martes, enero 29, 2008

Cuentos: El oso verde

Vivía un oso verde en el bosque de los colores. Era muy feliz y todos en el bosque le querían, pues conocían la bondad y la alegría eterna de su corazón.

Una noche cubrieron las nubes el cielo y se descargó una terrible tormenta sobre los árboles del bosque. Un rayo cayó cercano al oso verde, y la luz feroz chamuscó su piel, que perdió al instante su color.

No pasó mucho tiempo hasta que el viento pudo contarles a todos lo ocurrido. Con sonrisas de amistad, todas las criaturas del bosque se acercaron para cantarle canciones al oso verde. Y el mismísimo arco iris bajó después de la tormenta para ofrecerle su color. El verde lo recuperaría, le aseguró el arco iris, pero debía ser paciente. “Tienes que alimentarte del color vivo de las cosas que respiran a tu alrededor cada día.” Así volvería poco a poco el verde a su piel.

El oso se sentó en un claro del bosque a pensar. No sabía cómo hacer, no podía ser tan egoísta de comerse a los demás sólo para recuperar su color.

Fueron entonces las flores a hablar con él. Le dijeron que ellas le regalaban sus pétalos. El oso, sorprendido, exclamó: “¡Pero sois flores, si os quito los pétalos, os quito todo!” A esto, las flores contestaron, “No, oso. Hicimos un trato con el arco iris. Te damos nuestro color con gusto y amor. Así que el cielo hará que crezcan cada noche para alimentarte de nuevo de día.”

Cada día el oso comía, y cada vez más verde, lo agradecía.

Todos en el bosque de los colores querían al oso, que siempre había sido tan bueno y generoso. Harían todo lo que fuese necesario para que el oso recuperase el verde de su piel y la suavidad de su manto con el que abrazaba a todas las criaturas del bosque.

“No te preocupes, que no me haces daño. Tira de mi pétalo, tira todo lo fuerte que necesites,” le decía la amapola. Se acercó la margarita y añadió: “Arranca el tallo si es preciso, que cuando me vuelvas a necesitar, habré crecido y florecido para ti otra vez.”


martes, enero 15, 2008

Lo más divertido

Si hoy no has sonreído más de mil veces
Esta noche duerme,
Que mañana pasaré a verte

Para bailar juntas y patinar,
Que es lo más divertido.
Para comer juntas y reventar.

Si hoy me has echado de menos
Apaga la luz y los ojos,
Que mañana pasaré a verte

Para cantar juntas y desafinar,
Que es lo más divertido.
Para equivocarnos juntas y disimular.

Mis juegos de palabras,
Los tuyos de ropa.
Mis cuentos,
Tus nervios, tus nervios, tus nervios.
Mis historias,
Tus dudas, tus dudas, tus dudas.

Si hoy tenías un chiste, un abrazo o un café en mente
No lo descartes aún;
Por si algún día se me olvida
Acuérdate de recordarme,
Y mañana pasaré a verte

Para caminar juntas y tropezar,
Que es lo más divertido.
Para pensar juntas y desvariar.

Juntas,
Tu orientación y mi buena suerte…
Siempre es lo más divertido,
Y mañana pasaré a verte.

Es lo más divertido, es lo más divertido.
Y sueña lindo,
Que mañana pasaré a verte.

sábado, enero 12, 2008

La tita Amalia

El recuerdo más antiguo que tengo suyo es una fotografía de cuando ella era joven. Pero el primer recuerdo que tengo de ella conmigo, es de cuando yo era pequeña y ella ya tenía la misma cara arrugada y siempre sonriente con la que quedará inmortalizada en mi corazón.

En el cuarto del fondo, en la última planta de la casa dormía yo los inviernos en el pueblo, y allí subía la tita a contarme cuentos. Hacía frío y yo me refugiaba de los sustos con esa excusa bajo cinco mantas. Yo le tenía miedo a la muñeca de Jácin, a la encantada, que según ella volaba por el pueblo de noche y aparecería en mi ventana. La tita me decía, cucha, eso son tonterías de la Jácin, para espantarme el tembleque, pero luego me contaba el cuento de Juan, que se convertía en piedra y me daba aún más miedo.

Lo que me daba miedo era la voz que llamaba a Juan… ¡Juan, Juan, Juan! Para que girase la cabeza mientras corría por los pasillos helados, entre columnas de mármol hacia la puerta… Mira que le advertían que no mirase para atrás porque se convertiría en estatua, sólo tenía que correr hacia adelante. Y cada vez que la tita me contaba el cuento, Juan volvía a dejarse vencer por la curiosidad y acababa tieso. Yo estaba convencida de que Juan era tonto.

Cuando fui un poco más mayor y nos fuimos a vivir a América, en verano siempre nos preguntaba por el otro mundo. Al llegar al pueblo lo primero era correr a casa de mi abuela, golpear el tocador muy fuerte y casi tropezar escaleras arriba hasta la cocina, donde me recibía la abuela con un abrazo. Lo segundo era bajar a ver a la tita. Y cuando yo llamaba por teléfono a la abuela, siempre le encargaba: y un beso para la tita.

La tita, que antes de acostarse se despedía con un: Me voy a buscar el paraguas.

Nada, historias de familia.

Que en la familia todos tenemos la enfermedad de la risa. Ella la sufría crónica y aguda. Qué divertida. Es por ella, yo creo, que me da la risa en misa. Ella tenía el valor añadido de sentarse en los primeros bancos. La admiro.

Qué suerte, tita, compartir la risa. Porque sufro también de ella… todos los días, y en su ruido de alegría te recordaré siempre.


El corazón de mi Abuela

Si mi abuela tuviese mi piel joven y yo sus huesos expertos, hoy seríamos la misma persona, porque tenemos el mismo corazón. Si mi abuela no existiera, no sería yo persona; Mi nombre volaría con el viento pero sin mis ojos. Estoy hecha de ella y hoy tenemos el mismo corazón.

Si mi abuela fuese música, todas las canciones serían alegres. Si fuese aire, todo el viento sería risa.

Mi abuela es corazón, y todo a su alrededor es amor.

Si mi abuela me escuchase, una cosa le diría al oído: Hoy tenemos el mismo corazón.


miércoles, enero 09, 2008

Después de todo

La bulla se hace silencio. El aire se queda sordo y espeso de cariño. Los espacios se quedan vacíos de presencia y llenos de recuerdos. Unos se van y otros se quedan, pero todos somos amigos.