viernes, diciembre 14, 2007

Cuentos: El gigante Sanguchón

Érase una vez un país donde la tierra era azul y el cielo amarillo, los árboles naranjas y sus habitantes, verdes. El más temido por todos era el gigante Sanguchón, un glotón que pasaba su tiempo cazando duendes para comer, preparando deliciosos sándwiches de mofletes para cenar.

Los duendecillos verde de la tierra azul corrían cuando oían el estruendo de las tripas hambrientas del gigante, pero muchos andaban ya tristes y sin mofletes, pues sus piernecillas no habían conseguido burlar los pasos enormes de Sanguchón.

Vivían dos duendecitos amigos en este país de cielo amarillo. Él se llamaba Duendi y ella Duanda, y jugaban a colgarse de las ramas naranjas de un árbol cuando oyeron un sonido tronador que los espantó al toque. “¡Oh no, es Sanguchón!” gritó Duendi, todavía colgado boca-abajo. Duanda le tomó de la mano y estiró de él, dijo “¡Vamos!” y echaron a correr.

Apurados, presionados por las pisadas que les estaban a punto de alcanzar… Duendi tropezó y, al caer, le salpicó tierra azul en el ojo. En esto apareció Sanguchón regocijándose de anticipación. Cogió a los amigos indefensos por el gorro puntiagudo, apretando sus dedos gordos como si fuesen pinzas, y encaminó a casa para preparar la cena.

Cuando llegó a casa, sentó a los pequeños en la repisa de la cocina y fue buscar los utensilios.

- ¿Qué vas a hacer?, preguntó Duendi temblando.
- Voy a comerme vuestros mofletes, dijo Sanguchón.
- ¡No, por favor!
- Yo tengo hambre y vosotros no los necesitáis.

Duenda le hizo una señal a su amigo para que no dijera nada, y ella mima respondió:

- Si los necesitamos… Para ser felices.

El gigante les miró perplejo, sorprendido por esa respuesta, mientras ellos dos se dieron la mano, apretándose para darse valor el uno al otro.

- ¡Bah, no importa! Entonces me comeré las orejitas, mmm…
- ¡No, tampoco eso!, saltó Duendi. Pero antes de que el gigante reaccionara, Duanda se adelantó para ofrecerle un trato:
- Los duendes cocinamos muy bien. Si gustas podemos prepararte deliciosas estrellas crujientes o lunas blanditas siempre que sientas hambre.

Sanguchón consideró la oferta unos segundos, pero luego preguntó:

- ¿Y por qué querría hacer eso, si puedo comer exquisitos mofletes de duende cada vez que quiera?
- Porque si te haces nuestro amigo, no pasarás hambre nunca. Y si me dejas, te enseño un truco de magia.

La curiosidad venció al gigante, y Duenda le hizo una señal para que se agachara. Cuando Sanguchón se acercó a la pequeña, ésta se puso de puntillas y le dio un besito en la cara. Sanguchón dio un respingo, sorprendido. Entonces sonrió.

- ¿Qué ha sido eso?
- Un besito.
- ¿Y cual es truco?
- Que te da cariño.

Sanguchón saltó de alegría y el suelo retumbó. Duendi levantó sus cejas de pelo-pincho aterrorizado, pero luego se rió, y le dio un besito al gigante en el otro moflete.

El gigante montó a cada duende en un hombro y les prometió que nunca más comería mofletes, porque había descubierto una cosa. Duenda le guiñó el ojo a Duendi en complicidad, y le dijo al gigante:

- Vamos, que te voy a preparar un delicioso revuelto de cometas rosas y nubes turquesas.

Sanguchón aceleró el paso, feliz con sus dos nuevos amigos. Y así acaba este cuento de cómo el cariño cambió la historia en el país de la tierra azul y el cielo amarillo.



2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

¡Ojala fuera así en nuestro país de cielo azul! M.M.

12/14/2007  
Anonymous Anónimo said...

Ahá! Sabía que el amor era más poderoso que el gigante!

12/15/2007  

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