miércoles, julio 14, 2010

Azulejos

Después de tanto paño resulta que los mejores souvenirs son los días de viaje, que desde cualquier sitio se pueden evocar y, por la noche, por ejemplo, cierro los ojos y en lo oscuro empiezo a ver color. Y allí a lo lejos se descubren a pinceladas azulejos azules y amarillos que pintan el recorrido ya vivido.

Veo canteras de piedra, y marcos de ventanas pintados alegremente, bragas y calzoncillos tendidos por fuera, al lado de manteles y una bandera. Sueño con un calor aplastante y sus correspondientes cervezas, una plaza desolada y unos caracoles al sol.

Tras mis ojos pinto un castillo y la avenida que desemboca en el mar, a Josefo (Pepo) regordete y vigilante. Entonces una playa, pero sin toalla, de postre ‘colaboro’ con una tarta de queijo, encuentro un abacaxí o piña, y salta al plato una sardinha, y otra y otra y otra.

La mugre y la decadencia de haber sido Lusitania, esa decencia de conservar los tranvías, las calles empedradas. Murallas, goles y celebraciones, porque los viajes además de sitios son sensaciones. Emociones… de falar portugués, de recordar canciones que trasportan a otros tiempos, bom día, tudo jóia, obrigado, fique tranqüilo, aínda, e copo d’agua. Ahora la nena ya pide cerveja.

Tantas lembranças… muchas antiguas, algunas recientitas.

Una página en blanco se tiñe de tejados rojos, y con mi pincel imaginario tengo Oporto; Con sus propios costanetos, el río…, y la risa.

Y justo antes de dormirme, incrusto los azulejos en mi piel. Así me surge de pronto un instante prestado por otro, y aparece ante mi un chorizo a la piedra.

Gracias por regalarnos el recuerdo.

Hasta pronto, até logo, Portugal.