lunes, mayo 30, 2011

Fugaces

En algunos nunca volveré a pensar. En otros quizá un día, al repasar… A unos pocos os voy a recordar porque no querré olvidar una amistad. Fugaz pero sincera; forjada con sonrisas y saludos en los pasillos, uno que otro café en la universidad, unas cuantas cañas en La Latina y en varios idiomas, risas nocturnas por Madrid, trapisondas de madrugada y brindis con sabor a tequila y limón, bailes hasta el amanecer… Y un viaje: muchos paisajes entre riscos y montañas –algunas cabras-, siguiendo el río, remando, escanciando también, riendo, riendo, riendo, compartiendo.


Como una estrella brillante que corta un cielo negro. Así han cruzado mi corazón: Fugaces y en el recuerdo. ¡Y en Facebook!


Nos veremos más pronto que tarde, aunque es genial no saber en qué lugar del mapa será el encuentro.


Si algún jueves volvéis a Madrid, ya sabéis… ¡Salud!

domingo, mayo 22, 2011

Para Nuria y Grex

La gente enamorada nos hace ver que la felicidad no es algo extraordinario.


Es tan real como la risa, invencible como una buena amistad, tan natural como todo lo bueno de vivir.


Existen personas en el mundo que, cuando piensas en ellas sólo encuentras recuerdos alegres, momentos de cariño, situaciones divertidas y anécdotas para toda la vida.


Éstas personas -desenfadadas, en paz, siempre dispuestas y sonrientes- sí que son personas extraordinarias.


Dos personas extraordinarias juntas... Son como una ración XXL de alegría, que además es contagiosa.


Os deseamos algo que ya tenéis y compartís: Felicidad. Que sea para siempre, y para siempre contagiosa.

martes, mayo 17, 2011

Viaje con la universidad: Y tú, ¿qué Asturias?

Recordando canciones de autobús:
¿Cómo era? Jaime se hizo pis… antes de salir.
No.

Elige, son iguales.

No me he enterado, estaba desdormida.

¿Alguien tiene preguntas?
¿Dónde está el baño? Tengo que cagar…
Jeje.
No, es una pregunta en serio. (Y lo mejor es que lo preguntaba en mitad del campo)

Yo antes me muero que sencilla (O algo así…)

Ah, no, se hizo pis en la cama de Juan Luis.
Nooo, de San Juan.

A la derecha, los Picos de Europa; a la izquierda, otra cosa.

Es un cortacésped a auto remoto. (Tú sí que estás de… remate)

No me lo invento, lo recreo en mi mente.

¿Pero qué dices de San Juan!? ¡Ni siquiera rima!
Ah, esa es la de Jaime robó pan en la casa de San Juan.

Era algo que se escribía con tres tres tres letras. (¿Ha quedado claro?)

¿Cómo se dice cerdo en francés?
Cerd. (Si, probablemente)

El caso es que Jaime o roba o mea.

Mañana toca Kayak.
¿Caos?
Si, también.

Primero lo digesta. (Y luego aprende a hablar)

Cerdo en francés es cochón.
¿Eeeeh!?
Lo sé porque en el cole llamábamos así a una que tenía la nariz así.

Los de Lepe se hicieron famosos cuando Jaimito se fue de vacaciones.

Si os caéis al canal no os vamos a sacar, seguís a la central eléctrica y… ya consumiremos energía.

(De la jerga argentina “lunfardo”)
¿Cómo era lo del tango… Luftansa?

Habéis pedido cabrales, qué profesionales.

Vamos a estrecharnos. (¿De mente?)

Eso fue en mi viaje a Polandia.

Vamos, vamos, que queremos sidra.

Esta construcción es del siglo XVI.
Si, pone que del año seis mil.
Ok, tú ganas.

Permiso, ¿esto qué es?
Cuajada.
….
¿Pero en qué idioma habla esta mujer?

Me hago pis.
¿Te haces piiiiiiiiiiiiiiiiiis?

Hablando con el argentino:
¡Mañana hacemos kayak!
¿Kashak? Casháte vos.

