lunes, septiembre 26, 2011

Cóñales Puñis

Estoy con el trabajo.
Nosotras también, que no te despiste la petaca.

¡Ay! Te lo he eslechao.

Frase introductoria reafirmativa:
“Lo más llamativo y, por qué no, preocupante…”

¡Tenemos que acabar ya!
Vale, pero no te ahorques con la leche.

…Donde las almas se unen y el amor permacerá. (PER.MA.CE.RÁ.)

¿Que-qué es esto qué? Esto, a ver.. ¿qué es?

Sería una muerte dulce.
La leche no es dulce, ¿alguna vez se te ha salido por la nariz?

Frase explicativa:
“Es la pescadilla que se muerde la cola.”

¿Qué puedo poner en vez de ‘alquilar’ para no repetir tanto?
Rentar.
Y en vez de niños… ¿Infantes?
No fuerces, no fuerces.

Teclea super rápido:
Oye, no vale intimidar.

“Caquexia” es adelgazamiento; será porque te vas la pata abajo.

Voy a vomitar, creo.
¿En serio?
Y me he quedao ciega de este ojo. (Se le va el ojo)

Frase argumental:
“Las cifras hablan por sí solas.”

Yo quiero ser Pocahontas.
¡Y yo no quiero ser Blancanieves!

Eh, venid un momento. Bueno no, primero abridme una cerveza y luego venís.

¡Ah, huele a pedo! ¡No puedo!
Hay que ser fuerte en la vida.

¡Vivirías con siete hombres!
Siete hombrecillos…

Eh, ¿has abierto una cerveza? Pues no vengas.

Frase de tesitura estructural:
Si yo supiera hacer quesitos…

¿Cómo se llamaba este hombre… Juan, no?
¿El mongolingo?
¿Quién?
Era un poco mongolingo ¿no?

Qué bonito es el francés… a veces, ¿eh?

A ver, ¿qué quieres?
No si no es con con si es con sin cerveza no quiero- Cállate.

Conclusión esperanzadora:
Kya Karenge, como se viene a decir en hindi: ‘Ajo y agua’.

¿Has comínio en coche? (Pues… no sé qué decirte)

Te conozco desde hace años. Y en estos dos días he aprendido que no sabes poner comas.

Se me ha movido un múlculo. (Y así “permacerá”)

La educación les hará libres.
No, la verdad les hará libres.
Es verdad.

Llevo soñando con unos mejilloncitos toda la mañana.

Frase romántica tesinal autodestructiva:
“Las palabras se las lleva el viento.”

No puedo decir nada contigo delante… ¡No sabes lo que tienes!
Al contrario, lo sé muy bien y lo exploto al máximo.

Jo, se me ha subido.
¿Jose?

En tu baño hay como bolas… es que he tenido un problema.
¿Bolas de mierda?
No, que se me ha roto el collar.

¡Cóñales puñis!

Conclusión:
Esto es algo que todos deberíamos plantarnos.

domingo, septiembre 11, 2011

Morir pocamente

Contexto (aunque ni así tendrá sentido): Redactando un trabajo sobre la infancia en la India


A ver, si pongo… - Ya, pero me voy a centrar en no sé.


Pone que la ley se aprobó en el dosmil novecientos noventa y nueve.


Ay, qué calor. Tu cara está caliente.


He llegado a la conclusión de que el gobierno de la India saca leyes pero luego ná.

Bueno, el poder legislativo hace las leyes pero el ejecutivo las tiene que implementar y el poder judicial juzga a quien no las cumple.

Vale… Me has chafao mi conclusión.


Coquí déjame un momentito, Coquí… Coquí, venga. Coquí, ¡cojones!


¡No sé porqué me haces beber café; ahora me voy a dormir!


Los matrimonios precoces…

¿Infantiles?

Infanticidio.


Gracias por hacerme caso.

…………. ¿Qué?


A ver, escucha que esta frase es de fundamental importancia- ¡Jajajajaja!


Los matrimonios preconcertados-

¿Preconcertados?

Preconvalidos.

¿Pero qué dices?

Pederastras.


Yo quiero reencarnarme en perro, mira qué vida, estar ahí tumbao…

Que te rasquen la oreja…


Ay, qué coñachus.


Cosa más bella que tú, cosa más bella que túuu- Ya la has liado, me has pegao la canción.


¿Qué te ha preguntado tu madre?

Que si tenemos comida y que si ha venido alguien.

Lo mismo que me ha preguntado la mia.

Son madres.


Ya me has pegado la canción.

Has sido tú antes, que la estabas zaran-caran-tanteando.


Cuando vuelva tu madre va a decir: Uno, que nos hemos terminado todo el café, y dos, que nos hemos acabado todo el papel higiénico.


Cosa más bella que tú, cosa más bella que túuu- ¡Joéee!


Las personas que no saben leer son analfabetas, ¿y los que sí?

Alfa.. alb, al- albacetizadas.

¡Jaja!

Pues… listas.


Muero de la mierda que es esto, y me cosquillea la cabeza.


A verrr barra de los cojonchus, ¡sal de mi vida!


¿Sabes lo que me apetece? Un piruleta. Y pasta con salsa boloñesa. Es que tengo hambre.

No, tienes tontería.


Me muero pocamente.


Dice que paga una caña por cada cinco páginas. Yo regatearía.

Dos cañas por cada cuatro.

Dile que una cada cinco…

Creo que no entiendes “regatear”.


Ay, mi pequeñita cosita-

Click

¡PERO QUÉ HACES!


Tienes “rebiting”, de remordimiento.


Hay una delegación de la India.

¡Podemos ir de incognitos!

Sí, a mi me dura el moreno del verano.


Coquí, no te pongas nervioso que se pone de mala leche.

¡GUAUUU!

¡AY, coño!


Andá, remordimiento de morderse otra vez… ¡Si no me lo dices en inglés no me entero! De verdad que nuestro idioma-

No sé si este es el momento de decirte que me lo he inventado.


