.
Tío: - Nothing!

Paloma: - Dice que vende uno por £7 y dos por £5.
Mamá: - Ah, pues venga, yo te ayudo a comprar.

(Del barrio Covent Garden)
Tía: -Vamos a Goben Guarrous.

(Gritando al otro lado de la calle)
Paloma: ¡Tío, Alberto!!
María: ¡Alberto, papáaaa!
(Ni caso)
María: ¡¡Cabrones!!
(Nos vieron enseguida)

Tía: ¿Qué significa “underground”?
Paloma: Metro.
Tía: Ah, ya decía yo que todas las estaciones se llamaban igual.

(A Paloma por un oído)
Alberto: ¡Qué cosas tan interesantes!
(A Paloma por el otro oído)
Lidia: Me aburro.

Paloma: Mentirbear.
Alberto: What?
Paloma: Mentir-oso.

(En la Torre de Londres)
Mamá: Este es el foso de los traidores. Ahí unos morían comidos por los cocodrilos y otros… del asco.

(A la camarera)
Paloma: ¿Hablas español?
Chica: Si, soy de allí.
Paloma: Ah, ¿eres de español?

(Al camarero)
Tía: Excuse me, no leche.

(Pidiendo las órdenes en español a la española)
Paloma: Pues… medio pollo con patatas y pan de ajo.
Jose: Joé, Paloma, qué bien hablas inglés.

Mamá: Mi madre decía que la casera se comía los glóbulos rojos, y yo cada vez que tomaba casera me imaginaba ahí todos los rójulos.

Tía: ¿Llegaremos? Probablemente estará cerrado. Probablemente será de noche. Y probablemente estará lloviendo.

Paloma: Ya habéis llenado una página, callaos un poco.
Tía: Cariño, pero a mi no me apuntes todas.

María: ¡Esta hay que apuntarla! Espera… mamá, repite.

(Tomándole una foto a unas turistas)
Tío: ¡Guapísimas!
Jose: Wonder!

Tía: Pues era judía. Pero no tenía la nariz.
Alberto: Ya, es que ese día no la llevaba.

Mamá: No te preocupes, hermana, que de mi también tienen tonterías apuntadas.
Tía: Ya serán viejos. Y además hijos nuestros.

Paloma: A ver si aprendes a hablar antes de pensar.

Señor: - Excuse me, where is Buckingham Palace?
Alberto: - Go straight, and turn first on the left…
Señor: - Thank you… ¡Imna, que es por aquí!

miércoles, septiembre 17, 2008

Puerto Rico IV

Aparcamos la guagua frente a las salinas rojizas que dan el nombre al pueblo, y con el sol picante en el cielo, caminamos hasta el Faro de Cabo Rojo. Entramos al faro. Los primos, Ana, Guillermo y yo nos hicimos fotos con las ventanas abiertas y con el mar al fondo, curioseamos las paredes de la estructura, que estaban recubiertas con folios escritos, y vimos en cada silla y mesa una edición distinta de La Odisea. Subimos las escaleras de caracol y contemplamos los azules y naranjas: el cielo y el mar, el sol y la sal, las rocas.

Alejados del precipicio pero por encima del acantilado hicimos la caminata. Bañador, vestido de playa, gafas de sol, gorra, chanclas… ese más o menos era nuestro atuendo cuando cruzamos Playa Sucia, donde el agua es límpida. Empezamos a subir por un camino de piedra y arena cuando a Ana se le rompió una chancla. Risas.

El primo Orlandito le ofreció uno de sus “crocs”, y quedó él medio descalzo, caminando por la arena ardiendo y sobre piedras puntiagudas.

Así entre ay, no hace falta, gracias, vamos, ya casi, llegamos a nuestro destino: una piscina natural bajo el acantilado, donde entraba agua con la marea, frente a unas cuevas con arcos de postal. El agua era transparente, el día soleado y allá que nos fuimos. Bajamos con cuidado de roca en roca, y al meter el pie en el agua resbalamos suavemente por los lados terciopelados de las rocas sumergiéndonos en aquél jacuzzi paradisíaco.

Al salir rompió una ola en el justo momento en que Ana se ponía de pie (para variar), y Ana se fue. Que si estás bien, que si qué raro en ti… Y a los dos segundos de estar al sol estábamos más secos que la mojama. Iniciamos el descenso hacia la playa otra vez y, otra vez, Ana rompió su chancla. La otra.

