miércoles, abril 25, 2007

El día que subastaron mierda por un dólar cincuenta

Planeamos el día en función de las comidas. Iriamos a Patti’s a comer chuletas y cenaríamos en Strawberry’s un filetón de cerdo. De un sitio a otro se demoraba horas de viaje. Y en medio, iríamos a ver el campus universitario de Murray, donde estudia Ron. Empezaríamos la jornada en Kentucky y la acabaríamos en Missouri.

Por la mañana nos despedimos de los Beatons. Recorrimos carreteras preciosas, bordeando los lagos Kentucky y Barkley. A las doce llegamos a Grand Rivers, un pueblo situado en lo que se conoce como la Tierra entre los lagos. El restaurante tenía una pequeña granja con pavos reales, caballos, dos cabras y una llama. Dentro, nos recibió una mesera emperifollada y nos recitó el menú entero sin respirar. Pedimos pepinillos fritos rebozados para empezar, y de segundo chuletas de cerdo de un pulgada de alto. Nos trajeron pan con mantequilla de fresa para untar, y el agua la sirvieron en un frasco de cristal, con pajita y una rodaja de limón.

Con el café, me levanté para ir al servicio, y Ron insistió en que entrara al baño de más arriba. Pensé que habría algo gracioso allí, o que querría que viese alguna curiosidad. Abrí la puerta y entré. La puerta se cerró detrás de mi y encendí la luz. Entonces vi una bañera antigua, y dentro había un indio sentado que me miraba. Era de tamaño real con el pelo negro y trenzado. Me llevé un susto que me quedé muda y paralizada. Me quedé sosteniendo la mirada al maniquí largo tiempo, sin moverme, y luego eché un vistazo al resto del cuarto de baño de reojo. Sin darme la vuelta, alcancé la manivela y salí de allí muy despacito.

Me senté en la mesa y Ron me miró expectante. “Que susto,” dije. Y Ron soltó una carcajada, “Es el Indio Joe.” Si, pues que majo. Es una de las tradiciones en Patti’s, llevar a alguien nuevo y mandarle al baño de más arriba y luego reírse. Nos reímos, claro. Y enseguida llegó la camarera con un pastel de queso y cerezas y una velita, por mi cumpleaños adelantado. Pidió la atención de todo el mundo, dijo que “Palouma” celebraba su cumpleaños y todos los desconocidos juntos me cantaron y felicitaron. Después del postre volvimos al coche y me acordé, “Aun no he hecho pis.”

Salimos de aquel pueblito de Kentucky hacia la ciudad de Murray, en el mismo estado. Ron quiso llevarme por la carretera más bonita, y giró a la izquierda para seguir bordeando los lagos. Y tanto que los bordeamos. Nos metimos por una carretera sin fin, y la próxima salida no llegaba. Nosotros íbamos tan contentos, hablando y oyendo música Bluegrass, la típica que cantan los granjeros con sombrero, camisa a cuadros y un trozo de paja en los labios, tocando el violín. Sin saberlo, estábamos atrapados en la Tierra entre los lagos, y después de hora y media por fin vimos un cartel: Bienvenidos a Kentucky. “¿¡Eh!? Entonces, ¿donde habíamos estado?” Nos entró la risa, y descubrimos que habíamos seguido hasta Paris Landing, en el estado de Tennessee, y ahora cruzábamos a Kentucky otra vez.

A media tarde llegamos a la universidad de Murray. Aparcamos y Ron me dio el tour por el campus, enorme, precioso y caluroso. Buscamos el edificio de Periodismo, y luego caminamos hasta el colegio mayor, donde pasamos un rato con dos de sus amigos. Chase era el compañero de habitación de Ron, amigo suyo desde la infancia. Y Brandon era el vecino del cuarto de al lado, que vivía solo por el bien de todos. Llamamos a su puerta y Ron y Chase entraron delante. Me dijeron que esperara afuera, Chase echó un spray perfumado por toda la habitación y entonces me dejó entrar. Saludé a Brandon, me dijo que disculpara las bolsas de basura, y me enseñó en una estantería la montaña que había construido con latas de un refresco. Estaba orgulloso de ella, así que le felicité.

