miércoles, julio 25, 2007

Bajo tierra

El Señor de Sipán nos atrajo a su tumba real, llamándonos con su oro. Su corona y su máscara dorada, y su falda de cascabeles le adornan. A su lado había esqueletos de mujeres, un perro y una llama, enterrados vivos para seguir al señor en la otra vida.

En otra tumba un sacerdote sostiene una copa de sangre, el tumi (cuchillo) de los sacrificios, y su oro precioso.

En la tierra yace también el Viejo Señor; pectorales de los metales más preciados en forma de tentáculos de pulpo.

Las huacas (templos) de adobe se han ido derritiendo y parecen simples montañas. Pero bajo la tierra están ocultos los antiguos reyes. Bajo la arena queda enterrada la cultura Moche, y los Chimú se secan al sol.

sábado, julio 14, 2007

Pero... porómpom.

Manolo Escobar... buuu feo aburrido baaa antiguo...

Pero a uno se le pone la piel de gallina cuando, lejos de España, le cantan el Porompompero.
Y más cuando se lo bailan un primo de Montiel y una tía de Bienservida.
Porompompóm...

martes, julio 10, 2007

A propósito

Una amiga mia está en China y en su blog explica las diferentes maneras de decir PRIMO. Divertida y asombrada, se las leí a mi madre, y me dijo, "Pues anda que si tú te pones a hacer recuento..."

Así que he hecho recuento, claro. Aquí está:

Blanca y María M. son mi "Gubiaojie," que significa "hija de tía paterna y mayor que yo."

Alberto es mi "Yibiaoxiong," que significa "hijo de tía materna y mayor que yo."

Dolores y Carmen son mis "Tangmei," que significa "hija de tío paterno y menor que yo."

Turruchel y Carlota son mis "Gubiaomei," que significa "hija de tía paterna y menor que yo."

Miguel es mi "Tangdi," que significa "hijo de tío paterno y menor que yo."

María G. es mi "Yibiaomei," que significa "hija de tía materna y menor que yo."

Juan Carlos y Vicente son mis "Gubiaodi," que significa "hijo de tía paterna y menor que yo."

Ahora sólo me queda aprender cómo decir en chino ALBACETE.


lunes, julio 09, 2007

Cuando un amigo se va... escribe un mal poema

Hasta aquí llegamos, dijiste,
Así te despediste.
Pero sólo por hoy,
Otro día te veo, aunque no sea mañana.
Porque amigos...
Unos vienen, muchos siguen
Otros llegan y se quedan.

Nosotros no en el mismo sitio,
Pero amigos nos quedamos.

Hablamos de cacas y de mocos,
Y como amigos no somos pocos,
Tambien de anécdotas y viajes,
De sitios y suertes...
Y por suerte,
Seremos amigos para siempre.

jueves, julio 05, 2007

La cena

Anoche estábamos invitados a cenar en casa del Embajador de España en Lima. Nos arreglamos y emperifollamos como corresponde, pero la elegancia dijo tururú cuando los seis subimos a la furgoneta.

Bajamos por la Costa Verde con el brum-brum y fuimos bordeando la orilla, con las luces de la noche reflejadas en el mar, hasta llegar al barrio de Barranco. En la casa del Embajador paramos, y en la puerta nos esperaban un guardia y un señor que nos guiaría adentro, pero nunca sabremos lo que pensaron al ver tal escena. Frente a ellos había parado una furgoneta gris con capacidad para quince, de ya hace unos años, llena de gente que no pegaba para nada con el transporte. Nosotros abrimos la puerta deslizante de golpe con un clánc bastante fuerte, y fuimos bajando de una en una, como si nada, con vestidos y chaquetas, con previos arreglos de peluquería algunas, con camisa y corbata unos y con chal y tacones otras, retirándonos el pelo de la cara y diciendo Buenas noches.

Cruzamos el jardincillo intentando no meter el tacón en la hierbecilla entre piedra y piedra, y nos abrieron las puertas de la casa.

Pisamos el suelo de la entrada, construido con un puzzle de baldosillas antiguas, vimos los azulejos preciosos de los escalones, la gran barandilla de la escalera y el techo de madera tallada, traída de Centroamérica.

Pasamos al salón de la izquierda, donde un gran tapiz cubría la pared del fondo. Había un arco blanco de madera que separaba el salón de la sala del piano de cola. En el piso había varias alfombras de distintas partes del mundo, en las cómodas, fotos del Rey y del Príncipe, en las mesitas bajas había cajitas y ceniceros de plata, y cinco percheros de pie con uniforme antiguos de la Guardia Real. Como luego nos explicó, el Embajador era coleccionista, un gran entusiasta de la historia, y un experto en temas de ejércitos, regimientos, uniformes y batallas.

Admirábamos todos esos tesoros cuando entró el Embajador, Julio Albi, a darnos la bienvenida. Yo ya le conocía porque venía él sentado delante de mí en el último vuelo Madrid-Lima, y también porque está en el fondo de una foto de mi padre con el Príncipe, en la mesita pequeña del salón de mi casa, al lado del huevo de mármol.

Julio Albi encaja perfectamente en la imagen estereotipo de “señor embajador.” Es alto y canoso. Vestía una chaqueta oscura con botones dorados y un pañuelo doblado en el bolsillo, camisa amarilla con corbata verdosa, pantalones grises, calcetines oscuros y zapatos negros. Tenía el pelo canoso y ondulado, y un bigote de esos que se enrollan. Un total caballero español.

