sábado, diciembre 27, 2008

Noche Buena en Bienservida

Noche Buena tocaba en casa de los Morote así que mientras allí, en Ramón y Cajal 1, unos desplegaban el mantel y ponían platos para veinte los demás pululábamos de casa en casa –todas alrededor de la misma manzana- cocineando, ayudando, a veces incordiando, preparando la cenusca. En cada casa se hacían platos diferentes, y una vez que estuvieron listos… empezó el trajeteo de bandejas p’acá y p’allá, de recaetes a la abuela y pregúntales a las tías, chiquillos de un lado a otro.

Los rumanos aceituneros que hablaban por teléfono en la cabina de la plaza nos decían “Feliz Navidad” cada vez que pasábamos, y a mi me lo dijeron unas cuantas veces. De la calle de La Fuente 8 salieron al menos cuatro platos repletos de tostones, bajaron por el callejón, y doblaron la esquina en la plaza, donde los rumanos miraban perplejos como salían personas y más personas con bandejas y paeletas de comida de cuatro casas distintas sin orden lógico.

Dimos el espectáculo habitual en los Serrano. Las primas juraban que esta vez había más comida que nunca, pero sin parar de comer, la abuela preguntaba que si comíamos, y de la mesa de los mayores reclamaban más cervezas. Entre todo el alboroto, Dolores descubrió el trapicheo que llevábamos mi tío Juan y yo con la fuente del conejo, que señalaba una pieza y me decía, “Nena, coge esta chichota que tiene buena molla.” Y Vicentín, callandico callandico, de repente le sorprendimos con un puñao de gambas por si acaso. Mientras tanto el antiguo casca nueces del bisabuelo Marcelino de acá para allá, atravesando la mesa de mano en mano para cascar bocas. Una de las patas de buey salió disparada y por poco no rebotó en el moflete de algún ñaco. Nada se entendía de la algarabía que había allí formada, el único ruido que se distinguía claramente era la risa.

Después brindamos con cava, por la salud y por quien la perdió.

Entonces se hizo la hora de ir a la misa del gallo. Las primas y la tía se sentaron en el banco de delante, y yo en medio, me agarré a los brazos de mamá y de Amparele. El cura subió al altar, empezó a sonar Pastorcillos de Judea, y yo empecé a cantar. Don Juan Ángel habló bonito y luego se disculpó, pues iba a comenzar él las canciones y a entonar.

Cantamos el Kyrie y el Credo, con la música de nuestro coro, la guitarra, la bandurria y la pandereta. Amparo y mamá se secaban los ojos con un pañuelo mientras yo seguía las voces que resonaban en la iglesia “Et incarnatus est de Spíritu Sancto ex María Vírgine et homo factus est.”

Al final fuimos a besar al niño. Y de vuelta en casa nos sentamos de charleta, a reírnos y a tomarnos el chocolate y el nochebueno de las noches buenas en Bienservida.

A mi amigo invisible

¡Escribirle un poema a Vicente!
¿Poema, poema?
... Pues no me causa ningún problema,
sino alegría,
a mi primo dedicarle una poesía.

Vicente,
Vicente, excelente
como todos los de tu nombre
en esta familia, Vicente,

Que tu risa nos dure por siempre
o hasta que de un atracón de gambas
... reviente.

domingo, diciembre 14, 2008

El cuento del malo

Érase una vez unos niños que vivían en un pueblecito de Madrid. Estaban ilusionados con la Navidad, entusiasmados con la llegada de los Reyes Magos. Cada uno tenía un favorito, y a ese le pediría a gritos los caramelos en la cabalgata de este año.

Pero como en todos los cuentos, hay un malvado. Y este año los niños talvez no saluden maravillados a sus ídolos, los Magos de Oriente. Porque su magia ha desaparecido con palabras de maldad. Maldad.

Y colorín colorado, este cuento no es un cuento.

jueves, diciembre 11, 2008

Despachada

Iba absorta, leyendo con la cabeza gacha por los pasillos de la Complutense, cuando oí mi nombre allá a lo lejos. Levanté la cabeza. Yo me encontré dentro de un despacho, y mis ojos se encontraron con los de una señora un tanto desconcertada y/o sorprendida, que estaba sentada detrás de su escritorio; Enseguida dibujé una aaaamplia sonrisa, dije Buenos días, me di media vuelta y con las mismas salí tirando, buscando un rincón para reírme.