Hazte una fuente, ¿porqué no te haces una fuente? Tú antes te hacías fuentes.


¿Te hago el pavito? Pavito, pavito, pavito… Es que estoy nirrrviosa.


Pero qué pedorros, si, tú verás que te ahogas en tu propio éste… Macho, qué gentuza.


Ay, qué asco, que antes has chupao a Coquí.

Oye, no, me ha chupado él.


Podemos añadir tus tonterías al anexo-

Oye, el anexo del trabajo va a ser gigante.

Claro, no paras de hablar.


Es que me subes los calores.


No me despertaste para que te ayudara… ¡No te lo perdonaré nunca!

O sea ¿no me perdonas que no me ayudaras?

Exacto.


No me hagas reír que me estoy pelando.


¿Tú te vas a casar por la iglesia?

Supongo.

Yo si me caso es por la barra libre.


Dude, me he tirado un pedo que me ha despertado de la siesta.


A ver, cómo digo: La ley es “nananananananana” del ejemplo del compromiso del gobierno…


¿Tienes ron?


Me va a dar un patatucio.


miércoles, septiembre 07, 2011

Brindar

Antes de dejar esta ciudad
Vamos a brindar, vamos a brindar
Por lo que sea, y vamos a cantar
Esa canción sin letra
Uuuuuu uuuuuu uuuuuu
Qué divertido entonar… Todos juntos ese recuerdo
O más bien desafinar

Y digo yo, antes de marchar
¿No querrás una copa más?

Llevas yéndote desde que llegaste
Ahora que ha llegado la partida
Sin un as bajo la manga
De manga sólo los cómics que esbozamos
Como estas sonrisas
Tú, que no eres de muchas prisas…

Quédate, espera
¿Una verde más?
Quédate, espera,
Unas risas más

Y digo yo, antes de marchar
¿Te apetece bailar?

Nos despedimos pidiendo
Que nos recuerdes sonrientes
Y que donde vas encuentres
Gente
Casi tan divertida como nosotros.

Antes de dejar esta ciudad
Vamos a brindar, vamos a brindar
Por los viernes de los martes
Y que seas feliz cuando marches.

jueves, septiembre 01, 2011

Verano americano

Sábado, 6 de agosto


G'morning Chicagooo!!
Son las 9.30am hora local y, después de haber dormido 7h me siento lista para tomar la ciudad como Al Capone. Bueno, o a lo mejor no como él...

Anoche llegué y me estaba esperando en el aeropuerto mi amiga Camber. Nos subimos al tren urbano, ese de la vías en alto que sale en las pelis cruzando la ciudad entre rascacielos, y llegamos a nuestro hotel (en "tó el este", en el centro), soltamos las maletas y nos miramos.

- Son las 9.30 de la noche.
- Cenamos en House of Blues, seguro que hoy hay concierto.

Entramos en el local tan mítico, decorado como una especie de Hard Rock colorido y artesanal.

Sentadas ya en nuestro cubículo pedí Chicken Tenders con mostaza y miel… ¡Oh, el sabor de America! Y una Lager local con la que brindamos cuando salieron los teloneros The Nightmare and the Cat. Mucho rock... Mucho Chicago, y nosotras encantadas.

Luego salió Lissie, al parecer una estrella en la región. Y lo demostró: el ritmo de la batería nos empujó hasta la pista, y su voz exclamante y rasgada se envolvía solamente con el gemido de su guitarra y un bajo.

Hasta las 2.30 de la madrugada saltamos ante el escenario... Que para mi eran las 8.30 de la mañana del día siguiente a haberme despertado en Madrid, haber cruzado en canal de la Mancha, el Atlántico y el este de EE.UU.

Qué cansancio y qué risa, no pienso perderme una en este viaje... Ya veis que los blues desaparecen en la casa del Blues cuando suena el Rock 'n Roll.


Domingo, 7 de agosto

Dejamos el equipaje en la consigna del hotel para trotar libremente por la ciudad hasta la tarde, cuando saldría nuestro tren al sur.

Al asomarnos a la puerta nos sorprendió una lluvia con pinta de pasajera, así que nos asomamos al local de al lado: un pub llamado Elephant and Castle, donde nos sirvieron mi reencuentro con los huevos revueltos con beicon y las tazas rellenables de café... Qué fácil es hacerme feliz. Y qué bien se desayuna en un pub.

Más que un desayuno, según las costumbres, era un brunch (breakfast-lunch), ya que eran las 11 de la mañana y allí las 12 ya es la hora de comer. Pero no nos apuramos, amigas en Chicago y de vacaciones... ¿Para qué?

Desde allí fuimos de cruce en cruce, entre edificios y surcando las aceras y el asfalto hasta llegar a la Avda. Michigan, donde contemplamos el 'skyline' de Chicago de camino a Millenium Park.

Anduvimos hasta una esplanada de césped, al final de la cual me pareció ver un Guggenheim de Bilbao o una ópera de Sydney. En un auditorio abierto, con arquitectura hermana de estas otras dos obras de arte, con las placas reflejando el sol... nacían vozarrones negros que alababan a Jesús con palmas, devoción, energía y trajes blancos.

Tras empaparnos de nuestra sesión dominical de gospel, nos acercamos a tontear con la gran habichuela negra, una escultura con forma de judía, de color oscuro pero reflectante, de modo que con sus contornos contorsiona también todo lo que en ella se refleja.

Allí nos topamos con una niña emperifollada de azul en lo que sería para ella un vestido precioso para una ocasión muy, muy especial, acompañada por dos chicos de traje negro, camisa del mismo color azul, corbata negra, y de otra niñita vestida también de pastelito.

Después encaminamos hacia el restaurante Ed Debevic's, un lugar... Peculiar. Su reclamo es la grosería de los camareros, que se perdona por bailes encima de la barra, y su lema es 'come y vete', que se compensa con sus excelentes hamburguesas.