Abren un queso cabrales dentro del autobús soltando su suave aroma… el conductor se acerca a los estadounidenses:
¡Oye, pero comeos eso fuera del bus!
¡¡Oh, si, muy bien…!!

Del piragüismo:
¿Tú has hecho mucho paraguas?

En España dicen “cola” como “fila” o “línea” pero para mi es otra cosa.
¿Qué cosa?
No sé, mi madre siempre dice “límpiate la cola”.

A tapar la calle, Mararíleríleríle… (¿Dónde están las llaves? Que no pase nadie…)

¡¡Jajaja!!
No, o sea, es una cosa que dicen todas madres. (Si, ahora arréglalo)

En piragua pasan una con trencitas y otra más blanca que la leche:
Mira, Pocahontas y Blancanieves.

¡Ay, la cabra! ¡Que viene p’acá!

Ya has estropeado esa palabra para mí.

Tras el incidente del cabrales en el bus, pasajeros rencorosos:
Como comamos fabada no nos hacemos responsables de las consecuencias.
Se van a cagar.

Estás reroja. (Incido…)

Rema a la derecha que nos damos. ¡Derecha! ¡Derecha!!
¡Que estoy remando a la derecha, joderse! (Gritó remando a la izquierda)

Qué feo el perro.
Pero eso es su culo, no la cara.

Cuando ya fui la única chica me fui.
Pero ahí empieza lo mejor.
Depende de para quién.

Dice, ay la cabra, que viene p’acá… ¡Ah! ¡Es que hay una cabra de verdad!

Para ella y su familia tirarse pedos es un placer (Vivan les fabes, ó)

¿Qué siembran aquí?
Trigo, mayormente.
Really?
No, me lo acabo de inventar pero he sido convincente.

Cuando tú te deberías haber ido yo me debería haber ido.

Me ha picado una orgía. (¿¡Ortiga!?)

Lo más importante aquí es el puente romano, que no es romano, es medieval.
Y tampoco es puente.

No sabemos.
Ni nos importa.

¡Cuidado! ¡Hay un mierdo!

Chicos, no es una leyenda… a media hora de camino, cruzando el río, a la izquierda y atravesando un túnel… ¡hay un bar!

Goodbye, cabra.

Siempre me acuerdo pero hace mucho que se me olvidó. (Será un viaje para recordar)

martes, mayo 10, 2011

La hache de La Habana no es tan silenciosa

De entre sus dientes nace antigua una expresión olvidada en otras tierras. Tienen lo que pesa su cuerpo, y algunos artículos que reciclan una y otra vez, pocos estrenan algo, y lo poco poseído se gasta, desgasta y, sin más remedio, regasta. El tiempo pasa sin excepción, y aquí también es siglo XXI.

Son las nueve de la noche; Es viernes y La Habana es de blanco y negro salvo por algunos destellos coloridos de ventanas abiertas que iluminan porches y sillas, alumbran a amigos y vecinos y cervezas.

En lo oscuro de repente un edificio se mueve. O es un barco entrando a puerto. El faro me deslumbra con su luz azul. La iluminación tenue de las fachadas y la oscuridad del fondo descubren al mar.

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Nos alojamos en el sexto piso del hotel. Esta misma planta estuvo cerrada y reservada sólo para Al Capone, que se hospedó una habitación más allá. En nuestro cuarto estarían los guardaespaldas… Ni rastro.

Mientras desayunamos abundancia un chico se asoma a la ventana, rodeando su cara con las manos para que ni el reflejo del sol, ahí afuera, le tape la vista… el único sentido con el que podrá comer lo mismo que yo. Qué… sinsentido.

Sol, luz, colores. Gris. Rincones, ¿postales?

En la Plaza de Armas improvisan el Chan Chan. Y desde la punta de los dedos, unas rosquillitas suben por los brazos, los hombros y el cuello hasta desembocar en una sonrisa. Escuchar el son en su tierra, y yo me voy con ellos… “De Alto Cedro voy para Marcané, llego a Cueto y voy para Mayarín…”

Comemos en un patiete musical cerca del mar que nos resguarda del sol, y nos alivia el apetito de turista –o al menos a mi, que acierto a pedir local-, y nos presenta a un amigo pirata. Nos aturde, pero está muy fresca y aquí estamos. Cerveza Bucanero.

