lunes, junio 25, 2007

Las orejas de Coquí

Coquí es grande, peludo y suave. Es grande y más grande cuando se alza. Es peludo y es dorado. Es suave, pero mucho más suaves son sus orejas. Diría alguno que es como un gran osito de peluche, pero estaría doblemente equivocado, pues “gran” y “osito” se contradicen, y además, es un perro y no un oso.

Hace poco quitamos las alfombras del pasillo y el parqué ha quedado al descubierto. Coquí se anuncia cerca con el cli-clí de sus uñas sobre el suelo. Cuando le tiro su pelota babosa, arranca resbaladizo corriendo sobre el mismo sitio –como en los dibujos animados- y después sale tras ella, sigue con la cabeza sus rebotes, derrapa en la esquina, esquiva a quien haya en el camino, y cuando ya está cerca se lanza en plancha, agarra la pelota entre sus dientes y vuelve victorioso, meneando el culo por el camino, moviendo el rabo cuando le felicito.

A Coquí le gusta el jamón pero no las aceitunas. Le encantan mis calcetines, y es su desafío personal poseer todas las zapatillas de la casa.

En invierno –ahora- se tumba al lado de la estufa, y cuando le parece que la salita está demasiado caldeada, abre con todo el morro (literalmente) la puerta de par en par. Mi madre vuelve a cerrar la puerta de inmediato. Esa es su pelea continua.

La lucha de mi padre es que Coquí no le salte cuando llega del trabajo. Papá insiste en que “este perro no es normal,” pero sólo yo comprendo a Coquí… aunque a veces le tenga que decir que es un sopedoro.

Más que enojarme yo, mi madre me dice que le regañe, así que cuando se roba una servilleta le mando de castigo. Le miro de reojo, y veo que espera que le diga algo. Después de un poquito pongo mi voz más enfadada (que no es tal), y le digo, “¿Qué has hecho, Coquí?” Entonces él se acerca con la cabeza gacha, me da la patita y pone ojitos pidiendo perdón. Le digo que no quiero patas, y me da la otra también. Finjo indiferencia durante unos segundos, y ya le digo, “Bueno, venga.” Y ya se pone contento, y da una vuelta alrededor de la mesa, y de la alegría mueve el rabo y seguro que tira algo, agacha las orejas otra vez y mi madre dice que se acabó. Pero Coquí le ladra, y lo que le dice es que no se enoje, que ha sido sin querer, pero ella no le entiende, y le vuelve a mandar de castigo. Pobre.

Al ratito voy yo y le digo mono. Me da una patita. Le digo que no quiero patas y me da las dos. Le acaricio las orejas frías y se viene conmigo por el pasillo, tralarálarita. Al llegar a la salita da dos vueltas a la mesa, y después de saludar a los que estén e investigar por si hay alguna zapatilla despistada, se tumba de lado en la alfombra frente a la estufa, y cuando viene a mi tiene una oreja calentita y la otra helada, pero las dos muy suaves.



1 Comments:

Blogger Unknown said...

Este relato sobrfe coqui me encanto.
felicidades.
El de la fuente no tanto, es obvio porque, pero tambien felicidades
un beso
j.a. colomer

7/01/2007  

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