martes, noviembre 28, 2006

Vivo al limite: monto en el metro de Nueva York.

Mis reflejos son rápidos y levanto el pie del suelo, en la sombra de mi bota cae un escupitajo.
Se cierran las puertas y encuentro hueco para sentarme. En la estación siguiente sube un pelirrojo con barba, gorra y pantalones de pana. Llama la atención de todos nosotros y cuenta que le falta pagar un curso de Primeros Auxilios para obtener el certificado de guardia de seguridad, imprescindible para tener un trabajo estable.
El curso cuesta sesenta y cuatro dólares, le faltan once. Jamás ha pedido dinero en las calles, nunca ha recurrido a ayuda pública, pero es un caso desesperado pues la fecha de inscripción es mañana a las ocho de la mañana. No pide nada más, no tiene hijos hambrientos ni tiene que pagar las medicinas de su madre enferma.
Un poco mas allá en el vagón se alza una voz negra, con abrigo descosido y sin dientes. “Qué casualidad,” dice, “que solo necesites once dólares y te des cuenta la tarde de antes, si dices que el curso empieza a las ocho de la mañana.” Hay otro que se ríe, y el pelirrojo baja los ojos. “Muy fácil reírse, para mi es una vida.”
A mi derecha un rubio con gafas intenta poner fin “Te daría el dinero para hacerte callar de una vez.”
“Perdona,” responde, “si te molesta tanto no diré una palabra más.” Pero entonces el descosido se une al de pana, se levanta de su asiento y grita “Freedom of speech!” Libertad de expresión, eso es lo que dice la Primera Enmienda de nuestra Constitución, el hombre intenta ganarse la vida y le mandas callar!
- Está molestando a los pasajeros.
- Es un lugar público.
- Pero las puertas están cerradas ahora, no soy libre de salir para no escucharos.
- Libertad de expresión!
- Bien, y ahora también me has metido a mi.
- Libertad de expresión!
El pelirrojo observa atónito la discusión. Una mujer le extiende la mano y él sonríe. “Ya solo me faltan diez dólares,” grita. Y el mismo de antes vuelve a reírse.
Llego a mi estación y bajo del vagón dejando atrás los gritos de libertad de expresión, del sueño americano y la primera enmienda.
A la salida de la boca del metro suena iiiiiii del freno en seco de una bicicleta. Pára a pocos centímetros de mi. Levanto la mano en disculpa, el muchacho sonríe y se encoge de hombros. Nos entendemos perfectamente.

domingo, noviembre 26, 2006

El puente

Al pasar por el puente de Brooklyn
Hay que cantar
Canciones de Billy Joel y John Lennon,
Y también hay que bailar
Manchegas, esta por mi pueblo,
Y hacer clic y mas fotos
Con el río del Este;
A un lado Brooklyn,
Al otro Manhattan
Y mientras hay que cantar…

Dulcemente juntan manos
Dos de los antiguos barrios,
La madre indígena Mannahatta
Y el viejo Breukelen holandés.

Hace sol un día de otoño,
Y por eso hay que cantar.

Al pasar por el puente de Brooklyn
No te olvides de cantar
Canciones de Billy Joel y John Lennon,
Y también hay que bailar.


Etiquetas:

miércoles, noviembre 22, 2006

Vientos

En mitad del paso de cebra se levantó una ráfaga que me hubiese vuelto la falda, pero como llevaba pantalones, me atacó una bolsa vacía de supermercado. Iba protegida con guantes, abrigo, con la bufanda remetida y orejeras y la vi venir directa a mi cara. Me giré en el momento justo y plas me dio en tó el lomaco, como dirían en el pueblo. Seguí caminando tan tranquila, disimulando… y en el próximo cruce vi a un chico con gorra azul. Pensé “a ese se le va a volar la gorra” y entonces le vi correr en dirección opuesta detrás de la gorra. A la vuelta la acera estaba mojada y una pelota me dio en la cabeza. Cuando me recuperé del cocón me di cuenta de que había sido un trazo de granizo.

lunes, noviembre 20, 2006

Un día

Un día más apretó los ojos cuando sonó el despertador, pues era el único instante que se permitía ser perezoso durante la jornada. Se deslizó de la cama y conquistó el mundo al plantar los pies en el suelo.
Un día más desayunó leche con galletas, y empezó a inventar historias y a divagar en filosofías de camino a clase. Diseñó un mundo bueno, y alegró el día a unos muchos.
Un día más sonrió. Buscó a su princesa entre todas las caras y, como siempre, la encontró.
Un día más le entregó su corazón.