En el hotel Ambos Mundos hay un bar con ventanas amplias y abiertas, a pie de calle. Los techos son altos. En una esquina, un piano. En el centro, una barra. En mi mano, un mojito.

Más tarde, en nuestro hotel me amenaza el camarero, “¡Hoy sí!” Hoy me toca bailar. Y como eso es todo, sigo con mi piña colada, sonriéndole y escuchando ese son, el son. Mira qué cosa linda para ti. Muchas gracias, digo sin despegar el corazón del ritmo de los timbales. La música de las maracas parece crear brisa.

¿Pero cómo puede una guitarra eléctrica, esa del fondo, tener ritmo habanero?

Todo pertenece a La Habana hoy.

Aún no cae el sol, sólo se caen los prejuicios. Si es que había. Hay luz todavía en este patio, la música me abraza con este ritmo que se pega, y de repente un bolero me dice que piense en ti.

Va apagándose el sol, aparece un fresquito, sigue la piña colada. Se acelera el ritmo de las maracas. Parece ser que a son de salsa, o de lo que sea “seguirá tu presencia, Comandante Ché Guevara.”

No podría terminar el show de otra manera. Qué Cuba.

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La cantante, ahora de mesa en mesa, pasa de mi cara doceañera. Si supiera que tengo el doble… Pero así, por mi cara, me quedo con los 3 c.u.c para agradecerle el rato. Ha sido fantástico.

Al final viene a sonreírme. No se puede desperdiciar nada. Gracias, mi vida.

Al ratito llega mamá y regresa el Chan Chan: …el cariño que te tengo no te lo puedo negar, se me sale la babita, yo no lo puedo evitar.

Vuelve también el camarero. Levanto el brazo para pedir otra piña colada y mi mano sólo encuentra su mano. Tira de mi y empezamos a bailar. Qué linda, me dice. Las madrileñas también saben bailar.

Por fin, mi piña colada. Suena “de mi tierra santa…”, que es suya. Y ahora les toca a ellas bailar, siguen los timbales. Se vuelven a sentar y empieza el güiro y, cómo no, Guantanamera.

Se seca la piña colada y os vamos para Tropicana.

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Un espectáculo. Mesas, sillas, blancos rosaditos, y un escenario rodeado de naturaleza. Muy comercial, pero ya puedo decir que he estado.

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Abro las cortinas. El sol ilumina las fachadas y el mar. Pienso en Bienservida, en mi abuela. Hoy es Domingo de Ramos en el pueblo y también en La Habana. En La Habana es todo.

En la esquina de la plaza del Parque Central me invento un espectáculo, éste sí me emociona, de coches. Un Chevrolet granate descapotable, brillante, un Ford azul con un avión de mirilla encima del capó, un sidecar turquesa y un coco-taxi amarillo, un camión y su remolque repleto de bollos de pan al sol.

Mientras unos alemanes pasean en carruaje.

¿Qué somos en Cuba? Fantasmas, dinero, pasajeros, testigos… de este momento, aquí. Pasa un Dodge verde oscuro.

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En la Plaza de la Revolusión cuelga la silueta de Camilo Cienfuegos en el edificio del Ministerio de Comunicaciones. Más para allá, los hierros que dibujan el comercializado, idolatrado, desfigurado rostro del Ché –hasta la victoria siempre- contemplan la estatua de José Martí, que vestido de blanco resoplaría en el cogote de Fidel en esas tardes de calor de discursos eternos al sol. Detrás, esa estrella vertical.

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Desde el morro se ve la ciudad, sus colores roídos por el tiempo y el mar.

En el mercadito venden y yo compro. Me roban… un beso. Me dejo robar y regalo… un sonrisa.

De vuelta en la plaza de la Ceiba, donde se fundó esta segunda Habana, bajo la sombra de un flamboyán nos cantó un señor negro de blanco, a ritmo de palitos, una historia sobre un hombre que quería, desesperadamente tomarse una cerveza Guayabita del Pinar.

