sábado, marzo 24, 2007

A paso de tortuga

Salté de la cama y en pocos minutos cruzaba la calle, con mi café en la mano y camino a clase. El metro llegó justo a tiempo y me tiré de cabeza dentro del penúltimo vagón. Subí las escaleras, me acomodé en mi pupitre y empezó la clase.
A la una en punto salí de allí como un rayo, con el teléfono móvil en la mano, donde estás, donde quedamos, para donde voy. Y allá voy, a la carrera, porque tenemos entradas para una obra y la cortinas se abren en tres cuartos de hora. Me dará tiempo. Al túnel otra vez, trasbordos, gentío, esquivar esquivar esquivar, allí en la esquina, ahí está el teatro. He llegado, corre que no entramos. Nos sentamos y empieza la función.
Plas plas plas, aplauso. Nos levantamos, saltar escalones abajo. En veinte minutos reparten entradas gratis para ser “público” en un programa de televisión. Subir once calles, atravesar cuatro avenidas. Locura. A correr. El abrigo. Mochila al hombro. Deprisa. Corre. Lengua fuera, ¿Dónde está mi oxigeno? Más deprisa, que no llegamos. No puedo. Salta. No puedo. Salta. Inercia. Me estampo en tu espalda. Salta. Alejóp. Dos calles a caballito. Vale. Sigue corriendo. Flato. Ya… allí está la fila. Ya estamos, y aún no han empezado a repartir. Respira, respira. Que al salir de aquí hay que volver, a las siete es el musical. Respira, respira. Ya estamos en la fila.

Y por la acera una señora mayor pasea una tortuga.
Esta ciudad…