miércoles, enero 21, 2009

El aplauso en Navidad

El día de Navidad en Bienservida comimos en casa de la Abuela. Montamos el lío gustoso de siempre y nos dimos un buen atracón. Mientras unos terminaban de recoger en la cocina, algunos nos subimos al salón de arriba para la hora del café y los turrones. Como todos queríamos arrimarnos a la lumbre, y tropecientos no cabíamos alrededor de la lumbrecica, cavilamos una rápida reestructuración del salón. Al principio flaqueamos, pero subió la tía Pepa y nos revolucionó a todos. Cuando llegó la tía Mari Carmen a su salón preguntando que qué alboroto era ese, se conformó al sentarse calentica junto a la chimenea.

Así, con el palique del café y el trajín de Raffaellos pa’cá y pa’llá, unos hincaron el pico y otros no. Por un suceso repentino de la naturaleza de uno de los miembros de nuestra manada, la conversación derivó en pedos. Entonces, como por arte de magia, mi primo Miguel se despertó de su siesta y nos educó en la materia.

Tenía todavía el coco del Raffaello atravesao en tó el este cuando llegamos a casa del chache Javier. A cenar. Pero para hacer un poquito de tiempo, decidimos hacer primero el intercambio de regalos del amigo invisible, con poesía incluida. Los versos de amor y tontería rebosaron la saleta, y las risas ensordecedoras ahogaban la voz del tío Javi, que asustado decía que no quedaban más cervezas, “yo no sabía que las chiquillas bebían.” Claro que, el amor de tío seguro que a veces solapaba que “las chiquillas” pasaban ya de los 20, que angunas estábamos licenciadas y en edad casadera, que dirían unos. Porque pasaremos de los 40 y seguiremos siendo “las chiquillas”… y el chache seguirá siendo el chache.

Luego la Abuela sacó un saco con más regalos, y los detallicos de las tías que no podían faltar. Entonces saqué yo los regalos especiales de este año, que aunque eran diminutos me pesaron un montón. Al final la tía Mari Carmen habló como sabe hacer cuando nadie más tiene voz y dimos el aplauso grande para Papá.

Nos dispusimos, pues, a argumentarnos unas buenas morcillas a la parrilla y unos chorizacos, el pollo, las guarretas… Y además después, en “la mesa de los nenes” nos atrevimos a jugar al teléfono roto. Todo un espectáculo, cucha los ñacos.