Sigue con el Cuarto de Tula, el que al despedirme con medio abrazo remato: “…apagóoooo la veeeeeelaaaaaa.” Y me da un beso.

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En la sombra increíble de una calle cercana, acordamos con Tatiana dejarle una bolsa con ropa a su nombre en el hotel. Agradecida y amable pregunta a mi madre, mirándome a mi, ¿Ella es tu niña? Y se vuelve a preguntarme: ¿Tienes doce años? Y doce más, pensé sonriente. Pero de mi pensamiento ella sólo vio la sonrisa.

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En la piscina de hotel hay guiris pieles rojas leyendo, algunos estamos viendo un partido de fútbol, otros se tuestan al sol, niños con manguitos chapotean en el agua sin saber bien dónde están… aunque de mayores dirán que han estado allí. Unos disfrutamos de nuestras vacaciones, bien merecidas y bien pagadas. Otros se aprovechan… de todo.

Y desde los balcones vecinos, descascarillados, nos observa la verdadera Habana.

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El camarero, o ya… nuestro amigo Manuel, le dice a mamá que tiene los ojos azules más bonitos que ha visto en muchos años.

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Nos arreglamos. Baja el calor. Y bajamos nosotras a dar una vuelta. Entramos al hotel Inglaterra, paseamos por el Parque de la Fraternidad Americana, encaminamos derechas para El Floridita.

La estatua de Hemingway se apoya en la barra. Nosotras en las risas, y al segundo daiquiri comienzan a tocar Lágrimas Negras y a cantarnos cosechas del Compay “…contigo me voy aunque me cueste morir.”

Después, en el hotel, una piña colada antes de dormir. Escucho jazz habano… si es que existe. Si no, me lo acabo de inventar, pero eso escuché. Allí, en el patio. Y me despedí hasta mañana con el guiño del camarero.

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En la esquina de la calle Obispo y Obraría, frente a un edificio en construcción, un chico carga cajas de cerveza cristal en una carretilla. Gira la cabeza al caminar diciéndome, Hola, linda. Le sonrío y se le vuelcan las cajas. Se ríe. Al recoger las cajas saluda a los obreros y dice, Menos mal que estaban vacías. Adiós, linda.

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En otra sombra, esas que tanto buscaba, me asalta. Dice haber sido saxofonista del Buenavista Social Club. You look like a movie star, me dice. Para mi la estrella es él, haya tocado en Carnegie Hall o no. Me dedica un CD y casi a ciegas acierta a escribir: To my dear, Marc Tropa.

En la plaza tomamos unas cervezas y un guarapo, aprovechando la corriente que llega por la esquina. Nos cantan El Carretero que “por el camino del sitio mío un carretero alegre pasó…” y al final a caballo vamos p’al monte.

Mamá le regala un boli a un señor mayor con sombrero y sudoroso. Thank you, lady, que Dios la bendiga.

Otro nos ataja y dice De Madrid al cielo, pasando por La Habana primero.

Una señora sentada en un banco canta al aire: “Si con el pico te quieres divertir, cómprame un cucurucho de maní.”

Ya en patio del hotel, por favor, tráeme algo fresquito, una cerveza. Y finalmente pregunta, ¿cuántos años tú tienes?

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De nuevo arregladas, otra tarde/noche encaminamos nuestros ojos impestañeantes hacia la calle Obispo. Por Mercaderes giramos en la esquina con teniente Rey hasta la Plaza Vieja. Ahí, en el Café Taberna nos espera parte del Buenavista: Mazacote, Armandito Fernández… Voces, timbales, calores, colores, trajes, movimientos. Nos alegran con que esta noche yo bailo con ella… y nos engañan con me importas tú, y tú y nada más que tú. Con su edad y ahí sudando, nos despiden “Canta tu rumba, canta tu son, tu guarachita y tu danzón. Pa' mi tu no eres ná, tú tienes la bemba colorá…”

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Los de dentro no les dejan libertad de juicio. Los de fuera no hacemos otra cosa que juzgarlos.

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Hasta otra, La Habana. Gracias. “Ay Candela, Candela, Candela me quemo aé… Y ahora si quieren bailar busquen otro timbalero.”