El primo debió de pensar que allí se las arreglase cada uno como pudiese, porque él se iba pinchando por el camino, así que el ingenio creó unas chanclas mega-fashion, sujetas al pie con una goma del pelo. Y tan chula siguió andando.

Ya todos sanos y salvos bajo el chorro del aire acondicionado en la guagua, seguimos viaje a La Parguera, en Lajas. Desde un pequeño muelle donde se “proivía” pescar, embarcamos en la lancha de Damián y su amigo, que nos llevaron alegres dando botes en el agua y con el viento enredándonos la coleta, hasta la isla Caracoles.

La isla consiste en un montón de mangles enraizados en arena llana, cuyas raíces sobresalen en la superficie. Como todos los domingos, las lanchas y barquitas de cada familia anclaban alrededor de la isla, y como el agua no cubre, mayores y pequeños se relajaban en el mar… Nos tiramos al agua y e hicimos un corrillo de charleta, fresquitos, con una cerveza en la mano. En la mano de Orlando una estrella de mar se amoldaba lentamente a la forma abierta y a veces cerrada de su puño. Mirando hacia abajo veíamos bien las uñas de nuestros pies. Decidimos nadar un poquito, con cuidado para no pisar las anclas. Pasamos una lancha salsera, otra llena de jóvenes escupiendo reggaetón, y de pronto vimos unos pinchos flotando. Flotaban en una barca con una barbacoa; en una sombrita un señor con sombrero escuchando merengue hacía su agosto (literalmente) vendiendo pinchitos a dólar y medio.

Nos metimos por un canal que desembocaba a mar abierto, pero nos quedamos dentro del pasadizo, que parecía el patio de un colegio, lleno de niños jugando y tirándose al agua desde los árboles.

Había dos cuerdas que se usaban como lianas, una bajita para los más pequeños, y otra que colgaba más alto para los más osados. Guillermo, Ana y yo nos quedamos enganchados a unas raíces para flotar cómodamente sin tener que hacer esfuerzos contra la corriente, y nos quedamos viendo divertidos cómo se tiraban unos y otros. Una que estaba borracha, lista para lanzarse, allí arriba frente al público, se quedó en pelotas. Las carcajadas rebotaban entre las raíces de los manglares como truenos a la vez que los flashes de los amigos relampagueaban la escena. Otra, muy decidida saludó a sus amigos abajo, se agarró con fuerza a la cuerda y se lanzó. Pero tan fuerte se agarró que no se soltó, y la cuerda empezó a volver a su sitio con ella aún colgada. Culetazo contra el árbol, y entonces ya sí cayó al vacío como una mosquita.

No entenderé nunca cómo ni porqué después de ver todo eso a Ana le dieron ganas de hacer de Chita.

Se subió a las raíces y se acercó a la primera cuerda, pero debió de pensar que era poca cosa y quiso llegar a la más alta. Pisando descalza y mojada, manteniendo el equilibrio de raíz en raíz, sujetándose en una rama, impulsándose con la otra, despacito pero segura, llegó a la cima. Orlando le explicó dónde poner el pie, qué movimiento hacer primero, cómo sujetar la cuerda y como demostración, se tiró. Ana puso el pie en el tronco que le había indicado, hizo el movimiento que tenía que hacer y al querer agarrar la cuerda, desistió.

¿Cómo va a ser!? Desde abajo la animamos, pero decidió nuevamente hacer todo el recorrido pianito, pianito hasta la primera cuerda. Del agua a donde ella estaba parada había un escalón. Venga, vamos, tírate, tú puedes. Cogió la cuerda, la agarró con ambas manos, nos miró, la miramos, el público esperaba, vaciló dos segundos, echó los ojos al cielo y con cara de desmayo o resignación soltó la cuerda y dio un saltito al agua. Chof.

Hubo un par de segundos en silencio de incredulidad. Luego la burla explotó y las risas nos acompañaron por el resto de los días. Guillermo lloraba de risa, y a mi me llevaba la corriente, pues no podía reírme de esa manera y a la vez luchar contra la fuerza del agua. Ana nos mandó a algún sitio y se lo tomó con mucha deportividad, intentando declarar su (equivocada) versión de los hechos.