Un día más se agobió con el trabajo. Un día más lo superó.
Un día más se acordó en silencio de aquello tan gracioso que pasó y le brillaron los ojos.
Un día más se sintió querido y demostró su amor a sus queridos. Un día más hizo pis.
Un día más fue humano.
Un día más se sintió el hombre mas afortunado del mundo; Y de repente, tenia veinte años.

Felicidades.

jueves, noviembre 16, 2006

Los tres cerditos (La historia real)

Todos los niños temían al lobo, porque los mas grandes decían que era malo y astuto, y además porque lo habían leído en los libros de cuentos. Pues bien, eso si que es un cuento. Muy pocos saben que en realidad el lobo feroz era un lobo muy bueno que tuvo muy mala suerte y un gran costipado. Lo acontecido salio en los periódicos y fue a partir de entonces que se malinterpretaron los hechos.

Era una tarde fría de invierno, y el lobo quiso preparar una dulce tarta para su abuelita. Se puso manos a la obra, con su delantal y buena disposición en la cocina, cuando se acordó de que no tenia azúcar.

Cogió su tarrito vacío y se puso una bufanda al cuello. Salio a la calle en busca de un buen vecino que le regalara unas cucharadas de azúcar. La primera casa que vio con luces encendidas estaba hecha de paja. Llamó a la puerta y respondió el alegre Cerdi. Tal frió hacia, que de pronto el lobo sintió un gran impulso surgir de su interior y soltó y tremendo estornudo. Derribó la casa. A Cerdi le entro una pajita en el ojo y se fue corriendo. Nadie lo volvió a ver.

El lobo se asustó y fue corriendo a la siguiente casa. Estaba construida en madera y era muy acogedora en las tardes de invierno. El lobo llamó a la puerta, y el sabio cerdito Pataneg-Ra asomó sus gafas por la ventana. Al ver a su vecino esperando, corrió para abrir la puerta. “Buena tardes, vecino,” dijo el sabio cerdito, “Entra, que hace frío.” El lobo entró en la casa y le pidió a su amigo un poco de azúcar para la tarta de su abuelita, pero de repente sintió el frío de nuevo y soltó un estruendoso estornudo. La casa se desmoronó, y los palos de madera cayeron al suelo, con tal mala suerte que uno le dió al cerdo en la cabeza y allí se quedo.

El lobo triste de haber causado tal infortunio a sus vecinos quiso volver a su casa y no salir nunca mas. Pero entonces se acordó de su dulce abuelita enferma en la cama, y se propuso encontrar unas cuantas cucharadas de azúcar para prepararle la tarta.

Llegó a la mansión de Li Jabalí, una construcción de ladrillos rojos y con un jardín delantero muy bien cuidado. Llamó a la puerta y nadie salió a abrir. Ya se marchaba cabizbajo cuando llegó la policía. “Quieto, Lobo. Esta arrestado por el derrumbamiento deliberado de dos casas, el asesinato de un cerdo y la desaparición de otro.”

