jueves, agosto 07, 2008

Alaska I

La “pre”: Madrid-New York-Seattle-Anchorage, 23 horas de viaje.

No por falta de experiencia, sino más bien por lo contrario, iba yo como Pedro por su casa por el aeropuerto de Barajas y me monté al avión que no era.

Y no es que me equivocara y dijera, ¡Andá!… No, no, es que yo ya me iba.

Puerta con puerta embarcaban el avión a Nueva York y otro; yo vi que había jaleo y me fui adelante tranquilamente, entregué mi tarjeta de embarque al señor, pasé el finger y me metí al avión. Subí la maleta al compartimiento de encima de mi asiento, saqué mi libro de la mochila y lo coloqué en el bolsillo de la butaca de delante, me senté, me acomodé la almohadita, me puse la chaqueta por encima de las piernas y me abroché el cinturón.

Así de preocupada me hallaba yo cuando vino un chaval a decirme que estaba en su asiento. A ver, pues no, yo tengo el 19 F. Y yo también. Pues mira, no sé, debe haber un error. Y tanto.

Llegó la azafata y nos pidió la tarjeta de embarque a ambos. La mujer, con su pelo amarillo pollo recogido en un moño, los labios rojos y la falda apretada me miró por encima de sus gafitas y me preguntó, “Señorita, ¿va usted a Atlanta?” Pues no, pensé yo, vaya cosas me pregunta esta, menuda azafata que no sabe donde va su avión. “Voy a Nueva York,” le dije. “Pues está usted en el avión equivocado,” contestó.

Ah. Procesé.

Pero no creas que me entró el nervio. Con la misma tranquilidad con la que me había asentado (y un poco de risa contenida), me desabroché el cinturón, recogí mis cosas, bajé la maleta y me fui por donde había venido. Y me senté en la sala a esperar el embarque de mi vuelo a Nueva York.

Y digo yo, que… por que el avión iba lleno y alguien tenía el mismo asiento que, si no, me había ido a Atlanta. Tanta seguridad…

Aunque, total, ya habría aprovechado el viaje. Eso seguro.