Para que no se enojase demasiado, por la noche, bañaditos, limpitos y sequitos nos fuimos a inflarnos de palomitas y coca-colas al cine de Mayagüez. Después de habernos pre-inflado de arroz, carne y guineos maduros en la cocina de la abuela. Después de la peli dimos una vueltita por la plaza del pueblo y, ya en casa tomamos un vasito de leche y a dormir. Un día tan perfecto como otro cualquiera.


sábado, septiembre 13, 2008

Puerto Rico III

A la cascada del Salto Curet, allá arribotas en las montañas, curvas, y curvas, y curvas… Tres vehículos en caravana buscando el Salto pero sin preocupaciones, pues como dijo el agrónomo Señor Flores “de Puerto Rico no salimos.” Iba escalando la guagua -la Pikachu- por los caminos, deshaciendo valles, raspando guineos (platanos) y cafetales. Llegamos a un pueblecete empingorotao en tres cuestas, sin faltar la torre de la iglesia en el centro. El pueblo es Maricao, cuyo gentilicio propicia alguna burla.

No encontrábamos el camino, y bajamos la ventanilla para preguntar a un matrimonio mayor que tomaba en no-fresco en su porche.

- Para el Salto Curet, por favor.
- Mira, mihijo, baja por ahí y a la derecha te vas a encontrar un cartel gigante de un Popular (un político)…
- Aha..
- ¡Lo rompes en cuatro!
- Jaja..
- Y sigues por ahí.
- ¡Gracias!

Finalmente llegamos. Aparcamos las guaguas y nos echamos al hombro las toallas y la merendeta, y todavía nos esperaba la travesía hasta la cascada con los amigos, los abuelos y los papás. Sujetando bolsas, cruzando el río de piedras, ayudando a unos y a otros, y al final el abuelo fue el primero, que saltaba de roca en roca y tiro porque me toca.

Allí estábamos con la familia y con amigos… ¡chapuzón! Un baño fresquito, vamos, dale, hasta la cascada, acércate acércate, toca la roca. El agua caía en nuestras cabezas, en la espalda nos masajeaba, y poco a poco nos empujaba hacia fuera. Entonces nos pusimos panza arriba a mirar el cielo, las rocas, la vegetación cerrada y unos insensatos que escalaban descalzos, pues CHOF, se les cayó una chancla… y el ruido del agua, el calor y el fresquito…

Merendamos allí todos, y de vuelta paramos en Lares; Otro par de horas de curvas para tomarnos en la plaza del pueblo los famosos helados de sabores raros: batata, ajo, zanahoria, “requezón,” etc. Riquísimos.

Por la noche paramos en Mayagüez, y dada la fama de “comer como mosquitos” que nos habían adjudicado sin razón, cuando el camarero me trajo un filetusco de carne roja y jugosa con patatas la abuela soltó una carcajada y empezó a aplaudir.

No dejé ni rastro en el plato, pero dio tema para amenizar la noche.

Además, eso del espanglish también dio juego. El abuelo empezó una conversación con el primo Orlandito.

- ¿Cómo se dice zipper en español?
- Esa la sé, cremallera.

Y como diciendo, ahora te voy a pillar, pregunta, “¿Y dressing?” Y como diciendo, no me vas a pillar, contesta, “¡Aderezo!”

Luego nos dicen que los españoles ceceamos. Pero la explicación es que en Puerto Rico se enseña que la Z se dice ceta aunque luego nadie pronuncia la C. Pero la cosa es que se enseña que la C se dice se, por lo que lógicamente entonces, los que ceceamos somos nosotros. Para ellos.

También en Puerto Rico, más en la parte central de la isla, se arrastran las erres. Las erres las dicen como nuestras jotas. Y a la jota le dicen hota, aspirada.

De ahí que la abuela me corrigiese: “No se dice jengibre, se dice henhibre.”
Para ella de la forma en que yo lo pronunciaba se escribiría renribre.

Y eso no era lo que yo quería decir. Qué risas.


viernes, septiembre 12, 2008

Puerto Rico II

Saliendo de Cidra, paramos en el monumento al Jibaro. Bajo el cielo azul había un árbol solitario en una montaña, y dos picos que se llaman las Tetas de Cayey. Foto y foto, por supuesto. En la carretera y en pleno tráfico pasamos a un tipo tumbado en una hamaca, colgada entre dos palmeras del arcén. Él estaba soñando. Y parecía que nosotros también…

Llegando a Ponce nos perdimos. -Después entenderíamos que Ponce y Perderse van siempre juntas-. Pero al fin llegamos al Castillo Serrallés, donde la familia de origen catalán cultivaba caña de azúcar para la producción de ron. Después volamos a la Hacienda Buenavista; entre riachuelo y molino descansaban las tablas para secar el grano de café.

