Vivo al limite: monto en el metro de Nueva York.
Se cierran las puertas y encuentro hueco para sentarme. En la estación siguiente sube un pelirrojo con barba, gorra y pantalones de pana. Llama la atención de todos nosotros y cuenta que le falta pagar un curso de Primeros Auxilios para obtener el certificado de guardia de seguridad, imprescindible para tener un trabajo estable.
El curso cuesta sesenta y cuatro dólares, le faltan once. Jamás ha pedido dinero en las calles, nunca ha recurrido a ayuda pública, pero es un caso desesperado pues la fecha de inscripción es mañana a las ocho de la mañana. No pide nada más, no tiene hijos hambrientos ni tiene que pagar las medicinas de su madre enferma.
Un poco mas allá en el vagón se alza una voz negra, con abrigo descosido y sin dientes. “Qué casualidad,” dice, “que solo necesites once dólares y te des cuenta la tarde de antes, si dices que el curso empieza a las ocho de la mañana.” Hay otro que se ríe, y el pelirrojo baja los ojos. “Muy fácil reírse, para mi es una vida.”
A mi derecha un rubio con gafas intenta poner fin “Te daría el dinero para hacerte callar de una vez.”
“Perdona,” responde, “si te molesta tanto no diré una palabra más.” Pero entonces el descosido se une al de pana, se levanta de su asiento y grita “Freedom of speech!” Libertad de expresión, eso es lo que dice la Primera Enmienda de nuestra Constitución, el hombre intenta ganarse la vida y le mandas callar!
- Está molestando a los pasajeros.
- Es un lugar público.
- Pero las puertas están cerradas ahora, no soy libre de salir para no escucharos.
- Libertad de expresión!
- Bien, y ahora también me has metido a mi.
- Libertad de expresión!
El pelirrojo observa atónito la discusión. Una mujer le extiende la mano y él sonríe. “Ya solo me faltan diez dólares,” grita. Y el mismo de antes vuelve a reírse.
Llego a mi estación y bajo del vagón dejando atrás los gritos de libertad de expresión, del sueño americano y la primera enmienda.
A la salida de la boca del metro suena iiiiiii del freno en seco de una bicicleta. Pára a pocos centímetros de mi. Levanto la mano en disculpa, el muchacho sonríe y se encoge de hombros. Nos entendemos perfectamente.