Ahora el lobo esta tras las rejas. Y fue pillado in fraganti, intentado un tercer ataque contra la mansión de Li Jabalí, decían los titulares. Así se acaba este cuento de un lobo que quiso hacerle una tarta a su abuelita y termino sus días tras las rejas, con una mala reputación en los libros de cuentos, y con el moco colgando.

martes, noviembre 14, 2006

Chof-chof

Llovía demasiado fuerte cuando baje del autobús. A medio cruzar la calle la tela de mi paraguas se convirtió en vela; me llevaba el viento. Estaba empapada, mis botas encharcadas y los calcetines hacían chof-chof. De pronto una ráfaga cambio el sentido del viento y el paraguas me sorprendió con un efecto paracaídas, de modo que ahora yo tiraba del mango pero la fuerza en contra me impedía avanzar. Justo en ese momento el semáforo se puso en rojo para peatones, y yo allí en medio de la calle atrapada por tierra, agua y viento. Los coches en el cruce ahora venían hacia mi, y era de noche, así que sus luces me dieron en todo el ojo. Al verme en mitad de la calle frenaron para pitarme en condiciones, y yo tirando del paraguas, con agua chorreándome la barbilla que me hacia cosquillas. Entonces dibuje la imagen en mi mente y la escena tan ridícula desato la risa en mi. Sin embargo lo único que conseguí fue soltar por la boca la poca fuerza que me quedaba para tirar hacia delante. En un suspiro del viento recupere el control sobre mi paraguas y salí corriendo hacia la acera.

lunes, noviembre 06, 2006

Las flores lo anunciaban

Un señor en la calle llevaba un ramo de nardos bajo el brazo.
Quería decir que mamá llegaba por la mañana.

domingo, noviembre 05, 2006

Experimento V

Hoy tocó ir a misa de doce, y después de tantos domingos diferentes fui a una iglesia católica; la Catedral de San Patricio (St. Patrick’s Cathedral) en la calle Cincuenta, esquina con la Quinta. Tras semanas de Evangelistas, Metodistas y otras Protestantes -además de la ya lejana Sinagoga- este templo se me antojaba familiar. Tiempo hacía que no iba a misa de veras, pero hoy las puertas de madera maciza cavadas, los altos techos góticos, las columnas de piedra, el altar de mármol, las vidrieras de colores, y el retablo dorado me acercaron un poquito a casa.

Esta vez fui yo la que arrastré a un amigo (metodista). Estaba nervioso, pues nunca había asistido a una misa “solemne,” como dijo él. Entramos a la iglesia y me dirigí a la pila de agua bendita. Mojé mis dedos índice y corazón y me santigüé. Mi amigo hundió un dedo entero e hizo un movimiento parecido al que yo había hecho. Me siguió hasta un banco y enseguida sonó el órgano magistral. La catedral estaba llena. Todos nos pusimos en pie y recibimos la primera bendición del día. Cuando el cura nos dejó sentar, el crujido de decenas de bancos a la vez ampliado por el eco de los techos, me transportó de inmediato a las misas del pueblo en La Mancha manchega que hay mucho vino, mucho pan mucho aceite y mucho tocino, pero luego el padre dijo In the name of the Father, the Son and the Holy Spirit, y me acordé de que aquello estaba muy lejos.

Al empezar la lectura del Evangelio todos hicimos la señal de la cruz, y mi amigo se limitó a mover la mano de cualquier manera enfrente de su cara, muy serio y como sabiendo lo que hacía. Le cogió por sorpresa la comunión, que observó boquiabierto desde su sitio. Y después ¿porqué se arrodillaban todos? Lo que le dejó descolocado del todo fue aquél señor bajito y regordete del banco de alante, que de pronto se dió la vuelta, dijo no-se-qué de la paz, le sonrió y le dio la mano. Qué majo, pensaría.

Sin preguntar como ni porqué, acabó levantando el corazón hacia el señor. Ya lo dijo el cura, era justo y necesario.

Terminó la misa y el padre nos dejó ir en peace. No encontramos terrazas con tapa, no había bares con cañas, así que nos quedamos sin el aperitivo. Fuimos bajando la Quinta abajo y llegamos a Times Square. Compramos tickets para una obra y, mientras empezaba, nos comimos una hamburguesa con patatas fritas.

viernes, noviembre 03, 2006

Completo y entero

Esta tarde no cabía una canica en la estación. Muchos minutos pasaron hasta que llegó el siguiente metro, y cada vez se iba llenando más el andén. Tanta gente había que yo no podía dar un paso para alante o para atrás. Me empecé a sentir oveja, y en mi mente empecé a balar, beee beee beee.