Al entrar se descubre un 'diner' decorado al estilo de los 50, con cubículos con asientos de sky para cuatro, paredes cubiertas de carteles coloridos con mensajes como "No abuse de nuestra ayuda", "El aparcacoches que le ha cogido las llaves no trabaja aquí", "Los niños desatendidos serán remolcados" o "Hacemos un café tan bueno que no os lo servimos a vosotros", e intercalados con objetos extraños colgados del techo como un cerdo y una vaca. Por ejemplo.

Allí nos reunimos con Jordan, un amigo de Camber del colegio. Nos sentamos en un cubículo y el camarero nos tiró unos menús y unos gorritos de papel de cocinero, nos advirtió que volvería en cinco minutos y que no le hicieramos esperar. Entonces se dió la vuelta para tomar nota a la mesa de al lado y se dirigió al niño, "¿Tú qué quieres, Pañales?"

A los cinco minutos se apareció sentado en nuestra mesa, y sin mirarnos empezó, "¡Ay Dios mio, sí, tú, qué vas a comer!" Se fue con las ordenes y al momento nos soltó la bebida en una esquina de la mesa y gesticulando para que cogiésemos los vasos exclamó, "Haced algo, ¿no?"

Mi hamburguesa Blue Moon, con queso azul, pepinillo y cebolla, estaba deliciosa. Y a mitad de la comida el megáfonono interrupió nuestras risas exigiendo un aplauso para los camareros, quienes saltaron a la barra y comenzaron a mover el culito al unísono al son de un rock 'n roll.

Al terminar salimos por patas antes de que nos echaran, como a otro grupo que después de rebañar los platos se había quedado de conversación. "Come y vete", les recordaron, un concepto de la experiencia gastronómica contrario, se me ocurre, a la sobremesa bienservideña. Pero cada lugar tiene su encanto. Éste a mi me encantó.

Después paseamos hasta la vera del río Chicago (Riverwalk) y zigzaguemos el centro por Madison, State, Adams y demás calles, hasta que se hizo la hora de recoger el equipaje e ir a Union Station, enfrente de la Willis Tower -antes torre
Sears- para subir al tren rumbo a Springfield.

Los Simpsons...

En la estación nos esperaban los padres de mi amiga, los Carpenter, a quienes habia conocido otro verano visitando a Camber en Hong Kong. Con su humor y su Ford nos llevaron al pueblo donde viven, a unos 40 minutos, llamado Jacksonville. Eran ya las 9.30h de la novhe y habian tenido el detallazo de esperarnos varias horas para cenar... Por estos lares no se cena más tarde de las 6.

Fuimos a Leo's, el mejor lugar se Jacksonville si quieres pizza. Mrs. Carpenter se acercó a saludar al dueño, ya que en estas poblaciones pequeñas de 25.000 habitantes se conocen todos. Allí compartimos una pizza grande y muchas historias.


Lunes, 8 de agosto

Mi amiga Camber me conoce tan bien, que al darme un regalito me dijo: "Toma esta tontería".

Abrí el paquete y vi unas gafas de plástico hueco con las patillas demasiado largas. ¡Unas gafas-pajita! Empecé a saltar y Camber a reír, y nos fuimos derechas a por el medio galón de leche en la nevera. Empecé a sorber y sólo me tragaba aire, pero poco a poco la leche iba subiendo y haciendo el camino de curvas hasta que, a la altura de los "loops" de los óculos, mis ojos intentaron acompañar el rocorrido de la leche, volviéndome bizca y, antes de que estallara el ataque de risa sentí el frescor de la leche. Fue la leche.

Salimos a la entrada, y ya de día me percaté de las tres entradas al garage. Camber empezó a levantar uno de los portones blancos, y unos segundos más tarde quedó descubierto a la luz el culo de un Chevrolet Impala rojo del 79. Y mi boca abierta.

Después de unos minutos de aspavientos y movimientos idiotas de emoción, nos montamos en el descapotable y nos fuimos a ver y vivir Jacksonville.

Enfilamos la Avda. Morton abajo y Camber, encantada, apretó el acelerador del cacharro; yo, sonriente, me coloqué las gafas de sol y descansé mi brazo chulescamente en el borde de la puerta; mi pelo, revolucionado, bailaba con el viento.

Paramos en la oficina de correos, y seguimos al querido y odiado grandísimo almacén Wal Mart. En un espacio comparable a un hangar se encuentran gel de ducha, chuletones, barras de labios, rifles, salchichas cubiertas de torta de maiz, camisetas a $10, y una peluquería.

Cuando terminamos los recados ya eran las 12.30h, hora de comer para la gente decente del centro oeste, así que nos fuimos a Steak 'n Shake, famoso por sus hamburguesas y batidos. Pedimos hamburguesas y batidos.

Después dimos una vuelta por la plaza del pueblo desafiando las costumbres de no pasear de los locales. La plaza de Jacksonville es parecida a la de cualquier pueblo estadounidense, desierta, rodeada de edificios bajos con pequeños comercios y una estatua patriótica en el centro.

La realidad tiene esa magia de superar siempre a la ficción. Por eso sé que una cuadra más allá, ya subidas en el coche, pasamos frente a la comisaría y había dos presos en la acera vestidos con un mono de rayas blancas y negras, uno de ellos bebiendo agua de una botella de plástico. Y yo con mi camiseta dublinense de rayas blancas y negras.

El resto de la tarde nos dedicamos a pasearnos en el 'chevy', viendo iglesias, muchas iglesias: baptista, luterana, metodista, ¡hasta una católica! y un centro de los testigos de Jehová. Ah, y el templo masónico. Tenemos de todo, oiga, señora.

Pasamos también por el antiguo instituto dr Camber, al lado de un campo de maiz, y por la casa en el arbol propiedad del mismo personaje que circula con el coche de tres ruedas. Si.

En casa, Camber cogió su guitarra y nos fuimos a la sala de estar a estar y ella a tocar y cantar. Nos sentamos en la moqueta y fue siguiendo los acordes en un papel escrito a mano. Yo escuchaba y disfrutaba de todo, de ella, de su voz, de su sitio, de las vacaciones.