En la plaza de Ponce nos tomamos varias fotos en el Parque de Bombas, y me reencontré con la tienda de la esquina, que burlando mi memoria no está realmente en una esquina. Un señor junto a la fuente vendía quenepas. ¡Ahora estábamos realmente en Ponce!

A la guaga de nuevo, y pronto llegamos a La Parguera…donde eternamente suena el merengue en la tierra y en el mar brilla la oscuridad. El barco nos adentró en la bahía, y con el favor de la noche pudimos ver el mar fosforescente.

Probamos la sangría “Coño”, y una vez resuelto eso emprendimos viaje a Cabo Rojo. Conocimos a la Abuela, al Abuelo y al primo Orlandito. Allí nos dimos una panzada de cena de arroz y carne encebollada. Cuando yo ya no podía más y seguía habiendo una montaña de arroz en mi plato, respiré hondo. Había mucho arroz. Y todos se reían de mi.

Al día siguiente fuimos a las Cuevas de Camuy, donde nuestra guía intelectual nos pidió que no le preguntásemos mucho sobre los tipos de árboles porque ella no era experta en fauna.

Visitamos también el Radar de Arecibo, el centro de astronomía más importante del planeta. En el camino compramos turrón de coco: Al primer mordisco mi cara se desconfiguró y solté horrorizada: ¡es pura azúcar! Los dieciséis días siguientes me estuvieron tomando el pelo por ello.

En la cena había pasta. Pedimos queso rallado y nos lo alcanzó el Abuelo, que me dijo como quien no quiere la cosa: “Ana todavía puede engordar un poquito más. Tú estás bien.”

Claro, pero sin embargo me seguían haciendo respirar hondo.

Por la noche, ya cenados y duchados, nos fuimos a tomar un café payaso a la plaza de Cabo Rojo. Payaso porque había dos dedos de café y el resto eran nubes de azúcar, motas de chocolate y aderezos de colores. Pero como buen payaso, nos sacó alguna carcajada.

Nos fuimos de marcha a Boquerón. El calor acompañaba a la noche y nosotros, en excelente compañía, no dudamos en refrescarnos con una Medalla. ¡Hay que consumir local! Nos tomamos la cerveza con los primos junto a la playa, rodeados de chiringuitos y bailongos… la salsa de Marc Anthony empezó a sonar.


viernes, septiembre 05, 2008

Puerto Rico I

Me bajé de la guagua y al instante escuché, por primera vez desde hacía años, el cantar del coquí. Esa noche cené pollo empanado con tostones, crema de plátano y jugo de china (naranja). Empezábamos bien.

El viaje a Puerto Rico se proyecta en mi mente como un sueño en el que las imágenes se cruzan, se disparan, a veces en blanco y negro y otras en color; el color del sol y del mar, se funden, confunden, se difunden, se escapan y es inútil tratar de aguantar esa imagen que se va, pero lo mejor del sueño es que fue real. Sueña conmigo:

Sueña con el Viejo San Juan, el calor pegajoso en los brazos, la emoción brillando en tus ojos, los zapatos pisando los adoquines azules, recorriendo callejuelas de fachadas rosas, amarillas, celestes, veldes y turquesas. Los azulejos antiguos de La Bombonera, adentro el aire acondicionado es un alivio y el desayuno de siempre un manjar; una mallorca (ensaimada) rellena, jugo y café. Sígueme dirección al mar, al Fuerte de San Cristóbal. El sol en la espalda, la sombra de la cúpula del Capitolio, caminata al Fuerte San Felipe del Morro… la gran explanada verde frente al mar, contenida por murallas de los tiempos de Conquista… Una cometa. Lánzala al viento, suelta el hilo, déjala volar, vuela tú, déjate llevar; vuela la chiringa, la tuya será la que vuele más alta. Vuela con la brisa del mar.

Entonces vente conmigo, no abras los ojos aún. Anda a mi lado por el Paseo de la Princesa. Bordea la entrada a San Juan, rodea las murallas de la ciudad, desafía al sol… y luego ríndete ante el calor y adéntrate en sus calles protegidas con los árboles y escala la Caleta de San Juan.

Un flash y otra imagen… una barra, un guacamayo y tres sonrisas. Refréscate con una piña colada en Barrachina, que esta noche cenaremos pana hervida, ñame con aguacate –watercate- y bacalao.

Un juego y gana la que no sabía jugar. Los coquíes siguen cantando y nos acompaña la gente buena. Así que a dormir, que mañana hay que madrugar, no hay tiempo que perder. Sueña ahora que sueñas.