viernes, septiembre 12, 2008

Puerto Rico II

Saliendo de Cidra, paramos en el monumento al Jibaro. Bajo el cielo azul había un árbol solitario en una montaña, y dos picos que se llaman las Tetas de Cayey. Foto y foto, por supuesto. En la carretera y en pleno tráfico pasamos a un tipo tumbado en una hamaca, colgada entre dos palmeras del arcén. Él estaba soñando. Y parecía que nosotros también…

Llegando a Ponce nos perdimos. -Después entenderíamos que Ponce y Perderse van siempre juntas-. Pero al fin llegamos al Castillo Serrallés, donde la familia de origen catalán cultivaba caña de azúcar para la producción de ron. Después volamos a la Hacienda Buenavista; entre riachuelo y molino descansaban las tablas para secar el grano de café.

En la plaza de Ponce nos tomamos varias fotos en el Parque de Bombas, y me reencontré con la tienda de la esquina, que burlando mi memoria no está realmente en una esquina. Un señor junto a la fuente vendía quenepas. ¡Ahora estábamos realmente en Ponce!

A la guaga de nuevo, y pronto llegamos a La Parguera…donde eternamente suena el merengue en la tierra y en el mar brilla la oscuridad. El barco nos adentró en la bahía, y con el favor de la noche pudimos ver el mar fosforescente.

Probamos la sangría “Coño”, y una vez resuelto eso emprendimos viaje a Cabo Rojo. Conocimos a la Abuela, al Abuelo y al primo Orlandito. Allí nos dimos una panzada de cena de arroz y carne encebollada. Cuando yo ya no podía más y seguía habiendo una montaña de arroz en mi plato, respiré hondo. Había mucho arroz. Y todos se reían de mi.

Al día siguiente fuimos a las Cuevas de Camuy, donde nuestra guía intelectual nos pidió que no le preguntásemos mucho sobre los tipos de árboles porque ella no era experta en fauna.

Visitamos también el Radar de Arecibo, el centro de astronomía más importante del planeta. En el camino compramos turrón de coco: Al primer mordisco mi cara se desconfiguró y solté horrorizada: ¡es pura azúcar! Los dieciséis días siguientes me estuvieron tomando el pelo por ello.

En la cena había pasta. Pedimos queso rallado y nos lo alcanzó el Abuelo, que me dijo como quien no quiere la cosa: “Ana todavía puede engordar un poquito más. Tú estás bien.”

Claro, pero sin embargo me seguían haciendo respirar hondo.

Por la noche, ya cenados y duchados, nos fuimos a tomar un café payaso a la plaza de Cabo Rojo. Payaso porque había dos dedos de café y el resto eran nubes de azúcar, motas de chocolate y aderezos de colores. Pero como buen payaso, nos sacó alguna carcajada.

Nos fuimos de marcha a Boquerón. El calor acompañaba a la noche y nosotros, en excelente compañía, no dudamos en refrescarnos con una Medalla. ¡Hay que consumir local! Nos tomamos la cerveza con los primos junto a la playa, rodeados de chiringuitos y bailongos… la salsa de Marc Anthony empezó a sonar.


1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Lo del arroz es una exageracion, no era tanto. Es que como dice mi otra abuela, ustedes, especialmente tu, comen como mosquitos!!!

9/12/2008  

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