sábado, abril 28, 2007

Un día en Boston

Planeamos pasar allí el sábado. El viernes no dormimos, y salimos de la estación de bus de Chinatown a las 6.30 de la mañana. Llegamos al puerto de Boston a las 10.30 y anduvimos con la mochila en la espalda y el mapa en la mano. Enseguida encontramos la línea roja pintada en el suelo que recorre las calles de la ciudad, guiando al que se deje por cada cosa de interés. La vía de la libertad, se llama. Y la seguimos por todos los monumentos y a veces la burlamos para meternos por vericuetos.

Vimos la casa de Paul Revere, que avisó del ataque de los ingleses; la Iglesia del Norte, donde la antigua colonia bostoniana atendía a misa en cubículos reservados estrictamente para sus familias; cruzamos el puente de Charlestown y escalamos el obelisco de Bunker Hill para ver la ciudad desde arribotas; estuvimos en la plaza del ayuntamiento, acompañando a una protesta contra el Presidente Bush y sus amigos; entramos a la Antigua Casa del Estado, desde cuyo balcón se leyó por primera vez en público la Declaración de la Independencia, y junto a la que soldados británicos fusilaron a varios colonos, en la conocida Masacre de Boston; paramos ante la tumba de John Adams, quien fuera el segundo presidente de Estados Unidos; paseamos por el parque Boston Common y por el barrio Beacon Hill.

Fuimos al campus de Harvard en metro y de regreso nos bajamos en Park Street, línea roja. Esa es la parada para Suffolk University, universidad a la que hace ya más de tres años envié una solicitud y me la aceptaron. A punto estuve de irme a Boston, pero al final el imán del cariño familiar pudo más y me fui a Madrid. Si hubiese tomado una decisión diferente, esa parada sería hoy parte de mi rutina diaria. Todo habría sido muy distinto.

A la una de la mañana del domingo nos dejó el bus en la estación de Chinatown otra vez. Llevabamos dos días sin dormir.

Lo bueno de que me encante Boston es darme cuenta de lo mucho más que me encanta Nueva York. Lo mejor de irme a Boston es volver. Regresar a Nueva York tarde en la noche; vislumbrar las luces de Manhattan desde el otro lado del río; contemplar la ciudad que brilla a lo lejos y se acerca y, finalmente, al ver la corona del edificio Chrysler iluminada, sentirse en casa.