viernes, enero 20, 2006

Tengo una cicatriz en la frente

Tengo una cicatriz en la frente. Me la hice a los tres años, y me cosieron tres puntos. Claro. Yo estaba en el parque de Albacete, jugando con mis primos y con mi tío. No me acuerdo de caerme, será que el porrazo borró ese trocito de memoria, pero recuerdo estar en los brazos de mi tío mientras me caían gotas de sangre marrón. Estaba llorando, creo que más por el susto que por otra cosa, porque no recuerdo que me doliera. En fin, me llevaron al hospital, y la enfermera me dijo que si no lloraba mientras me cosía me regalaría una Coca- Cola. En el objeto de negociación no estuvo muy acertada la señora, porque en aquél entonces a mi no me gustaba la Coca-Cola. Pero debí de estar de acuerdo.

Los extraño es que cuando ya nos habíamos ido del hospital, nadie me había dado mi Coca-Cola. Vale, no me gustaba. Pero yo no había llorado y cumplí mi parte del trato. No es justo.

Años más tarde, haciéndome la foto para el anuario del colegio, me dijo el fotógrafo, “¿Quieres que te borre la cicatriz de la foto? Es muy fácil, con la cámara digital.” Si, venga. Y póngame los ojos azules. Y a mi compañera que viene detrás tíñale el pelo, es que el castaño que tiene natural no le favorece. La pobre. Menos mal que existen las cámaras digitales. Esto sí que es progreso.

Además, ¿de qué te sirve salir como no eres en una foto? Dentro de muchos años, tus compañeros de clase mirarán la foto y se reirán de ti de todas formas. Tú también te reirás de ti. Y de ellos, claro. Si no, para qué queremos un anuario. Menudos pelos llevaba Juanito. Qué habrá sido de él.

Si lo piensas, el objetivo de esas fotos no es salir bien, sino salir. Como las fotos del carné, o del pasaporte. A ver por qué vas a querer salir bien. Mejor es salir horrorosa, como todos. Así, cuando salga el tema podrás decir “Yo salgo fatal.” El graciosillo de turno te la quitará de las manos, porque tú ya la has sacado por si acaso, y dirás “¡Dámela! No la miréis.” Y otro dirá, “No, no yo salgo mucho peor.” Y así.

Total, que mejor salir como un monstruo para poder decir, “Y yo más.” Incluso me atrevería a decir que es de mala educación salir bien en una foto de carné. Luego la enseñas por ahí y haces que los demás queden mal. Y pensarán, “Psss. ¿Y esta, de qué va?”

Es cierto. Así que, mamá, no me hagas que me peine y me repeine cuando me vaya a hacer las fotos en el fotomatón.

Y vosotros, nunca os fiéis si os ofrecen una Coca- Cola. Mentirosos...

miércoles, enero 18, 2006

Volverás a abrir tu libro

Mucha gente tiene una imagen empobrecida y gris de la literatura hoy en día. Ya son muchas las veces que he oído decir que la literatura ya no es lo que era. “¡Qué es eso de leer en la parada del autobús! ¿Y en el andén del metro? Por Dios...” Se dice que la literatura se ha vuelta fría, interrumpida y breve.
En cierto modo es verdad. Para muchos de nosotros las interrupciones son inevitables. Pero muy a menudo encuentro reconfortante que los trayectos de ida y vuelta son el único tiempo libre para, precisamente, concentrarme, aunque sea tan sólo por diez minutos, y abstraerme de los empujones, jaleos del metro. Sólo así transformo lo impersonal en sólo mío, y al deslizar mis ojos por las palabras unidas unas a otras, comprendo su significado. Entiendo lo que me dicen, y no me importa que el de al lado me esté aplastando el brazo.
La literatura nos permite entrar en contacto con otras culturas y crear cimientos históricos, aprender de nosotros mismos, hacernos sentir, disentir y opinar, e interpretar y dejarnos huir de las complicaciones cotidianas. Siempre ha sido así. Y que nadie le quite importancia a las lecturas de deprisa y corriendo, pues justamente por el conocimiento y las facultades que me ha proporcionado la literatura, ya sea leída en un sillón confortable o en un apretado vagón del subterráneo, consigo expresarme y decir que la literatura es más que una forma de expresión y comunicación. Es un privilegio. Es un lujo que hasta el más pobre se puede permitir.
Tal vez la descrita anteriormente no sea la forma ideal para leer, pero es una forma preferible a la de no leer. Quien asegura que el que no lee en un lugar tranquilo, en su espacio escogido y con buena luz no está en condiciones de interpretar y dejar volar la imaginación, se equivoca. Ése es, justamente, el poder de la literatura. Nos llega en cualquier sitio y bajo cualquier condición. Quizá porque la lectura se nos haga más difícil en las situaciones más frecuentes, tenga aún más mérito abrir un libro.
De la misma manera, no es cierto que cuando suena el silbido del metro y se abren las puertas, se cierra el libro y, al montar en las escaleras mecánicas, uno ya haya olvidado su contenido. Todo queda almacenado, cada frase y conclusión registrada. Así, mientras sales a la calle y te aprietas la bufanda, sabes que volverás a bajar a los adentros de la tierra, esperarás en el andén con impaciencia el próximo tren. Y entonces se abrirán las puertas, dejarás salir antes de entrar, y volverás a abrir tu libro.

miércoles, enero 04, 2006

Vi al cóndor pasar

En el Colca tempranito,
Cuando el viento empieza a soplar
En las alturas andinas,
Vi al cóndor pasar.

Amanece un nuevo día
Y es hora de despertar.
En las alturas andinas,
Extiende alas y se deja llevar.

Si algún día en la ciudad,
Muy lejos de esta realidad;
Si te encuentras sin alivio
Recuerda que hay
Un valle en esta tierra
Donde cada día al despertar,
Ten por seguro, que sin duda,
El cóndor volverá a pasar.

Entre el cielo y la tierra,
No hay otro ave magistral.
Su vuelo es magia y sueño,
Con viento, es realidad.

Sopla el viento y vuela alto
Para que todos le vean pasar.
Es el rey y es el amo,
En el Colca, es Majestad.

Si algún día se te ocurre,
Por tristeza empezar a llorar,
No te aflijas, que las penas
Se van al ver al cóndor pasar.

Va subiendo y va volando.
El cóndor sabio es mago al contemplar
Bajo sus alas el valle,
Que es su dueño y es su hogar.

Pasa el cóndor despacito,
En silencio y libertad.
Es el cóndor de los Andes,
Es el cóndor de la paz.

En el Colca tempranito,
Cuando el viento empieza a soplar
En las alturas andinas,
Vi al cóndor pasar.