Un poquito más tarde la preparación de la cena consistió en romper dos huevos en unas bolsas de plástico (especiales para fuertes temperaturas) y añadirle jamón, cebolla, pimienta, o lo que cada uno quisiera en su tortilla... Meter la bolsa en una olla con agua hirviendo durante 13 minutos y listo. Sin manchar, sin limpiar. Tortillas muy buenas. Y muy 'american'.

Después de cenar -como eran las
7 de la tarde- fuimos a ver a unos amigos de Camber en South Jacksonville que tenían dos perras bulldog, esos que respiran así: gggrrrnccc gggrrrnccc gggrrrnccc.

Todo indica que mañana también será un gran día.


Martes, 9 de agosto

Salimos de Jacksonville de mañanita acompañadas por dos amigas de Camber (para el viaje prescindimos del Impala) con destino St. Louis, Missouri. Nuestro vehículo fue haciendo las veces de cremayera cerrando la carratera que dejábamos atrás, entre dos campos inacabables de maiz.

Entrando a la ciudad vimos el Arco sobresalir entre su montón de edificios altos. Fuimos derechas hacia él, que desde los sesenta es símbolo de la ciudad y conocido como la "puerta al oeste".

En una estructura de 650 pies de altura, un ascensor vertical no podría dejarnos en la cima. Nos montamos en una especie de carro de noria, una cápsula cerrada que fue dando trínquetes inclinandose y tirando hacia arriba.

Desde arriba comtemplamos la grandeza del río Mississippi y vimos también la Corte donde el esclavo Dred Scott perdió su caso por la libertad, el hotel Chase Park Plaza y el estadio Busch de los Cardinals de St. Louis (baseball).

Comimos en el barrio de Seulard, una zona de edifios bajos, de dos o tres pisos, de ladrillo y construcción americana. En casi cada esquina había un restaurante o un bar, algo poco común en un barrio residencial de Estados Unidos, pero St. Louis se nos presentaba como dueña de sí misma.

Después hicimos un recorrido por la fábrica de cerveza Anheuser Busch, creadora de cientos de marcas, entre las que resaltan Estella Artois y la famosa Budweisser. Al final nos invitaron a una, para mi agradecimiento después de ¡tres días de verano sin una caña! En cada lugar toca lo que toca.

Nos dirigimos luego a The Hill, un barrio italiano lleno de restaurantes y panaderias y banderitas de Italia. Allí disfrutamos de un gelatto de media tarde y seguimos hacia el "loop" y a Delmar Boulevard, la céntrica arteria de tiendas de discos, ropa, reataurantes, pubs y terracitas.

Sobre las 8 nos fuimos al Muny de St. Louis, un teatro al aire libre en el parque Forest. Allí vimos el conocido musical Bye Bye Birdie, que nos sorprendió al no conocerlo en detalle su contenido sexista y racista. Una obra de ya unos cuantos años, quizá sea revisada pronto. Al menos disfrutamos de canciones como Put on a Happy Face.

Por la noche nos recogió una amiga de la amiga de Camber, y nos llevó al barrio Cental West End, otro ambiente de terracitas y esquinas con toldos anunciando la especialidad de cada casa. Nos sentamos en una terracita, bajo la luz de la luna y una farola, en el restaurante Pi. Dicen por ahí que es la pizzeria preferida de Obama. A mi me pareció excelente masa fina.. Para un excelente final a un día en St. Louis.


Miércoles, 10 de agosto

Eran las doce del mediodía cuando tomamos la salida hacia Springfield, Illinois, enganchándonos a una tira de la histórica Ruta 66. La emoción trotaba por dentro y mi mente empezaba ya a imaginar recuerdos de algun viaje futuro, con ciertas e inciertas personas con quienes pienso un día repasar ese trozo de carretera.

Nos disponíamos a elegir un lugar para comer. Entre semáforo y semáforo veíamos cadenas como Subway, Arby's, Jimmi Jone's y mientras yo intentaba adivinar qué sería menos malo, el coche avanzaba y de repente vi exactamente lo que buscaba. En un edificio solitario adyacente a la pista un cartel enorme anunciaba: FOOD.

Simple y directamente 'comida' era lo que buscabamos. Y la verdadera recompensa por no confomarnos con un McDonald's fue descubrir, al aparcar y acercarnos, que el local era una parada obligada de la Ruta 66 especializada en perritos calientes.

Las paredes estaban repletas de matrículas, pegatinas y objetos relacionados con la Ruta. Nos dirigimos a la barra, detrás de la cual un mozo con gorro chato de papel le daba la vuelta a una hamburguesa y me percaté de un cartel que decía que allí se habían inventado los 'corn-dogs', un tipo de perrito muy común en la zona que consiste en un perrito cubierto por una pasta frita de maiz. Allí, sin embargo, los habían rebautizado -o más bien bautizado- 'Cozy Dogs', que viene a ser un perrito agustito. Me lo pedí.

Después nos fuimos hacia la plaza de Springfield, cuyos habitantes mantienen orgullosos ser la ciudad que inspiró a Matt Groening para sus dibujos amarillos. Sin embargo, parece ser que los habitantes de Springfield, Missouri creen que Los Simpsons son de ese Springfield, y los de Springfield, Kansas aseguran que son de su Springfield.

Personalmente, creo que abusan del nombre para una ciudad. Y tampoco es nada fuera de serie; signifia campo de la primavera. O si se quiere ser toca-pelotas, campo del muelle (boing).

Entramos en el Museo de Lincoln, el decimosexto presidente de la nación conocido por su asesinato en un teatro de la capital -irónicamente cuando asistía a una representación de "El primo americano"- y reconocido por su labor a favor de la abolición y sus esfuerzos para mantener la Unión en la guerra civil contra la Confederación de los estados del Sur.

Tras un intenso recorrido por la vida personal y política de Abraham Lincoln en un museo que en sí es una obra de arte, nos colamos en un auditorio donde estaba cantando un grupo acapella.

