lunes, diciembre 03, 2012

Coquí- 3. España

De repente, todo empezó a pasar muy rápido. Yo ya estaba otra vez en Madrid cuando nos dieron la gran notica. ¡Os veníais a vivir a España! Papá y mamá te dejaron en Lima mientras hacían la mudanza y buscaban piso en Bilbao, como habían hecho conmigo en mudanzas anteriores. Aunque te echaba mucho de menos, yo estaba feliz porque pronto íbamos a estar todos juntos otra vez, y no sólo en el mismo país, sino en el nuestro.

Pero antes de hacer el traslado a Bilbao papá se puso malito y papá y mamá se quedaron en Madrid. Tú mientras seguías encantado con los González, quienes te cuidaron y mimaron hasta que pudiste venir.

Cuando todo pasó, en vez de tranquilizarnos, nos metimos a hacer la mudanza y yo seguí apretando en mis últimos meses de la carrera. Con el apoyo de la familia, nuestros amigos, el espíritu de papá, y la fortaleza de mamá, sabía que sólo había una opción: seguir adelante.

Y ese paso te incluía a ti, por supuesto. En cuanto pudimos tener la casa arreglada te trajimos a casa. Una vez más, nuestra nueva casa.

Cuando llegaste encontraste que te faltaba uno pero, como siempre, estuviste siempre ahí, detrás de nosotras, acompañándonos, haciéndonos reír, cuidándonos… Tu llegada volvió a instaurar la rutina en casa y pudimos empezar a reorganizar la vida, a curarnos.

Desde entonces y, pasando por mais uma mudanza, has estado en casa con mamá y conmigo. Nos has regalado anécdotas divertidas, tiernas, inolvidables.

Cuando estabas tranquilito yo te echaba de menos encimoneándonos; Esperaba a que me miraras a los ojos, te hacía un gesto con las cejas y te ponías alerta. Entonces, con otro movimiento o un silbido confirmaba mi llamada y saltabas del suelo como un muelle. Mamá me decía, “¡No lo soliviantes!”

Soledad se pasaba el día persiguiéndote aquella época que te dio por beber agua de los baños y andaba por la casa gritando: “¡Tu perro-tu perro-tu perro está comiendo agua del váter!” Cuando nos aburríamos, tú eras siempre un objetivo seguro. María y yo nos poníamos de acuerdo enseguida: “¿Ponemos nervioso al Monichu? ¡Siii!” Y toda la diversión consistía en hacerte de rabia y seguirte por los pasillos hasta que huías de nosotras o intentabas contraatacar robándonos algún peluche.

El primo Juanjo te ha cuidado mucho, y tú, con los latigazos de tu rabo torturabas a la tía Aurora, que te llamaba Terminator pero reconocía que le activabas la circulación de las piernas. En el pueblo viviste muchas aventuras y conociste a tus primis Goa y Teo. La abuela, siempre que llamaba, preguntaba por ti.

Con Ana, que también te ha cuidado mucho, pasamos muchas tardes viendo pelis y series. Si te ponías nervioso y nos ladrabas anunciando pis-próximamente ella te decía que no ladraras, que te olía el acento y nos calentabas la copa. Si mamá se ponía a hacer maletas entrabas sigiloso e ibas sacando calcetines, deshaciéndola poco a poco, a ver si colaba y nos quedábamos. Nunca te han gustado las maletas, pero si había viaje a la vista eras el primero en subir al coche, no fuera a ser que te quedaras en tierra. Y cuando no podías venir, cerrábamos la puerta y al momento oíamos el peso de tu cuerpo cayendo al suelo y contra la puerta, esperándonos ahí hasta que volviéramos. Y entonces siempre, siempre, nos recibías con alegría y perdonándonos sin más el tiempo que habías pasado solito.

Tu mayor venganza siempre fue un buen pedasco.

Te comiste los marcos de la puerta, varios pares de zapatillas de andar por casa, un bowl de migas bien relamío, un cacho de pizza al vuelo, una cena elaborada para invitados que dejamos descuidada un segundo, media rosca de aceite que te asomaba como dos colmillos cuando te colaste en la despensa de la abuela –la exhibías triunfante-, una hamburguesa de plástico que hacía fliiii cuando la mordías, muchos moqueros, y todo lo que te echáramos que no fuera verde.

Pero luego, cuando te quedabas tranquilito y ponías tu cara de hazme-mimitos era mamá quien decía “Es que me lo como”.

Entonces yo saltaba hasta tu lado y me dejabas hacerte de todo: Parche pirata con tu oreja, el perrito volador, cara de velocidad, peinarte las cejas, mover tu belfo, subirte las patas de adelante a mis hombros y bailar, simular punch-in-the-nose, soltarte un malacatón, taparte los ojos haciendo brrrrrr y decir ¿molesto? Y tú suspirabas y te dejabas querer.

Por las noches te acompañaba a tu colchón, y una vez te asentabas hacíamos una sesión de caricias en la oreja. Tú ronroneabas mientras ibas inclinando la cabecita y finalmente te dejaba diciéndote, Boa noite, tontito.

Tontito, desde los trece años no me has faltado, aunque nos hayamos separado. Fiel, sin preguntas ni horarios, sin rencores. Has estado con nosotros por el mundo, nos has aguantado y seguido. Has celebrado goles con nosotros, nos has manchado los pantalones, nos has puesto la cabecita en las piernas si notabas un bajón. Nos has querido incondicionalmente.

Piensa en todas las personas que hemos dejado por el mundo y te han querido. Marisete, Vandita, Marcio, Soledad, Julito, Wilson, Willy, los González, los tíos y primos, la abuela, todos los amigos…

Coquí, has sido mi cómplice, mi consentido, mi compañero, mi cosita pequeña, mi chuavecito… La constancia en nuestra vida inconstante, mi tranquilidad cuando mamá se quedaba sola en casa, la alegría y el alboroto, la risa y un ataque de mimos.

Pero qué tontito… y qué listo. Noble, alegre, paciente. Echo de menos tu todo, y tus orejitas.

Así ha sido nuestra vida juntos. Así ha sido nuestra vida a tu lado. Gracias, Coquinho.

_____

Por eso, mientras se dormía por última vez le dije: “Chuave, I'm going to miss you”.

Esta noche no le puedo decir “Boa noite, tontito” pero se la deseo igual.