Fue muy agradable. Nos hablaba de las últimas batallas de San Martín y Bolívar, el desenlace de la independencia de cada país, de detalles nunca explicados en libros de texto, y de matices jamás mencionados. Tomábamos un aperitivo de Jerez con tortitas de cebolla mientras mi tía Mónica y él nos contaban cómo escribieron un libro juntos, y a mi se me caía el moco literalmente. Se me había olvidado tomarme el Frenadol, y yo sentía la gota bajando. Yo tenía un Kleenex en el bolsillo de la chaqueta, y con cuidado lo sacaba de vez en cuando y me limpiaba, pero sin soplar, porque eso no estaría nada bonico, que diría mi Abuela. Luego se cayó un cojín al suelo y mi tía Aurora lo recogió enseguida con movimientos de cisne, como si tal cosa, sin que nadie diese señales de haberse enterado. Mi tía María Dolores puso su copa en el posavasos de mi madre, y mi madre se lo dijo. Ella se dio cuenta y se lo fue a devolver y en esto se chocaron sus manos —todo esto en silencio mientras el Embajador hablaba—, y de pronto apareció el guante blanco de un camarero con un posavasos más.

Hay que decir que toda esta patosería fue elegantemente disimulada y de nada se enteró el señor Embajador. O tal vez por diplomacia decidió no verlo.

Pasamos al comedor, donde nos sirvieron salmón ahumado con espárragos, lenguado con papas redondas y pimiento, y un flan de almendras de postre. Un menú muy diplomático. Bebimos el Rioja que nosotros habíamos llevado, y todo fue presentado en vajilla grabada con el escudo español.

Creo que todos disfrutamos mucho de la conversación, de la degustación y del privilegio de cenar con el Embajador en petit comité. Pero lo mejor de la noche estaba por llegar.

Regresamos al salón para tomar el café o menta, según la elección de cada uno, y siguió contándonos sus impresiones del Perú. Dijo que Arequipa era una ciudad maravillosa, que su Plaza de Armas era especial, que el Convento de Santa Catalina era único, y otras verdades con las que mi madre y yo estábamos muy de acuerdo y que mis tíos iban a comprobar en los próximos días de su viaje.

Cuando pareció oportuno, nos levantamos para despedirnos. A mi tía María Dolores se le salió un zapato y yo miré para otro lado, no vaya a ser que me de un ataque de risa. Nos hicimos todos una foto junto al piano. Cruzábamos el salón para salir a la entrada, despacito mientras mi tía Mónica y mi tío Arturo hablaban con Julio, cuando a María Dolores se le enganchó el tacón en los hilos de una alfombra y se le volvió salir el zapato. Yo apreté los labios y aguanté. Pero mi tía entonces dijo, “Ay, que se me va el zapato.” Y en efecto, el zapato estaba a medio metro ya, y mi tía lo perseguía con el pie desnudo; miré a mi madre y mi tía nos miró a las dos y ya no lo pudimos resistir. Se nos escapó una risita, creemos que el Embajador no se dio cuenta, pero mientras mi madre y mi tía recompusieron sus caras enseguida, yo me giré y me mordí el labio, me entraron sudores y me acordé de mi padre y de mi Abuela. Pues vaya herencia me han dejado.

Por fin nos despedimos, y Julio muy agradable. Dijimos que habíamos estado muy a gusto y que había sido un honor.

Subimos a nuestra furgoneta querida y escacharrada, estallamos en carcajada, y nos escacharramos nosotros también.

lunes, julio 02, 2007

Oro de unos, mierda de otros

Ayer fuimos a Paracas atravesando dunas desérticas dirección sur, y llegando a la playa subimos a una lancha para acercarnos a las Islas Ballestas. Allí no se puede desembarcar, pues las islas están protegidísimas… por los pingüinos, los leones marinos, y todas las aves.

Hay zarcillos, pelícanos y cormoranes que vuelan sobre las Ballestas. Todas son aves guaneras. Los excrementos de estas aves se utilizan para hacer combustible.

¿Alguna vez te han mandado al guano? Pues te han mandado a la Mi----.

El guano se acumula en la superficie rocosa y se recoge cada siete años. En cada intervalo de estos se acumulan hasta 70 toneladas de guano, que luego se vende a más de $10 el kilo, convirtiendo al propietario en asquerosamente –nunca mejor dicho- rico.

De vuelta a Lima, paramos en la playa de Asia. En la arena había un enjambre de gaviotas. Nos acercamos y salieron volando, y descubrimos el tesoro que allí buscaban.

Había un par de redes recién abandonadas con pesca desechada; un montón de pejerey enredados en las mallas. Empezamos a coger los boqueroncillos por las colas y los lanzábamos al aire, que los pájaros, así, pescaban y saboreaban al vuelo.

Desperdicios de uno, es tesoro de otro.

Ya los Incas, los Mayas y Aztecas, todos cosechaban y cuidaban el maíz como lo más valioso del mundo.
Y ya los conquistadores morían por el oro de estos pueblos, que tan sólo era para ellos “la caca de los dioses.”

Oro de unos… mierda de otros.