miércoles, abril 25, 2007

El día que lloraban las guitarras y seguimos la música del rey

Salimos de Kennett temprano y en menos de dos horas bajé la ventanilla para respirar el aire por el Boulevard de Elvis Presley. Llegamos a Graceland, a la mansión donde vivió la leyenda del Rock ‘n’ Roll. Vimos su casa, su tumba, el salón de los trofeos con paredes repletas de discos de platino, su avión privado, el piano donde tocó canciones con su familia la última mañana de su vida, sus trajes de realeza y su colección de coches. Vimos el famoso Cadillac rosado, el único del que nunca se desprendería por ser el favorito de su madre. Y es que Elvis tenía fama de regalarle coches a sus chóferes, de propina. Vimos el hotel de los corazones rotos, el mismo de la canción (Heartbreak Hotel). Y no miente, realmente está al final de la calle solitaria; un cartel dice Lonely Street.

De camino a Memphis encontramos una estación de radio de Todo Elvis, por si no teníamos bastante con la cancioncita del primer día metida en la cabeza. Empezó la canción “Memphis, Tennessee.” Su voz sonaba “su casa está en el sur, encima de una colina, a media milla del Puente Mississipi,” cuando —por maravillas de la casualidad— justamente cruzábamos el puente de entrada a la ciudad.

Un cartel nos recibió: Memphis, cuna del blues y hogar del Rock ‘n’ Roll. Bordeamos el paseo del río, y al fondo estaba la pirámide; réplica de su ciudad hermana, Memphis de Egipto.

Aparcamos el coche. Y vi las luces del teatro, al famoso Orpheum llegaría pronto otro musical de Broadway. Por la noche habría partido en el Autozone Park, donde los Red Hawks de Memphis juegan al béisbol, y en el FedEx Forum descansaban los Grizzlies de baloncesto.

Caminamos al centro. Y por ahí se empezó a oír una guitarra eléctrica; los blues se tocan en directo en la calle Beal. Los bares son oscuros y las terrazas sirven costillas tiernas al aire libre. Un local tras otro, nadie tenía prisa, todos se paraban a escuchar. Algunos caminaban al ritmo triste de la música… y es que estaba en el aire. Sonaba por todas partes. Saltarín el piano, que se acelera con la batería. Se rompe una cuerda y llora la guitarra. La voz del negro con traje y gafas oscuras se desgarra. Pide misericordia, se ha marchado su baby. Ha caído de rodillas y tocará la guitarra para ahogar la tristeza azul.

Cerca, otro vestido con camisa de colores brillantes y sombrero, canta sentado en el muelle de la bahía. Dejó su hogar en Georgia, con dirección a Frisco Bay. No tiene nada por lo que vivir, parece que nada va a cambiar. Ahora deja que pase el tiempo… sentado en el muelle de la bahía, como cantaba Ottis Redding.

Yo también me senté. Y dejé que el tiempo pasara. Estaba en Memphis.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

estabas donde debías estar el día que lloraron las guitarras y seguísteis la música del rey

4/27/2007  

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