Reconocí tres de las cuatro canciones que cantaron. Una fue 'Dixie', cuya letra alaba los campos de algodón del sur y que en su momento fue el himno no oficial de la Confederación; entonaron la 'Yankee Doodle Song', otra canción popular que podría sostener los ideales de la Unión en los 1860s; y se despidieron con 'Oh Susana', que presiento que mis lectores también reconocerán. El estribillo dice así: "Oh Susana, don't you cry for me, I come from Alabama with a banjo on my knee". No deseperéis, que enseguida os arrancaré una sonrisa cómplice al contaros que la música de esta canción es la misma que inspiraba aquella de... Caminando por el oeste una mierda me encontré...

A la salida del museo le pedimos a una mujer que nos hiciera una foto y entablamos conversación. Nos preguntó que de dónde éramos, a lo que Camber respondió Jacksonville y yo, naturalmente, respondí España. La mujer quedó claramente sorprendida con mi respuesta y exclamó, "¡Eres de España!" e incidió, "Entonces, ¿eres realmente española de España?" He decidido no comentar esto más a fondo.

Paseando por 6th Street, plagada de cafeterías, restaurantes y comercios de todo tipo, entramos a una tienda de regalos. Me puse a hablar con el chico de la caja, que quería salir de allí, conocer mundo y dejar de ser el "típico americano ignorante" (en sus palabras) y cuando le dije que yo era de España me invitó a clavar una chincheta en Madrid sobre un mapamundi de la pared.

La pena de Springfield es que todos los locales cierran a las cinco de la tarde. La tiendas, los cafés, el museo... Así que, como comentamos Camber y yo, aunque haya jovenes emprendedores con ganas de mover la ciudad y darle vida, a las cinco se apaga el mundo. Y se cena.

Nuestro amigo del mapa nos contaba que en verano él y algun comerciante más del centro se ponían de acuerdo para abrir el primer viernes de cada mes hasta tarde. O sea, en total no mucho, sólo tres días al año. Pregunté qué hora era "hasta tarde" y me contestó: "Hasta las ocho".

De vuelta a Jacksonville contemplaba los campos de maiz pensando en todo esto cuando me fijé en unas maquinarias muy altas, con un brazo mecánico extensible que buen uso haría a los agricultores. En la cima del brazo del aparato sobre hileras e hileras de maiz ondeaba una bandera de los Estados Unidos de America. Sí, 'this is America' y sí, 'Spain is different'.

Sobre las ocho nos sentamos a la mesa con los padres de mi amiga, los Carpenter, y disfrutamos de una cena amena con risas y más historias. De postre su madre nos preparó pastel de melocotón, una versión personalizada del famoso pastel de manzana conocido como el American Pie.

Después habiamos quedado con dos amigos de Camber en Applebees, el sitio del 'hang-out' o lugar de la quedada en una ciudad como Jacksonville, donde los únicos sitios donde ir de noche son éste, el local de comida rápida y fritanga Wendy's, o el típico bar de carretera donde se arman peleas y vuelan las sillas.

Allí nos pedimos unas margaritas y hablamos de lo humano y lo profano, no de lo divino, y después de una buena dosis de carcajadas, nos fuimos a dormir.


Jueves, 11 de agosto

Nos dirigimos hacia el oeste en dirección a Hannibal, Missouri. En la carretera nos acompañaba el rock sureño de Lynyrd Skynyrd, nos rodeaba el maíz y el cielo y nos entretenían manadas de Harleys y algun cartel que otro en favor de las armas tipo: Las armas salvan vidas.

En los arcenes de la pista vimos bastantes animales muertos, atropellados: Ciervos, mapaches, zorros y un puercoespín.

Dejamos el estado de Illinois cuando cruzamos el río Mississippi; el poderoso, el majestuoso, como claman muchas canciones.

Ya estábamos en Missouri otra vez y enseguida llegamos al pueblito de Hannibal. Allí vivió Mark Twain, quien hizo famosas las aventuras de Tom Sawyer. Nos adentramos en la cueva que inspiró al escritor para su historia y visitamos la casa de su mejor amigo de la infancia, quien supuestamente inspiró su otro gran personaje, Huckelberry Fin.

Luego apretaba el hambre, así que me pedí una hamburguesa y 'root beer', una bebida dulce y con burbujas con sabor a algun producto que me recordaba a las visitas al dentista.

Fuimos al centro de turistas y compramos sombreros de paja como los de Tom Sawyer para las cinco chicas que nos reuniríamos en un par de días. ¿Puedo ayudaros? Necesitamos cinco sombreros de paja, gracias.

Dejamos la carretera interestatal 72 y nos subimos a la 36 oeste cruzando el estado de Missouri. A la altura del pueblo de Hamilton más o menos, cogimos la 35 hacia el sur a Kansas City.

Rectas infinitas eran amenizadas con la pandereta y el saxofón de los Creedence y las galletas de chocolate blanco y nueces que nos preparó la madre de Camber para el viaje.

También vimos una camioneta pick up Dodge de seis ruedas, un acontecimiento que no merece un párrafo entero, pero era chulísima así que lo quería contar.

Entramos a Kansas City y el gps nos llevó directamente a casa de nuestra amiga Stefanie. Hacía tres años que no nos veíamos. Como la cosa más natural del mundo, bajamos del coche y nos pusimos nuestros sombreros de paja. Llamamos a la puerta, sonrientes y saltarinas. La puerta se abrió y obviamente la reacción fue: "Aaaaaaaaaah! Oh my God!", un abrazo de tres y risas imparables.

Entramos a la casa y detrás de una pared estaba Mario, el prometido de nuestra amiga y quien nos conoció en ese preciso momento de clase y glamour. Así ya sabía qué esperar...

Stefanie y Mario nos llevaron a cenar a Jack Stack Barbecue para que probásemos la famosa salsa barbacoa de Kansas City, rival irreconciliable de la barbacoa de Memphis.

