martes, febrero 01, 2011

¡Uehehé, el postre!

Después de la comida me pareció propio de una buena anfitriona ofrecer un chupito y, recogiendo la cocina, me encontré la botella de un Porto Tawny.


¿Os apetece?


Mientras yo terminaba de remolonear con los platos, los invitados se llevaron la botella al salón. Cuando llegué habían servido ya los cuatro vasos. Enseguida me sorprendió el color amarillo chillón del contenido, y me recordó a la Inka Cola chicletosa del Perú o al licor de hierbas que tomamos a veces en la sobremesa.


Pero descartando imposibilidades, supuse que se trataría del porto blanco. “Si, lo compramos en Oporto el verano pasado, después de una cata de vinos en las bodegas…”- empecé a tirarme el rollo.


Alzamos los vasitos al centro y brindamos: una, dos y tres, ¡adentro!


La primera milésima de segundo en que el líquido rozó mi lengua pensé, qué calentorro, pero si el Oporto no se enfría…


Entonces, según alcanzó mi garganta y sentí el tacto terciopelado, suave y con ese puntito de amargor del aceite de oliva virgen de la cooperativa Nuestra Señora del Turruchel de Bienservida, Albacete, me entró la risa.


Los dos segundos siguientes quedarán grabados en mi mente y en los días más tristes podré evocar el recuerdo y… partirme.


Caras desfiguradas, miradas de incredulidad, sensación de asco y engaño, gestos de auxilio y horror…


Confiados y alegres, esperaban un vino fresco, afrutado, con dulzura variable y una media de alcohol entre el 19% y el 22%. A traición involuntaria –más los chicos que, haciéndose los valientes, lo bebieron de golpe- se atragantaron con el denso y delicado aceite de mi pueblo.


- ¿Pero qué es esto?

- Ya decía yo que el color ese no…

- ¡Oye, tú también trágatelo!

- Tranquilos, esto es buenísimo para el flujo intestinal, mucha gente lo toma en ayunas…

- Por favor, esto que no salga de aquí. (Ilusos)


Al día siguiente:


- ¿Fuisteis bien al baño?

- Yo fui de seguido.