martes, febrero 26, 2008

Crónicas de Venecia II

Día Dos. Sábado, 23 de Febrero, 2008.
San Marcos y el león de Venecia.

Salimos del hotel y nos envuelve un aire místico de leve niebla. Dos pasos y suenan las campanas. Comienza el día, y desayunamos jugo de naranja siciliana, zumo rojo como la sangre, bromean.

Entramos en la basílica de San Marcos, ese templo antiguo como Constantinopla. Los suelos son de mármol y las cúpulas están detalladas con mosaicos de pan de oro. En el altar mayor descansa San Marcos, traído a Venecia desde Alejandría, y detrás de él está la Pala de oro. Sus joyas seguro que superan el tesoro de Alí-Babá.

Desde arriba vemos a las palomas moverse en la plaza como ratas, que aceptamos porque tienen alas como los ángeles y el león de Venecia. Por cierto, tuve que interceder en un disputa matrimonial. Una mujer me paró en medio de la basílica, “Excuse me,” me dijo. “Eso es un ángel, ¿verdad?,” señaló a un ángel pintado en una columna. “Si,” le contesté. “Y eso, ¿Qué es?” Es el león de San Marcos, es un león, le dije. “¿Ves?” dijo girándose al marido, “¡Yo tenía razón!”

Luego caímos en la gracia o desgracia de la risa cuando vimos los confesionarios. Unos carteles revelaban los nombres de los frailes, y alguno titubearía entre confesarse con Memo o con Mongoulo.

Eran las XII del medio día cuando sonó el orologio en la Torre del Reloj, y el tiempo astrológico marcaba Piscis. Las estatuas de los moros amartillaban las campanas. Suena Venecia.

Día Dos. Sábado, 23 de Febrero, 2008.
Callejuelas.

Por debajo del Ponte del Remedio pasan las góndolas. Al fondo, el puente de los Suspiros. Y la antigua cárcel, ¡Ahí era!

En los canales, los ladrillos muestran distintos colores según el nivel de las aguas. Los rojizos se vuelven verdes y el musgo terciopelo. Una fachada de amarillo mostaza, farolas rojas y vallas de forja. Las ventanas adornadas con ojivas “medio gótico-venecianas, medio flamígeras,” me explica María Amalia. Las contraventanas azules, y el cruce de canales en el Ponte Pasqualigo e Avogadro.

Llegamos al Campo de Sta. María Formosa, una plaza amplia, con palacetes blancos teñidos de negro. Nos topamos con un mercadito de frutas, y por una callecilla estrecha vienen dos mercaderes empujando un carrito a dos ruedas. En un patiete detrás del Sotoportego e Corte del Paradiso hay unos pantalones tendidos boca abajo con los bolsillos vueltos.

La Calle de la Castagna. ¿Estará en casa la señora castañera? No sabemos, pero una señora sí hay. De repente se abrió una ventana en la planta baja de una casa, y se oyó la voz de una mujer, “Signorina…” Nosequé-nosequé, dice en italiano. “No capito niente,” contestó Marta. Y nos volvió a repetir lo mismo. Intuimos que lo que quería era salir de su casa. Le dimos un buen empujón a la puerta y se abrió, “Grazzie, grazzie!” dijo la señora.

Seguimos caminando y nos perdimos en el Campiello del Tagiapiera. Nos hicimos una foto y dimos media vuelta. Por encima de la pared de un patio asomaban unas florecillas amarillas, y llegamos al Ponte del Diavolo. Qué leyenda esconderá este trozo sobre el agua… De pronto pasaron tres gondoleros a pie. Un gondolero en tierra, ¡Cosa del diavolo!

Vimos también una boda; la novia llegaba en lancha a la iglesia. Y luego encontramos la Escuola Grande di San Marco, donde se veía un león alado jugando con la perspectiva de una fachada en mármoles blancos, granates, verdes y amarillos.

Al medio día paramos a comer un algo. Cichetti, que le dicen.

Día Dos. Sábado, 23 de Febrero, 2008.
La caída y el beso.

En el Ponte dei Miracoli una mujer con su trípode, su maletín y su pincel, pintaba la iglesia de Santa María. Pasa una góndola, y a través de los cristales de una casa sonaba una ópera. En el canal al final de la calle de la Malvasía pasó una barca con un ataúd. Detrás de ella, ¿disfrutaban unos turistas de un agradable paseo en góndola?

Subimos a la galería de arte Cá D’Oro, la casa de oro. Es que son un poco manchegos aquí. En mi pueblo se dice eso también, ve ca’ la Micaela, vete ca’Andrés. En fin, que desde el balcón de la galería nos asomamos al Gran Canal: el sol redondo, el agua verde, las casas de todos los demás colores. En la otra orilla se veía la lonja del mercado de pescadores, sujetada por columnas con figuras marinas.

Al pasar por su lado, unas señoras me miraron y dijeron algo de la “ragazza piccolina.” Mi amiga y yo nos reímos.

Por la Maddalena, estaban unos descargando mercancía de una lancha. Uno se llevó un caja pesada a la cabeza y empezó a tambalear. Se le cayó al canal, gritó “Porca miseria!” y se fue detrás de la caja. Chof. Mojado, intentándose agarrar a algo con las uñas, trató de recuperar la caja pero no la alcanzó. “Francesco!” gritó el amigo. Francesco intentó subirse a la lancha y no pudo. Fueron los otros dos a rescatarle y casi acaban igual que él.

Y yo aguantándome, porque dijo Mr. Keller que no nos podíamos reír. Al final le sacaron. Qué mal lo pasamos Francesco y yo. “Bueno,” dijo Mr. Keller entonces, “ahora saca Palomi el cuadernillo y ya está.”

Por la noche cenamos con vino blanco para celebrar el cumpleaños de Ana, que sería al día siguiente. Después de la comida, del tiramisú y los tres pares de dos patitos de regalo, hubo ronda de besos. Ana le dio el último beso de la ronda a su hermana, y cuando giró la cabeza para volver a su sitio, se encontró con la cara sonriente del camarero colocada esperando el suyo. Risas de todos y creo que nervios de Ana. Le dio el beso y quisimos repetición para la foto. El camarero encantado, nosotros divertidos y Ana deseando matarnos.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

yo no me reiría tanto! ya veremos lo que te preparo para tu cumpleaños...

2/28/2008  

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