Ya había oscurecido cuando llegamos a Holcomb, Missouri. Allí habíamos quedado con los Beatons de nuevo para cenar, y así conocí al otro hermano de Ron, a la mujer de John y a su hijo, que no hizo más que imitar a un sapo toda la noche. Holcomb, como me explicó la Sra. Beaton, era un pueblo donde no había más que una oficina de correos, una tienda de ultramarinos y el restaurante donde íbamos. Pero tenía el mejor cerdo a la barbacoa de la región. Me zampé el filetón entero, más el puré de patatas y un cacillo de habichuelas espesas.

Al salir oímos escándalo en el local de al lado. Alguien dijo que sería una subasta, y mientras los demás se fueron para el aparcamiento, Ron y yo nos metimos allí a moquear. Casa de subastas de Ed. El local no tenía puertas, y el techo y las paredes se estaban desconchando. Había una topera de humo y trastos viejos amontonados en todos los rincones. En el centro había varias sillas, ocupadas por viejos mal olientes, con camisetas agujereadas, sin dientes y con greñas blancas que caían por debajo de sus gorras desgastadas.

Estos son los rednecks del sur, los “cuellos colorados,” a quienes también se les llama hicks en forma derogatoria. Son los que viven en caravanas en medio del campo y se casan entre ellos. Miles de chistes se burlan de que eres un redneck: si enciendes una cerilla en el baño y tu casa explota, si conociste a tu novia por un mensaje escrito detrás de la puerta del baño en una parada de camiones, si tu perro y tú usáis el mismo árbol, si se cae el porche de tu casa y aplasta a cuatro perros, si vas al basurero y vuelves con más basura de la que llevaste, si llevas un paquete de seis cervezas a la iglesia, si piensas que “comida rápida” es atropellar a una zarigüeya a 65 millas por hora…

De pronto sonó la voz de uno en el micrófono que decía ondlr, ondolr, d’I ere tw, ere, sld! Yo no entendía ni papa, y entonces se nos unió la Sra. Beaton, que horrorizada preguntó que en qué idioma hablaba. Ron nos vocalizó despacio: One dollar, one dollar. Do I hear two? Here, sold! (Un dólar, un dólar. ¿Oigo dos? Aquí, ¡vendido!)

A continuación se subastaba una lamparita de queroseno por un dólar cincuenta. Nadie la quería, así que el del micrófono añadió a la ganga una segunda lámpara de cristal verde pero sin pantalla. El afortunado se las llevó por tres dólares.

Volvimos a casa de Ron en Kennett y fuimos a alquilar una película. Cuando estábamos pagando, una señora con moño despeinado y camiseta de pijama le explicaba a la dependienta que esta era la tercera vez que volvía a cambiar la película porque no le funcionaba en su aparato de video. Entonces se giró a su hijo, y en un acento encaracolado del sur le advirtió que si le hacía volver otra vez le iba a “pegar para arriba fuera de la cabeza.” Smack you upside your head. En inglés tampoco tiene sentido, pero eso fue lo que dijo.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

ME IMAGINO PERFECTAMENTE LA ESCENA CON LOS "REDNECKS", DE AUTÉNTICA PELÍCULA SUREÑA, PROFUNDA, EXTRAVAGANTE, UNO DE ESOS MOMENTOS EN QUE LA REALIDAD SUPERA CON CRECES A LA FICCIÓN, UN AUTÉNTICO "LUJO". ¡ ES LO QUE TIENE SER TAN INTRÉPIDA Y CURIOSA!

BESO ENORME

4/25/2007  
Blogger Dreamer said...

Hermana, me encanta como escribes y me alegro de que te lo hayas pasado tan bien!
Sigue contando historias, que seguro que tienes muchas!
Besitos!
Rita

PD: Iowa is waiting for uuuu

4/25/2007  
Anonymous Anónimo said...

smack you upside your head Significa "darte un coscorron"

1/07/2008  

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