miércoles, septiembre 17, 2008

Puerto Rico IV

Aparcamos la guagua frente a las salinas rojizas que dan el nombre al pueblo, y con el sol picante en el cielo, caminamos hasta el Faro de Cabo Rojo. Entramos al faro. Los primos, Ana, Guillermo y yo nos hicimos fotos con las ventanas abiertas y con el mar al fondo, curioseamos las paredes de la estructura, que estaban recubiertas con folios escritos, y vimos en cada silla y mesa una edición distinta de La Odisea. Subimos las escaleras de caracol y contemplamos los azules y naranjas: el cielo y el mar, el sol y la sal, las rocas.

Alejados del precipicio pero por encima del acantilado hicimos la caminata. Bañador, vestido de playa, gafas de sol, gorra, chanclas… ese más o menos era nuestro atuendo cuando cruzamos Playa Sucia, donde el agua es límpida. Empezamos a subir por un camino de piedra y arena cuando a Ana se le rompió una chancla. Risas.

El primo Orlandito le ofreció uno de sus “crocs”, y quedó él medio descalzo, caminando por la arena ardiendo y sobre piedras puntiagudas.

Así entre ay, no hace falta, gracias, vamos, ya casi, llegamos a nuestro destino: una piscina natural bajo el acantilado, donde entraba agua con la marea, frente a unas cuevas con arcos de postal. El agua era transparente, el día soleado y allá que nos fuimos. Bajamos con cuidado de roca en roca, y al meter el pie en el agua resbalamos suavemente por los lados terciopelados de las rocas sumergiéndonos en aquél jacuzzi paradisíaco.

Al salir rompió una ola en el justo momento en que Ana se ponía de pie (para variar), y Ana se fue. Que si estás bien, que si qué raro en ti… Y a los dos segundos de estar al sol estábamos más secos que la mojama. Iniciamos el descenso hacia la playa otra vez y, otra vez, Ana rompió su chancla. La otra.

El primo debió de pensar que allí se las arreglase cada uno como pudiese, porque él se iba pinchando por el camino, así que el ingenio creó unas chanclas mega-fashion, sujetas al pie con una goma del pelo. Y tan chula siguió andando.

Ya todos sanos y salvos bajo el chorro del aire acondicionado en la guagua, seguimos viaje a La Parguera, en Lajas. Desde un pequeño muelle donde se “proivía” pescar, embarcamos en la lancha de Damián y su amigo, que nos llevaron alegres dando botes en el agua y con el viento enredándonos la coleta, hasta la isla Caracoles.

La isla consiste en un montón de mangles enraizados en arena llana, cuyas raíces sobresalen en la superficie. Como todos los domingos, las lanchas y barquitas de cada familia anclaban alrededor de la isla, y como el agua no cubre, mayores y pequeños se relajaban en el mar… Nos tiramos al agua y e hicimos un corrillo de charleta, fresquitos, con una cerveza en la mano. En la mano de Orlando una estrella de mar se amoldaba lentamente a la forma abierta y a veces cerrada de su puño. Mirando hacia abajo veíamos bien las uñas de nuestros pies. Decidimos nadar un poquito, con cuidado para no pisar las anclas. Pasamos una lancha salsera, otra llena de jóvenes escupiendo reggaetón, y de pronto vimos unos pinchos flotando. Flotaban en una barca con una barbacoa; en una sombrita un señor con sombrero escuchando merengue hacía su agosto (literalmente) vendiendo pinchitos a dólar y medio.

Nos metimos por un canal que desembocaba a mar abierto, pero nos quedamos dentro del pasadizo, que parecía el patio de un colegio, lleno de niños jugando y tirándose al agua desde los árboles.

Había dos cuerdas que se usaban como lianas, una bajita para los más pequeños, y otra que colgaba más alto para los más osados. Guillermo, Ana y yo nos quedamos enganchados a unas raíces para flotar cómodamente sin tener que hacer esfuerzos contra la corriente, y nos quedamos viendo divertidos cómo se tiraban unos y otros. Una que estaba borracha, lista para lanzarse, allí arriba frente al público, se quedó en pelotas. Las carcajadas rebotaban entre las raíces de los manglares como truenos a la vez que los flashes de los amigos relampagueaban la escena. Otra, muy decidida saludó a sus amigos abajo, se agarró con fuerza a la cuerda y se lanzó. Pero tan fuerte se agarró que no se soltó, y la cuerda empezó a volver a su sitio con ella aún colgada. Culetazo contra el árbol, y entonces ya sí cayó al vacío como una mosquita.

No entenderé nunca cómo ni porqué después de ver todo eso a Ana le dieron ganas de hacer de Chita.

Se subió a las raíces y se acercó a la primera cuerda, pero debió de pensar que era poca cosa y quiso llegar a la más alta. Pisando descalza y mojada, manteniendo el equilibrio de raíz en raíz, sujetándose en una rama, impulsándose con la otra, despacito pero segura, llegó a la cima. Orlando le explicó dónde poner el pie, qué movimiento hacer primero, cómo sujetar la cuerda y como demostración, se tiró. Ana puso el pie en el tronco que le había indicado, hizo el movimiento que tenía que hacer y al querer agarrar la cuerda, desistió.

¿Cómo va a ser!? Desde abajo la animamos, pero decidió nuevamente hacer todo el recorrido pianito, pianito hasta la primera cuerda. Del agua a donde ella estaba parada había un escalón. Venga, vamos, tírate, tú puedes. Cogió la cuerda, la agarró con ambas manos, nos miró, la miramos, el público esperaba, vaciló dos segundos, echó los ojos al cielo y con cara de desmayo o resignación soltó la cuerda y dio un saltito al agua. Chof.

Hubo un par de segundos en silencio de incredulidad. Luego la burla explotó y las risas nos acompañaron por el resto de los días. Guillermo lloraba de risa, y a mi me llevaba la corriente, pues no podía reírme de esa manera y a la vez luchar contra la fuerza del agua. Ana nos mandó a algún sitio y se lo tomó con mucha deportividad, intentando declarar su (equivocada) versión de los hechos.

Para que no se enojase demasiado, por la noche, bañaditos, limpitos y sequitos nos fuimos a inflarnos de palomitas y coca-colas al cine de Mayagüez. Después de habernos pre-inflado de arroz, carne y guineos maduros en la cocina de la abuela. Después de la peli dimos una vueltita por la plaza del pueblo y, ya en casa tomamos un vasito de leche y a dormir. Un día tan perfecto como otro cualquiera.


2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

"equivocada"??!! sí, sí, vosotros decid lo que queráis, pero yo, aun con la rodilla destrozada por los cortes de las rocas lo intenté, mientras que otros se quedaban ahí abajo mirando con su cervecita en la mano... Ahí os quería haber visto yo a vosotros! y qué le voy a hacer si no llegaba a la rama! pero weno, sé que nada de lo que diga va a cambiar vuestro punto de vista, y como ya estoy acostumbrada, pues na, me uno a vuestras risas y punkt!jajaja!

9/18/2008  
Anonymous Anónimo said...

Yo lo que puedo comentar es que un ni~o de apoximadamente unos 5 a~os, se lanzo de la cuerda de abajo. Recuerdo como si fuera ayer que vimos al chamaco tirarse con mucho estilo. Mientras que por esa misma cuerda tu no te pudiste tirar. Te lanzastes desde las raices de los mangles y a penas el agua salpico. Tu estilo de tirarte es unico. Tienes que ense~arnos. Estoy... que me muero de a envidia! jejeje

9/25/2008  

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