Por fin entró la máquina en la estación y descargó unos cuantos pasajeros, cual botella cerrada a presión. Decenas eran las que luchaban ahora por entrar en el vagón a tirones y algún que otro empujón de maletín. Yo decidí esperar al próximo tren, pues no sentí especial preferencia por convertirme en sardina en vez de oveja.

Me aparté como pude. Todavía hubo algunos obstinados que subieron y aplastaron a los que ya estaban dentro. De pronto vi que una última sardina –con traje y corbata- saltó, intentando hacerse hueco donde no había. Sonó una voz mecánica, Ding. Stand clear of the closing doors, please, pidiendo a todos que se apartasen de las puertas. Entonces se empezaron a cerrar, pero aquél último señor no estaba del todo dentro del vagón, y se le cerraron las puertas en el culo.

Automáticamente se volvieron a abrir y el hombre empujó más. Ding. Stand clear of the closing doors, please. Y se empezaron a cerrar otra vez. Obviamente, el culo seguía en el mismo sitio, y las puertas le volvieron a aplastar el trasero. Ding. Stand clear of the closing doors, please. Y sacó pecho, apretó las nalgas (y creo que contuvo la respiración), pero las puertas se seguían abriendo y cerrando descontroladamente. Lógico, pensé, hay un culo en medio. Pero aquél ejecutivo de unos sesenta estaba empeñado. Supuse que ya lo había decidido, se iba en ese tren, con o sin culo.

En una de estas, un chico harto de esperar apretujado o asustado de que aquellas puertas se hubieran vuelto locas, se bajó del vagón e, inmediatamente, el culo encajó con precisión en el espacio libre. Ding. Stand clear of the closing doors, please. Esta vez se cerraron, y vi que el hombre torcía el cuerpo acomodándose entre la gente. Partió el tren, y allá se fue el señor, tan contento y con su culo.

miércoles, noviembre 01, 2006

Carta a un amigo

Hace ya un par de meses que estoy aquí. Ahora mismo sentada en un café, pienso en ti y sonrío. Vivir en Nueva York era mi sueño y, una vez hecho realidad, vivo cada día disfrutando del ruido, del frío y del estrés de la gran ciudad. Vivo feliz y como en cada viaje, he encontrado nuevas personas con las que reír; Ahora es imposible imaginarme el mundo sin ellas.
Echo de menos la pequeña gran ciudad, Madrid; O en fin, allá donde estás tú. Yo he viajado y tú sigues anclado al patio donde crecimos. Un poco egoísta diré que, aunque querría que estuvieses aquí conmigo, tu constancia en los Madriles hace que mi barco siempre vuelva a puerto, al...berto. Siempre vuelvo a ti.
Mirando al horizonte y contemplando la Estatua de la Libertad –esa de la que tanto hablas, pero te prometo que ya tienes-, retorciendo el cuello para ver la punta del rasca-cielo, abriendo la boca y cerrando la pupila ante el destello de luces de Times Square, me falta tu mano, tu mirada cómplice y tu voz. Me falta volver a casa contigo en las madrugadas, sentarme a tu lado, tus filosofías y tus argumentos cargados de razón que nadie entiende. Me falta bailar como un pato contigo en el pasillo, y que me esperes a comer. Me falta arreglarnos juntos en el baño de prisa y corriendo para salir. Me falta enredarme en el cable del teléfono cuando te sientas en las escaleras a hablar, me falta discutir de política y arreglar el mundo, planear viajes que por narices vamos a cumplir. Me falta decirte te quiero, y reírme y que preguntes de qué me río y que te rindas y te rías tú también sin saber de que. Me falta tu trenza, tus rizos, y tu perilla a veces también. Me falta meterme en tu cama los domingos por la mañana, compartir periódico, y esa paciencia que tienes conmigo y con nadie más.
En el mejor de los mundos se nota tu ausencia. Recuérdame en tu sonrisa, que yo te mimo en mi corazón.
Me faltas pero te tengo.
Un besito desde Nueva York,
Paloma