Allí, entre anécdotas y tonterías apareció Kate. Después de tres años sin vernos me abrazó, me puso la mano en la cabeza y dijo: "¡Oooh eres tan pequeña!"

Después de cenar nos fuimos a un bar con moqueta y parquét, dianas y carteles por las paredes, sofás de sky y señales de neón. La barista era amiga de Kate, así que nuestras cervezas no se hicieron esperar. Por aquello del moqueo me pedí una Boulevard Pilsner, local.

Nos juntamos con un par de amigos más y empezamos una partida a los dardos con bastantes momentos estelares entre los que destacan las enseñanzas de Kate sobre cómo lanzar un dardo: con determinación y como si fuera un puñal, pero un puñal sexy.

Pedimos otra ronda, y esta vez probé la Boulevard de trigo, también muy buena. Luego Kate nos contó un poco sobre la ciudad y la noche. Nos contó que, por ejemplo, en el barrio de Westport últimamente había muchos tiroteos y la policía lanzaba lo que llaman 'spray de pimienta' aunque, en general, no había muchos problemas. Entonces pregunté, ¿Y en qué barrio estamos? La respuesta parecería evidente: En Westport.

Pero no había nada de qué preocuparse, estábamos juntas y habíamos aprendido a lanzar puñales.


Viernes, 12 de agosto

El flash de un relámpago y los tambores de los truenos anunciaron nuestra partida. Cuatro amigas en un coche riendo y poniéndonos al día, reunidas tras tres años en los que tanto nos ha pasado y ha pasado. El camino ahora sería hacia el este, destino Kentucky.

Paramos a comer un sandwich de barbacoa en una estación camionera en algun lugar entre Kansas City y Memphis. El viaje prosiguió durante horas con largas conversaciones y recuentos de anécdotas, mientras al otro lado de las ventanillas los campos de maiz se transformaban en alfombras verdes de judías intercaladas con espacios salvajes de distintas clases de árbol y algun que otro lago.

Cruzamos el río Missouri y paró la lluvia, pero la carretera seguía recta y se estrechaba ante nosotras como un tirante. Al otro lado nos reencontraríamos con Alison, que volaba desde Nueva York.

En la carretera nos mezclábamos con Fords familiares, Buicks elegantes, grandes Infinity, y nos cruzábamos con todoterrenos Subaru, vans Mercury, camionetas Dodge, caravanas Uhaul y camiones monstruosos de variados colores y con matriculas de todos los estados.

Cantábamos a voz en grito Rolling, rolling, rolling on the river. Y al pasar por St. Louis volvimos a cruzar el Mississippi, mi pareja de baile en este viaje en el que voy danzando. Y volvío el maiz, como el estribillo.

La lluvia asomaba y desaparecía y no sé en qué momento cesó la música pero, durante horas y horas el coche se inundó de carcajadas, anécdotas e historias de Hong Kong, Brasil, Nueva York, de bodas, de chicos, de amigos, de viajes y sólo se oía bla bla bla jaja ohhh jeje bla bla jajajaja, etc.

Llegamos a Paducah un par de horas antes de que aterrizase Alison, así que nos metimos en una tienda de libros a rebuscar. En uno de los pasillos encontré unas mochilas de tamaño medio con diseños divertidos y modernos. Me acerqué a ver y todas tenían una cruz incrustada o bordada... Entonces me di cuenta de que estaba en la sección de cubiertas para biblias. Welcome to Kentucky.

El momento del reencuentro llegó, y cuando Alison salió por la puerta de llegadas en el aeropuertito de Paducah, las cuatro esperabamos supersonrientes y cada una con un sombrero de paja en la cabeza. Antes del abrazo vino la risa, la emoción, luego el abrazo de cinco a la vez y, cuando menos se lo esperaba, hice un gancho y le endosé un sombrero también.

Ya estábamos.


Sábado, 13 de agosto

Finalmente, el culpable de todo esto... ¡El día de la boda!

Bajamos a desayunar en el hotel y veíamos a gente que seguramente estaba allí también por la boda, se hablaba de boda, se respiraba boda... Una mujer con una muestra de tarta se acercó y, al identificarnos como asistentes al enlace, se presentó como la abuela de la novia, a la que aún no conocíamos. Dijimos que éramos las amigas de Ron de Nueva York y repasándonos una a una preguntó, "¿Y cual de vosotros ha venido desde Europa?"

Durante la mañana recorrimos el campus de Murray State University, donde se graduó nuestro amigo y lugar del que conocemos miles de anécdotas. Luego nos tomamos un laaargo café-risa y buscamos un sitio especial para comer: Bad Bob's BBQ.

Allí estábamos comiendo nuestros sandwiches barbacoa esperando la llegada del novio. Cada vez que se abría la puerta nos girábamos y ahogábamos una exclamación pensando que seguramente entraría cuando tuviésemos la boca llena o nos cayese salsa por la barbilla... Hasta que una vez se abrió. Y allí estábamos otra vez, seis de los Meeps reunidos después de tanto tiempo, como si por nosotros no hubiera pasado, para casar a nuestro amigo.

Hicimos de esto un reto personal: seríamos la mesa más divertida de la boda.

Sobre las cinco menos diez de la tarde aparcamos el coche al lado de la iglesia Metodista Unida de Murray. La puerta estaba cerrada y no había nadie afuera. Sólo faltaban diez minutos para el comienzo de la misa y pregunté que por qué estaban cerradas las puertas. "Por el aire acondicionado, seguramente," me contestó mi amiga con naturalidad.

Abrimos las puertas y nos recibió un séquito de chicos, los 'hombres del novio', en una entradita y saludé a Chase, a quien había conocido en mi anterior viaje a Murray tres años atrás. Detrás de una mesita estaba sentada la hermana de Ron y su sobrino repartiendo programas y un librito de asistencia que firmamos antes de entrar. Pasamos ya dentro del templo, alargado y amplio, cuya única imagen eran unos vitrales al fondo. Debajo de los vidrios que coloreaban la cara de Jesús, un altar blanco y simple, detrás del cual colgaban unas cortinas granate de terciopelo y desde el que nacía una alfombra roja que partía los bancos en dos hasta nuestros pies.

