miércoles, enero 18, 2006

Volverás a abrir tu libro

Mucha gente tiene una imagen empobrecida y gris de la literatura hoy en día. Ya son muchas las veces que he oído decir que la literatura ya no es lo que era. “¡Qué es eso de leer en la parada del autobús! ¿Y en el andén del metro? Por Dios...” Se dice que la literatura se ha vuelta fría, interrumpida y breve.
En cierto modo es verdad. Para muchos de nosotros las interrupciones son inevitables. Pero muy a menudo encuentro reconfortante que los trayectos de ida y vuelta son el único tiempo libre para, precisamente, concentrarme, aunque sea tan sólo por diez minutos, y abstraerme de los empujones, jaleos del metro. Sólo así transformo lo impersonal en sólo mío, y al deslizar mis ojos por las palabras unidas unas a otras, comprendo su significado. Entiendo lo que me dicen, y no me importa que el de al lado me esté aplastando el brazo.
La literatura nos permite entrar en contacto con otras culturas y crear cimientos históricos, aprender de nosotros mismos, hacernos sentir, disentir y opinar, e interpretar y dejarnos huir de las complicaciones cotidianas. Siempre ha sido así. Y que nadie le quite importancia a las lecturas de deprisa y corriendo, pues justamente por el conocimiento y las facultades que me ha proporcionado la literatura, ya sea leída en un sillón confortable o en un apretado vagón del subterráneo, consigo expresarme y decir que la literatura es más que una forma de expresión y comunicación. Es un privilegio. Es un lujo que hasta el más pobre se puede permitir.
Tal vez la descrita anteriormente no sea la forma ideal para leer, pero es una forma preferible a la de no leer. Quien asegura que el que no lee en un lugar tranquilo, en su espacio escogido y con buena luz no está en condiciones de interpretar y dejar volar la imaginación, se equivoca. Ése es, justamente, el poder de la literatura. Nos llega en cualquier sitio y bajo cualquier condición. Quizá porque la lectura se nos haga más difícil en las situaciones más frecuentes, tenga aún más mérito abrir un libro.
De la misma manera, no es cierto que cuando suena el silbido del metro y se abren las puertas, se cierra el libro y, al montar en las escaleras mecánicas, uno ya haya olvidado su contenido. Todo queda almacenado, cada frase y conclusión registrada. Así, mientras sales a la calle y te aprietas la bufanda, sabes que volverás a bajar a los adentros de la tierra, esperarás en el andén con impaciencia el próximo tren. Y entonces se abrirán las puertas, dejarás salir antes de entrar, y volverás a abrir tu libro.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Creo que eres demasiado blanda con los críticos. Cada vez que abro un libro en el metro todo mi ser (cupero y alma) viajan en el tiempo, en el espacio y en la fantasía para entrar de lleno en las historia de la que soy testigo. Poder hacer eso durante 10 minutos, parar para hacer trasbordo y volver a trasnportarte es autentica magia y fantasía digna del mejor Ende, Tolkien o Shakespeare

1/24/2006  
Blogger gErT said...

y los que no podemos leer en sitios tranquilos, donde no hay ruido...
¿qué hacemos? ¿cómo mezclamos la realidad cotidiana con la realidad de las páginas que leemos?

2/08/2006  

Publicar un comentario

<< Home