jueves, agosto 07, 2008

Alaska VIII

Denali, 03 de julio- En el medio de la nada

El tren avanzaba despacio por las vías que nos llevaban hacia el norte, adentrándonos cada vez más en la naturaleza de Alaska. Pasamos densidades de pinos, de repente un claro y una charca… Más pinos, laberintos de pinos, todo era salvaje y natural excepto las vías del tren. Al fondo no podían faltar las montañas… a lo lejos vemos el famoso Mount McKinley, montaña que los nativos llaman Denali.

Alrededor de ese monstruo cuya cumbre sólo es visible unos pocos días al año y, por suerte era uno de esos días, murió el joven Chris McCandless, protagonista del libro y la película “Into the Wild” (Hacia rutas salvajes). Alberto y yo íbamos leyendo ese mismo libro durante el trayecto, para meternos más en el papel de aventureros. Este viaje lo hacíamos los dos solos.

Estábamos en el medio de la nada. Estábamos en aquél lugar del mundo… que sí existe.

Para hacernos una idea de lo remoto que era aquello (como el cuento de la Abuela, En una casita muy remota, muy remota…), hacía un par de horas que no veíamos señales de civilización cuando de pronto habló el conductor por el megáfono:

“Fíjense, que en una milla o así pasaremos por una casa a su izquierda. Allí vive un señor a quien le tiro el periódico desde el tren todos los días.”

Ese es el mayor contacto, o el único, que tiene ese señor con el resto de la vida. A la milla pasamos la casa. Efectivamente, era una sola casa. Delante tenía las vías del tren, a un lado había pinos, al otro también, y detrás, más pinos. El pueblo más cercano no lo pasamos hasta al menos otro par de horas en tren.

Absoluta soledad. Una vez tan aislado de todo, me pregunto para qué querrá leer el periódico. Talvez saber que sigue existiendo el mundo le hace sentirse persona.

Me contaba la madre de Amira que en Alaska sólo hay dos carreteras. Una va de Anchorage al sur, y la otra al norte, que lleva a Fairbanks. Sin embargo, no cubren ni una cuarta parte del vasto territorio de Alaska. El resto queda incomunicado, para ir de un una ciudad a otra dentro del estado sólo queda el avión.

El tren hizo una parada antes de llegar a nuestro destino y allí se bajaron algunos pasajeros. Por megafonía avisaron que los turistas no se alejasen de los andenes de la estación pues habían avisado de que un oso negro andaba por ahí cerca.

Tras ocho horas de recorrido, Alberto y yo llegamos a nuestra acogedora cabaña del bosque. Estaba dentro de un recinto en el Parque Natural Nacional de Denali, donde además de cabañas había espacio para caravanas y lugares reservados para tiendas de campaña. Las cabañas del oso pardo, se llamaban: The Grizzly Bear Cabins.

Nos instalamos y nos fuimos a dar una vuelta por el bosquecillo y bajamos un rato al río. El río Nenana.

Teníamos media tarde y la noche para pasar el tiempo. Así que nos inventamos un juego, con una diana dibujada en la tierra a la que tirábamos piedras. Paseamos, hablamos, nos reímos.

Cenamos, escribimos postales y nos fuimos a dormir pensando en lo que nos esperaba al día siguiente.