Seguimos a un chico encargado de sentar a los invitados y nos colocamos donde nos dijo. El piano sonaba tranquilo mientras los invitados esperábamos. En el respaldo del banco de delante teníamos una biblia y un misal. Entonces desde un atril cantó Mr. Beaton, el tío del novio.

Cuando terminó se hizo un breve silencio hasta que volvió el piano y apareció el novio, que desfilaba sonriente hacia el altar del brazo de su madre. Detrás desfiló el padre con su nueva mujer, y le siguieron hasta cinco parejas de 'hombres del novio' y damas de honor que se colocaron en fila y de pie junto al altar; los chicos al lado de Ron y las chicas al lado del lugar de la novia. Dos chicas llevaban unas velas cerrando el desfile y salió al altar la ministra, una mujer de pelo largo conoso vestida de blanco que oficiaría la ceremonia.

De pronto cambió la música y todos nos levantamos para recibir a la novia, que flotaba por la alfombra con su padre, quien llevaba un traje negro a juego con su barba sin bigote enmarcando su cara rosa y encantada.

Pasaban unos minutos de las cinco de la tarde y la ceremonia se desplegó ante nosotros. Cantamos un par de canciones del misal mientras amigos y familiares de los novios tocaban en la orquesta. No recuerdo bien en qué momento fue que una señora de verde subió al atril y empezó a hablar de Dios y de la fé con voz quebradiza y casi susurrando, hablaba de los novios, de su amor y de su amor a Jesús, sus ojos estaban cerrados y al borde de romper a llorar. Tal y como subió, de pronto bajó y continuó la misa.

El momento de la comunión fue especialmente curioso, empezando por el hecho de que en las bodas protestantes no se suele comulgar. Sin dar mucho crédito a mis ojos miopes, vi cómo la ministra se dirigía a los novios y partía un pan. Un pan entero, redondo. De una de las partes arrancó un trozo, lo mojó en un cáliz y se lo dió a Ron. Luego hizo lo mismo con Kasey. Entonces se levantaron ellos y cuatro invitados se acercaron al altar. Esta vez fueron los novios quienes dieron la comunión a estas dos parejas, que quedaban así designadas para repetir el proceso con los demás asistentes.

Dos de ellos se pusieron en los escalones del altar. Uno sostenía medio bollo de pan y el otro una copa de cerámica. Una pareja con las mismas funciones se puso al final del pasillo. Otros dos chicos iban indicando a cada banco su turno y a qué lado dirigirse para comulgar. Cuando nos dió la señal, me levanté y caminé hacia la parte trasera de la iglesia. Me paré delante de los designados, uno de ellos dio un pellizco al cacho de pan y me lo entregó diciendo Éste es el cuerpo de Cristo. "Amén," dije y me giré hacia el chico con la copa de cerámica, mojé mi pedazo de miga en el cáliz mientras me decía Ésta es la sangre de Cristo que fue derramada por nosotros. Saqué la molla empapada y mis reflejos evitaron el chorreo en la alfombra. Me la metí a la boca y me vinieron sudores y recuerdos revueltos de la época de catequesis. La hostia no se mastica... Pero yo tenía ahí una bola; o mordía o me arriesgaba a atragantarme y montar una ceremonia aparte yo solita. Supuse que dada la situación mi falta sería perdonada. Pensando ya en contarle la anécdota a mi abuela, volví a mi banco.

La misa terminó con la entrada del piano otra vez y la salida de los recién casados sonriendo, detrás de ellos los padres, los chicos y las damas de honor. Después empezaron a evacuar en silencio a los invitados banco por banco, de alante a atrás ordenadamente, todos por el centro hasta la puerta.

Un flash me cruzó la mente reproduciendo cómo sería la escena en una boda española y nos vi pisando los reposa-rodillas de los bancos para salir por cualquiera de los lados, dando besos a todo el mundo, exclamando cosas sobre vestidos y zapatos, etc.

Bajamos los escalones de la iglesia y dimos unos cuantos pasos hasta un edifio adosado.
En el pasillo había una mesita con distintos tipos de chucherías y bolsitas de plástico con el nombre de los novios para que cada uno se preparase su 'souvenir'.

Enseguida entramos en un espacio de techo muy alto del que colgaban dos canastas recogidas. El piso era una cancha de baloncesto y una pared estaba cortada por la luz de afuera que entraba através de una cruz enorme de valdosines de vidrio.

Enfrente, la mesa de los novios era alargada y presidia un espacio que separaba las mesas del novio y de la novia, todas vestidas de negro con grandes centros de rosas rojas y naranjas. El espacio del centro, que se convertiría en pista de baile, estaba delimitado por tiras del bombillitas cubiertas con una especie de gasa blanca.

A nuestra izquierda había otra mesita con fotos de los novios y un cartón donde dejarles un buen deseo. Allí, también, dejé el libro de acuarelas de Madrid de regalo.

Detrás se había formado una fila no sabíamos para qué, pero nos pusimos en ella. Era para el buffet, donde había ensalada con queso fetta, macarrones, pechuga con salsa gorgonzola, albóndigas y pan con ajo. Para beber se podía elegir entre té helado, agua o limonada.

Cargamos y buscamos una mesa en el lado del novio que no estuviera reservada. Eran las seis y poco de la tarde y empezamos a cenar.

De vez en cuando veía caras familiares, de la otra vez que estuve en Kentucky. Mientras comíamos dos manos se posaron en mi espalda y, al darme la vuelta, una vecina de Ron me dio un abrazo. "¿Te acuerdas de mi?" Por supuesto, es la señora que hacía caramelos caseros y tenía la casa empapelada de post-its con palabras en francés.

