domingo, octubre 28, 2007

Los dias buenos

"Buenos días" se dice al despertar como anticipo de lo bueno que nos espera. Al acostarse, creo que en vez de Buenas noches debería hacerse una valoración de la jornada, diciendo que ha sido un día bueno. Si es que lo ha sido. Y si no, pues te tomas tu leche con galletas, y mañana será otro día (A partir de las doce de la noche, claro). Que por cierto, en Colombia te dan los buenos días desde la media-noche. Claro, como ya es otro día, qué listos. Pero está bien, así no tienen que inventarse otro saludo/despedida para esas horas… ¿Buena madrugá?

Sería tontería. Y por la tarde no hay que decir Buenas tardes, porque si ya se ha dicho Buenos días, ya vas servido para todo el día… no es como en inglés que el Gudmornin sólo les vale por la mañanita, luego Gudafternún, Gudífnin, Gudnái… eso ya es petetería. En español con el Buenos días vamos sobraos… además, como no es Buen día, sino Buenos, tenemos para toda la semana. Vamos, que lo dices una vez de pequeño y ya no tienes que volver a dar los buenos días en tu vida.

Yo ya me voy a dormir. Y haciendo recuento, me despido con “Buenos días.”

martes, octubre 23, 2007

Madrid horizontal

Por las mañanas temprano mientras espero en la cuesta con el freno de mano subido, los intermitentes intermitando, con el tiempo en los talones (o en las ruedas traseras) y los coches de atrás pitando… podría parecer estresante. Pero levanto mis cejas de pelo-pincho y veo a lo lejos unas torres invertidas, que son Madrid y lo representan, y llega mi amiga. Nos vamos. Y Madrid se queda atrás, pero ya me ha dicho Buenos días.

De vuelta a casa, en tranvía, al final del día y en algún punto de la línea 2 del metro ligero, las vías se hacen tan ligeras y los vagones tan livianos, que en una curva se descubren las torres nuevas de la (antigua) ciudad deportiva, me guiñan el ojo las Kío, veo la Torre Picasso de blanco a lo lejos, y el Edificio España –en mi mente se dibujan Don Quijote y Sancho rodeados de olivos, debajo, en Plaza de España-, y el Pirulí… (y las demás casas con sus calles debajo y la gente pisándolas, con prisa y con pausa).

El horizonte de la ciudad.

De pronto se apaga todo porque entro en un túnel.
Un túnel que me lleva de vuelta a Madrid. Hasta mañana.


lunes, octubre 15, 2007

Cuentos: El chasqui

La niña subía sin aliento, exhausta, le dolían hasta los deditos de los pies. Pero subía segura, le habían contado que arriba de la montaña había un tesoro. Iba encorvada de cansancio por la ruta zigzagueante, cuando vio aparecer de entre los árboles a un niño vestido de colores y con un chuyo de trenzas en la cabeza.

“Hola,” y sin darle tiempo a responder fium desapareció. La niña pensó que lo había imaginado. Pero en la siguiente curva, “Hola,” fium y despareció. Era como magia, subía tan rápido que parecía volar. No era posible. Los pies del niño estaban sucios de tierra y las sandalias casi rotas, pero su sonrisa era grande y amiga. “Hola,” volvió a decir en otras cuentas curvas.

Era un chasqui. En la época de los Incas, así se le llamaba a los mensajeros reales, que recorrían el imperio Tahuantisuyu a velocidades inimaginables.

Cuando la niña pensó que se desmayaría de cansancio apareció el niño de nuevo y cogió su mano. “Ven, niña.” Y la cargó a cuestas por las piedras, las laderas empinadas y entre los árboles, al parecer sin mayor esfuerzo.

Al llegar arriba había anochecido. La niña quiso ver el tesoro, pero el niño le habló. “No, cierra los ojos y duerme. Al despertar verás una maravilla ante ti. Sueña que al amanecer verás el sol.”

La niña hizo caso y se quedó dormida. Cuando despertó con las primeras luces de la mañana, abrió los ojos, y como el chasqui había prometido, vio una maravilla.

El chasqui apareció de nuevo por arte de magia y le dio la mano.

“Se llama Machu Picchu.”


lunes, octubre 08, 2007

Sueño patatero

Estaba reunida toda la familia. La mesa tenía unas patas mucho más altas de lo normal, así que para alcanzar la comida tuve que escalar por las cortinas y agarrar lo que pudiese. Una vez tuve lo deseado en mis manos, me dispuse a bajar, pero por vértigo no quise hacerlo de espaldas. Desde abajo me sugirieron volar.

Lo intente, y me caí. Aunque ya estaba en el suelo, por esto de los sueños, me empeñé en volver a subir e intentarlo otra vez. Volví a caerme.

Desde abajo todos me animaban a volver a interntarlo. Entonces me dijo mi tío Juan Carlos, "Espera, que te aparto de aquí los chorizos y así coges carrerilla."

Y como esto me lo dijo dentro del sueño, a mi me pareció una idea muy acertada y de lo más razonable.

La mesa quedó despejada como una pista de despegue, pero yo aún no me sentía segura del todo. Así que empuñé un pela-patatas que había por allí y me fui a la carrera. Cuando llegué al borde de la mesa, levanté al aire el brazo con el pela-patatas, que como por arte de magia funcionó como una ala delta.

Yo me reía triunfante, mientras desde abajo todos aplaudían y yo me deslizaba por el aire... habiendo perdido la mercancía por el camino, pero tan orgullosa e invencible, volando con mi pela-patatas.


lunes, octubre 01, 2007

Cuentos: La princesa y el cóndor

El Señor de Sipán, previendo su muerte, había convenido que todos sus guardianes, su perro y su llama, y sus concubinas debían ser enterradas con él, para acompañarlo y seguir sirviéndole en la otra vida. Todos serían enterrados junto a su cuerpo, aunque siguiesen con vida después de muerto él. Todos, incluso la princesa.

La princesa temblaba de miedo, pero confiaba en que a la muerte del Señor, pudiese despistar a los sacerdotes y a los guardias mortuorios para escapar. Y casi lo consiguió. Despistó a todos los vivientes que la buscaban, pero no pudo deshacerse de la fiera rabia del muerto Señor de Sipán, que mandó a su espíritu para devolverle a su princesa y enterrarla como él había ordenado en vida.

La princesa corría por la arena del desierto cuando sintió que algo le tiraba del pie y la jalaba hacia atrás, y la llevaba, la arrastraba por el desierto. De pronto la tierra se hizo suave y la princesa comenzó a hundirse. Sentía el fin… sabía que el Señor estaba debajo esperándola. Adiós mundo… nunca más vería el amanecer reflejado en las aguas del mar, nunca más cantaría, nunca más contemplaría al hermoso cóndor. Adiós. Cóndor de mi tierra, cóndor de los aires, vuela una vez más.

La princesa se sumergía rápido en la arena. Ya se despedía del cielo. Allá abajo le esperaba oscuridad. Aspiró una última vez, cerró los ojos y dejó que la arena cubriese su boca.

¡Zash! Un susto grande y unas garras enormes agarraron su espalda. Una fuerza tiró para arriba, mientras la arena suelta intentaba retener a la princesa.

Y entonces se acabó la arena, ya no había tierra, sólo aire. Y la princesa volaba en las garras del cóndor, que volaba una vez más.