jueves, agosto 07, 2008

Alaska VII

Seward, 02 de julio- De perdidos al río: “From lost to the river?”

Por la mañana las montañas parecían diferentes. Era como si ellas también se acabasen de despertar, y la luz que reflejaba la nieve era más clara. Levantamos campamento y nos preparamos para el viaje de regreso. Esa noche dormiríamos en Anchorage.

Joel viajó con Amira. Y Simon conducía el coche de Joel, rescatado ya; Alberto y yo de pasajeros. Nos fuimos los tres hablando y riendo de lo que fuese, y a mitad de camino paramos en un área de descanso. Había una colina, desde la cual se contemplaban las vistas más bonitas de Alaska, según Simon. Pues había que subir.

Empezamos a caminar hacia la colina y la vegetación comenzó a hacerse más espesa. Esquivamos ramas, raíces y charcos hasta que nos encontramos con otro pequeño obstáculo. Un río. Y había que saltar.

Simon, a quien mi primo y yo habíamos apodado ya Simonkey (de mono) no tuvo ningún problema. Volvió a saltar a nuestra orilla, y continuamos un poco río abajo para encontrar un cruce más estrecho. Saltó de nuevo, y desde la otra orilla le decía a Alberto que saltara. Éste tomó carrerilla, y aunque no lo reconozca, sudaba por toas partes. Llegó a la otra orilla por los pelos. Y empezó a subir la colina.

Mientras, Simon desde una orilla y yo desde la otra, recorríamos el río buscando un paso que mis patas cortas pudiesen superar. La idea de Simon era colocar su monopatín como puente, pero era imposible, el río no estrechaba. Alberto estaba casi arriba, y a día de hoy sigue negando que me abandonó.

Habrá que saltar, pensé, lo más que puede pasar es que me moje. ¡Voy a saltar!

“I’m going to jump!” le dije a Simon.
“Lánzame la cámara,” me contestó.

A mi me dio la risa porque los dos sabíamos ya que me iba a caer. Me empecé a reír sólo de imaginar que iba a acabar en el río, y claro, cogí impulso a carcajada limpia, con lo cual no fue impulso ni fue ná.

- ¡Clic! Hizo la cámara.
- ¡Chof!!! Hice yo.

En la foto salgo muy bien, sonriente y en pleno vuelo. Me mojé hasta las espinillas, y en realidad me refresqué bastante porque hacía calor.

Subimos la colina, más empinada imposible; la escalamos, mejor dicho. Yo me iba agarrando a las plantas para no resbalar, y cuando llegamos arriba le dije a Alberto: “¡Te lo has perdido!”

Hacía muchísimo calor, pero no podíamos quitarnos la sudadera, que hacía de escudo ante las nubes de mosquitos que nos atacaban en aquél lugar. Movía el brazo con la mano abierta y tres o cuatro quedaban pegados en la palma. Me picaron en las cejas y debajo de los ojos, los únicos resquicios que dejaban descubiertos la capucha y la gorra.

Nos asomamos al borde de la colina y realmente eran increíbles las vistas. Era un paisaje como el de las películas de El Señor de los Anillos. Valles, montañas, horizontes lejanos.

Al llegar a casa no esperé a secarme, más bien corrí a la ducha, que me llamaba desde hacía tres días de campamento. Ya empezábamos a oler como Boobon.