Luego nos acercamos a la mesa de los novios y cuando fui a presentarme y darle la mano a la novia me dijo sonriendo "¡Sé quien eres!" Allí estábamos comentando y preparándonos para una foto cuando Ron fue a acomodarse y se resbaló de la silla, tirando dos copas de agua que no pudieron apagar nuestras risas. Entonces se acercó la madre de Ron y después de bendecirme y abrazarme me preguntó: "¿Te importa acompañarme para exhibirte?"

Sólo podía responder que ¡Encantada! aunque no entendía bien porqué quería quitarle protagonismo a su hijo. Me llevó de mesa en mesa diciendo a los comensales "¡Ha venido desde ESPAÑA! ¿No es increíble?"

Fue estupendo ver a gente que había conocido hacía años, que para mi fueron personajes curiosísimos y para quienes yo volvía a ser una atracción. Saludé al señor Peck, quien en mi anterior visita había desplegado toda su colección de armas de fuego, a la tía que me invitó a higados de pollo rebozados, al tío en cuyo patio jugamos al baloncesto...

En menos de una hora todo el mundo había acabado de cenar, así que salieron el mejor amigo y el hermano del novio a pronunciar un discursito con anécdotas y chascarrillos intercalados con la fé en Dios. Después habló la dama de honor, hermana gemela de la novia.

Enseguida empezó a tocar la banda y Ron y Kasey bailaron su primera balada como marido y mujer, "Just the way you are". Después ella bailó con su padre a la vez que él con su madre. Y entonces ya sí saltamos nosotras al centro de la pista para darle vida a un rock 'n roll.

Durante un rato los jovenes se animaban a entrar en nuestro círculo, mientras nuestro amigo iba y venía, atendiendo felicitaciones y haciendo un twist.

Mi momento preferido fue durante una canción lenta, cuando nos quedamos paradas sin saber qué hacer y apareció Ron, nos abrazó a Stefanie y a mi, y nosotras extendimos el abrazo a las otras tres, formando un circulo que se balanceaba al son de un blues bailando abrazados, amigos reunidos chorreando alegría.

Al rato empezó a menguar el numero de bailarines pero nosotras seguíamos dominando la pista. A las 9.30 Ron vino a despedirse. Los novios ya se iban, pero antes bailamos un rock -precisamente Italian Restaurant, de Billy Joel- que tantos recuerdos me trae de Ron y de Nueva York, cantándola por las calles de Manhattan con él. Nos abrazamos hasta pronto y seguimos con la fiesta, claro.

Nos quedamos solas en la pista acompañadas sólo por otros dos amigos de Ron. Uno dijo ¡Sois las más divertidas!, oficialmente cumpliendo nuestro propósito de serlo. A las diez de la noche el guitarrista bajó a la pista con nosotras y nos dedicó la última canción.

Los dos amigos, Tom y Chase, se unieron a nuestras ganas de sábado noche así que nos dirigimos a un bar en el campus universitario. Las texturas, los colores y los cortes de nuestros vestidos destacaba entre las chanclas y pantalones cortos de los estudiantes de Murray. Allí compartimos unas cervezas y unas risas... Ya ves, ahí, riéndonos en medio de Kentucky.

Y así pasamos un buen rato hasta que no quedaba más que cerrar la noche como se cierra en un pueblo pequeño en la América profunda. Nos fuimos a conducir por el cementerio y Chase intentó asustarnos. No lo consiguió, pero fue todo un clásico.

El día había terminado, nuestro amigo se había casado y pronto el grupo se disolvería. Pero más días vendrán, todos seguiremos cuidando esta amistad y volveremos a estar juntos más pronto que tarde... Aunque no sabemos en qué lugar del mundo.


Domingo, 14 de agosto

A media mañana salimos de vuelta a Paducah a dejar a Alison en el aeropuerto y continuar camino de Memphis en la carretera, tan parte de nosotras ya. La banda sonora de las próximas horas fue dominada por Elvis, por supuesto.

Pasamos por alguos pueblos desiertos bajo el sol, graneros aislados, granjas bordeadas por vallas blancas de madera y alguna que otra imagen que demuestra que la ficción tiene mucho de verdad.

Finalmente la pirámide al otro lado del Mississippi nos anunció la llegada a Memphis. Soltamos el coche y nos montamos en un travía de madera que nos dio una vuelta por las calles principales de la ciudad. Buscamos un hotelito, soltamos también las maletas y nos echamos a la calle.

Empezaba a anochecer y dirigimos nuestros pasos a Beale Street. Fue girar en la esquina y entrar en un universo de música y luces. Los colores de neón nos reclamaban la atención: costillas, cerveza, guitarras eléctricas, barbacoa... En la acera tres habían montado un escenario; uno tocaba la batería, otro la guitarra y otro se dejaba la voz pegada al micrófono. En la misma manzana otra banda tocaba un blues frente a la estatua de Handy, que no soltaba su saxofón. Sólo girando la cabeza el oído recibía la llamada de otra guitarra cercana, que tiraba de nosotras y así recorrimos toda la calle Beale.

Cenamos en el Rum Boogie Café con la guitarra de Billy Joel y la de Santana de guardaespaldas. El escenario escupía blues...

Paseamos calle arriba y calle abajo, vibrando con la intensidad de una cuerda eléctrica como la que giscaba un flacucho en un patio mientras su amigo soplaba un saxofón. Hicimos paradas en todos los bares que nos apetecieron, nos bebimos la música que inundaba el aire, y nuestros ojos no dejaban de brillar observando a las gentes.

Cuando ya nos íbamos nos cruzamos con un grupo de amigos y decidimos tomar la penúltima. Entramos en un bar con karaoke y, por supuesto, todos acabamos en el escenario cantando entre risas y pasetes improvisados.

Cuando terminó la canción nos despedimos de Memphis. Terminaba la noche. Se cerraron las cortinas de este viaje, se acabó el espectáculo. Qué gran show y qué recorrido. Las artistas prometimos hace un tour próximamente... Para dar a conocer nuestra compañía en otras ciudades.